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Quedaba mucha comida, pero Even la tiró a la basura sin miramientos, enjuagó los platos y los cubiertos, despejó la mesa de la cocina y descubrió el móvil debajo de un trapo de cocina. Lo encendió y sonó para comunicarle que alguien le había dejado un mensaje. Tres mensajes, apareció en la pantallita.

Susann (maldita sea, se había olvidado de Susann).

«Hola, sólo quería decirte que lo pasé muy bien el otro día. Me gustaría que me llamaras.» Era del jueves.

Kitty: «¡Advertencia! Me pasaré por tu casa mañana para ver si sigues vivo». Enviado ayer por la noche.

El tercer mensaje era de la compañía de teléfonos, que le comunicaba que había mensajes de voz en su buzón. Llamó. Con el móvil enganchado entre el hombro y la oreja abrió la nevera para coger una cerveza. Una voz de mujer le dijo que tenía cuatro mensajes.

«Aquí Finn-Erik. He recuperado mi móvil. Tienes que llamarme. Es importante. Si no lo has hecho…» La comunicación se interrumpió en mitad de la frase. Una voz le contó que el mensaje había sido grabado el jueves, a las catorce horas y treinta y dos minutos.

Even sacó un abridor de uno de los cajones. Catorce treinta y dos. ¿Estaría entonces Finn-Erik en el trabajo? Even abrió la cerveza y bebió. El siguiente mensaje entró en el momento en que consideraba si las once y media era demasiado tarde para llamar a Finn-Erik.

«Hola, soy Susann. No quiero ser una pesada, pero quería decirte que me gustaría que me llamaras. Estaré en casa esta noche y me encantaría recibir una visita.» Grabado el viernes a las catorce horas y cincuenta y tres minutos.

Even se sentía mentalmente confuso. Habían pasado doce horas juntos en Londres. Había estado bien, pero jamás se imaginó que ella desearía volverle a ver. ¡Maldita sea, a un viejo gilipollas como él!

El siguiente mensaje interrumpió el hilo de sus pensamientos y Even dejó sorprendido la lata de cerveza sobre la mesa.

«Señor Vik, creía que teníamos una cita para cenar esta noche, a las siete. Por favor, dígame algo cuando reciba este mensaje.» La voz de Odin Hjelm sonaba ofendida y no conseguía ocultar cierta irritación. ¡Mierda, mierda, mierda! Había olvidado aquella cita por completo. Se suponía que tenían que hablar del libro de Newton, de la conveniencia de que Even siguiera trabajando en él. Tendría que llamarle mañana, sin falta.

Even oyó a Kitty en el pasillo.

– Disculpa, sólo quería oír si eran mensajes importantes que no podían esperar -dijo al tiempo que empezaba a sonar un cuarto mensaje: «Even Vik. ¡No cuelgues! Tienes que entender que…». El acento sueco se detuvo abruptamente cuando Even, maldiciendo sonoramente, interrumpió la conexión lanzando el móvil contra la mesa.

– Vaya, vaya. Por lo que veo, no todo son buenas noticias.

Kitty lo abrazó por la espalda. Even notó sus pechos puntiagudos contra la espalda y se volvió. Kitty alzó los brazos, los posó sobre sus hombros y apretó su cuerpo desnudo contra él.

Poco a poco, la tensión que el último mensaje había creado fue abandonando su cuerpo y Even inclinó la cabeza. Con mucho cuidado mordió el labio inferior de Kitty.

– Creía que te irías.

– No te será tan fácil deshacerte de mí -dijo ella y le devolvió el mordisco.

Capítulo 48

El sonido se propagó a través de la casa y alcanzó el oído de Even como una secuencia de sonidos metálicos. Entonces volvió por un instante el silencio, hasta que les llegó la siguiente secuencia a la cama. Even entornó los ojos para ver la hora: las 02:37. ¿A quién demonios se le ocurría llamar a estas horas? Kitty dormía boca arriba, con un pecho desnudo tentadoramente cerca de su mano, y Even consideró acurrucarse a su lado y fingir que el teléfono todavía no se había inventado.

El siguiente ring le pareció tan fuerte que tuvo miedo de que despertara a Kitty. Por eso se levantó y se fue dando traspiés hasta la cocina, donde encontró el móvil.

