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– Dios mío -dijo Kitty, mirándole boquiabierta-. ¿Quieres decir que te fuiste directamente a la boca del lobo? ¿Conscientemente?

– Verás, al fin y al cabo no estaba sobrio, o sea que se lo puedo achacar al alcohol. En fin, que me hicieron la prueba, y la prueba mostró que el nivel de alcohol era muy superior a lo permitido. Me retiraron el carné allí mismo, y Mai y yo tuvimos que coger un taxi. Por lo que me han contado fue por un golpe de suerte que no se lo quitaran también a Mai. Al día siguiente, Mai fue a por el coche. Luego hizo la maleta, me soltó un discurso de no te menees y se fue.

Kitty se había quedado mirando la copa de vino, después de un rato suspiró y empezó a comer. Even se levantó y fue a por la sal; la salsa agridulce estaba sosa.

– ¿No podrías hablarme de cuando tú y Mai os conocisteis? Me imagino que ese episodio sí se parece más a una historia con final feliz.

«Eso crees», pensó Even. Pero ya que estaba exponiendo todos sus lados malos, a lo mejor daba igual si sacaba unos cuantos más a la luz. Era preferible que Kitty se hartara de él ahora y se fuera que lo hiciera cuando él ya se hubiera acostumbrado a tenerla a su lado.

Even se quedó pensativo; al fin y al cabo, de aquello hacía veinte años. Tomó un sorbo de vino para reunir fuerzas, y empezó:

– Fue durante una manifestación ante la embajada estadounidense. En el 85. Nos manifestábamos contra una guerra, o una acción, o algo que habían hecho, no lo recuerdo demasiado bien… me pregunto si no tendría que ver con no sé qué portaaviones. Sea como fuere, yo estaba allí, como de costumbre.

– Oh -exclamó Kitty.

– Sí, formaba parte del grupo de la casa Blitz, de los okupas, aunque sólo fuera tangencialmente. De la facción a la que le encantaban las manifestaciones porque te permitían enfrentarte con la policía, la parte del ambiente que pululaba alrededor de la casa Blitz y que buscaba cualquier ocasión para darle una paliza a un poli. -Even sonrió al ver la cara que se le había puesto a Kitty-. Dijiste que querías oír nuestra historia… y, además, tú misma dijiste hace poco que cuando me viste por primera vez parecía un miembro de Blitz. Pues lo era. De hecho, era un grupo fantástico. No éramos tantos los que éramos unos verdaderos sacos de mierda, los que sólo nos unimos al grupo para poder pelear, apenas un puñado o dos. Fue por aquel entonces cuando adopté el nombre de Rekil.

El rostro de Kitty parecía un interrogante.

– Lee Even al revés -dijo él.

– Nevé, o sea, puño -dijo Kitty.

– ¿Y Rekil al revés?

– Liker, es decir, le gusta.

– ¿Y Vik?

– Eh, Kiv. Nevé liker kiv, a Nevé le gusta kiv.

– Sí. ¿Y sabes lo que significa kiv? Es una palabra antigua para decir bronca, guerra, enemistad. Y a mí me gustaba usar los puños, me gustaba verme como un superhéroe al revés; alguien que era bueno de día, cuando estaba en la universidad, y que se llamaba Even Rekil Vik. Pero luego, cuando la policía salía a la calle con la intención de detener a manifestantes pacíficos, yo cambiaba de identidad, incluso de personalidad, y me convertía en Nevé Liker Kiv.

– Vaya por Dios, qué infantil -dijo Kitty y agarró su copa. Parecía indignada de verdad.

– Nunca te dije que lo que te iba a contar fuera una historia con final feliz. Fuiste tú quien lo dijo.

Kitty bebió y lo miró impaciente. Quería oír más.

– La manifestación era pacífica, todos gritaban lemas y agitaban carteles sin que hubiera el menor indicio de bronca. Alcanzamos la embajada de Estados Unidos, nos quedamos parados tranquilamente delante del edificio donde alguien estaba soltando un discurso por un megáfono, cuando de pronto aparecieron. Llegó la policía montada desde los dos costados, y detrás de ellos venían agentes a pie, con escudos y porras. Enseguida nos dimos cuenta de que buscaban pelea, que no habían venido sólo para vigilar. Estalló el caos, la gente llegaba de todos los rincones, y la policía parecía atacar también de todos los costados. Todo acabó, naturalmente, en una batalla campal. Todo el mundo daba patadas y pegaba y gritaba y aullaba, y los caballos se abrían camino entre nosotros como si fueran tanques vivientes. De pronto, descubrí a una chica a la que habían acorralado, por un lado, un agente montado y, por otro, uno a pie, que no paraba de golpearla con la porra. Ella gritaba e intentaba salir de allí, pero el caballo le cerraba el paso. Salté hacia allí y le quité la porra al agente montado, lo agarré por la bota y lo tiré del caballo hasta que acabó en el suelo con el casco rodando. Entonces le pegué al caballo en el hocico y éste salió corriendo de un salto y…

– ¿Pegaste al caballo? -dijo Kitty, escandalizada.

Even la miró sorprendido.

– Sí, tenía que conseguir que se alejara. Los dos policías me atacaron, y yo les devolví los golpes, alcancé a uno en la cabeza y conseguí que el otro huyera asustado. Yo estaba totalmente fuera de mí, creo recordar, soltaba mandobles a diestro y siniestro como un loco. De pronto descubrimos, la chica y yo, que podíamos escapar de allí, por una calle lateral. Corrimos como unos condenados. Finalmente pudimos escondernos en un patio trasero, en un sótano, echados sobre unos sacos de patatas vacíos. Allí conseguimos calmarnos. La chica, que naturalmente habrás adivinado era Mai, se había hecho daño en el brazo y tenía una herida en la cabeza. La vendé con mi bufanda. Nos quedamos allí hablando de lo que había pasado y de nosotros mismos durante horas. Hasta que oscureció no nos atrevimos a abandonar nuestro escondite. Mai dijo que no le contara nunca a nadie lo que había ocurrido. Creo que tenía miedo de que su padre le prohibiera vivir contigo y le exigiera volver a casa para poder vigilarla. Al día siguiente leímos sobre el enfrentamiento en los diarios. Echaron toda la culpa a los manifestantes. Como de costumbre.

Even calló. Kitty había dejado los cubiertos en el plato, se había quedado mirando la salsera con ojos vacíos, como ausente. Even bajó la mirada. Su apetito había desaparecido y lo que más le apetecía en aquel momento era acostarse. Se sentía completamente agotado y vacío. Eso de abrirse a otra persona desgastaba, a pesar de que sólo había contado la mitad de la historia. Desgastaba refrescar la memoria de lo que preferiría haber olvidado.

– ¿Dónde está el baño?

Kitty se había puesto en pie y lo miraba fijamente.

– Primera puerta, a mano derecha.

Even se lo indicó con un gesto. La siguió con la mirada cuando ella salió al pasillo y cerró la puerta. Oyó que giraba la cerradura. Seguramente querría hacer pipí antes de marcharse. Era obvio que la había asustado con sus historias, cuando apenas había abierto el tarro de las esencias.