– Sí, soy Even.

– Tu padre ha muerto, Even Vik. Haz el favor de no colgar. Aquí el doctor Hellström. Tu padre murió esta noche, hace una hora. Llevaba enfermo desde hace un tiempo, es por eso que he intentado dar contigo…

– Entiérralo, quémalo -dijo Even-. Haced lo que queráis con él, pero no volváis a llamarme. Envíame la factura si hay que pagar algo, pero no vuelvas a llamar. ¿Lo has entendido?

– Pero…

– No llames -dijo Even e interrumpió la conexión. Se quedó un buen rato mirando el móvil antes de desconectarlo y dejarlo sobre la mesa de la cocina. Un movimiento le hizo girarse. Era Kitty, envuelta en el edredón. Parecía un osito de peluche desgreñado.

– Era… mi padre ha muerto.

Kitty se acercó a él y lo envolvió también a él en el edredón sin decir nada. Piel contra piel, se quedaron un rato sintiendo el calor del otro. Even se dio cuenta de que le estaban entrando ganas de hacer el amor. Sólo había un sentimiento de alivio en su cuerpo. No de tristeza ni de amargura ni de odio ni de miedo, ya no quedaban dobleces ni malentendidos. Tan sólo alivio y ganas de hacer el amor. El diablo había muerto. Se había cerrado un capítulo. A partir de aquí, podría seguir adelante con su vida.

– Ven -dijo Even.

Capítulo 49

Se despertaron a la vez, como si estuvieran conectados a un mismo despertador, cara a cara, mirándose, los ojos dormidos, sonrientes. El sol brillaba a través de las persianas, tal como se esperaba que lo hiciera un domingo por la mañana, y los gorriones retozaban alegremente de arbusto en arbusto delante de la ventana, como si la vida fuera magnífica. Even se sentía descansado y ligero de cuerpo como hacía tiempo que no se sentía. Con la cabeza ligera. Inclinó el cuerpo hacia Kitty y soltó un pequeño: «Ay».

– ¿Qué te pasa?

– Es sólo que… ése, ya sabes, que no está acostumbrado a tantos juegos de cama. Está un poco dolorido.

Kitty sonrió y se incorporó sobre la almohada; estaba echada boca arriba, paseando la vista por el dormitorio hasta que llegó al enorme póster de The Clash. Lo señaló con un gesto de la cabeza y dijo:

– ¿No te parece que eres un poco mayor para tener ídolos de pop colgados en las paredes?

– La alternativa era una fotografía de Andrew Wiles.

– ¿También es una banda de punk?

Even se rió.

– Es mi ídolo de matemáticas. Me ha proporcionado el mejor momento de mi vida, o mejor digamos el segundo mejor, después de cuando conocí a Mai. Yo le vi presentar las pruebas que demostraban que el último teorema de Fermat era cierto. Le ocupó tres conferencias repartidas en tres días, y fue, sin lugar a dudas, lo más emocionante que he vivido en toda mi vida.

– ¿Estuvo haciendo ecuaciones en la pizarra, hablando de x e y durante tres días, y eso es lo más emocionante…? -Kitty sacudió incrédula la cabeza y miró por debajo del edredón-. Si el pequeño Even no hubiera estado tan deprimido y sonrojado, a mí ya se me habría ocurrido algo mucho más interesante que hacer. -Señaló el brazo de Even-. ¿Y esta cicatriz?

Even miró la mancha rosácea que tenía en el antebrazo izquierdo.

– Son los restos de un tatuaje que solía llevar y que me quité.

– ¿Ponía «Amor de madre»? -se rió Kitty hasta que se percató de la mirada de Even.

– Era el nombre de una chica -mintió él-. Una vez que estuve en Dinamarca, en el festival de música de Roskilde con unos amigos, acabé borracho y fumado perdido, y volví a casa con dos cajas de cervezas vacías y un tatuaje. No sabía de dónde habían venido, ni lo uno ni lo otro. Cuando conocí a Mai, me quité el tatuaje.

Kitty asintió con la cabeza, como queriendo asegurarle que no volvería a preguntar más por el tatuaje, y señaló en dirección a una pequeña cesta de plástico rojo que había en un estante.