– Como médico tengo que recomendarte lo último, aunque mi oferta sigue en pie. Tienes toda la tarde para pensártelo y decidir qué quieres hacer. Y si vienes a mi casa, luego también dispondrás de la noche.
Even se rió y se dio cuenta de que ya se había decidido. Sería mucho más fácil y rápido volver a casa desde la estafeta de correos de Vika mañana por la mañana. A cambio, tendría que soportar que el viaje desde Nesodden hasta el centro de la ciudad fuera largo. Saldría temprano para poder llegar a la estafeta en cuanto abrieran.
Aparcaron en una pequeña y oscura calle lateral, cerca del Ayuntamiento, y fueron andando desde allí hasta el cine Saga. Kitty fue a por las entradas mientras Even iba al baño.
– Por aquí -dijo Kitty y se lo llevó por un pasillo-. La película ya ha empezado y nos han dado asientos justo delante de la puerta.
Un joven apareció por una puerta y arrancó un pedazo de las entradas antes de conducirles al interior de la sala y señalar dos asientos con una linterna. Even se sentó y miró hacia la pantalla. Tres hombres en túnica cruzaban un bosque azul en medio de la noche. Las imágenes eran bellas y misteriosas, la música suave y de estilo árabe. Un hombre se hincó de rodillas y una sombra a sus espaldas dijo, en una lengua guturaclass="underline" «¿Realmente crees que un hombre es capaz de soportar el peso de todos los pecados del mundo?». La boca se frunció en una sonrisa diabólica: «Yo te digo que ningún hombre puede soportar esa carga: es demasiado pesada».
– ¡Mierda! -exclamó Even en voz baja y miró con resentimiento a Kitty, que estaba completamente absorta en la película-. Es la película sobre Jesús de Mel Gibson -le susurró.
Ella asintió dándolo por sentado, sin apartar los ojos de la pantalla. Even se obligó a sentarse bien en el asiento y seguir el argumento, ahora que ya estaba allí. La película cambió de ángulo: Judas recibía los treinta dinares. La historia era conocida por todo el mundo y no se alejaba de lo que le habían enseñado en el colegio; y, tenía que reconocer, estaba contada de una manera convincente y casi bella. Al principio. Hasta que Judas condujo a los soldados a Jesús.
Entonces empezó la violencia. La violencia por la que recordaba que la película había cobrado su fama. Y vio al pueblo de Jerusalén y a los sacerdotes luchar por acusar y condenar a un hombre que había sido un filósofo y un predicador. Nada más, nada menos, así es como lo veía Even. Un Gandhi, un anarquista antiviolencia. Un mentiroso, aunque un mentiroso inofensivo. Un hombre que contaba historias que no podían hacer daño a nadie.
El hombre fue condenado a trabajos forzados, pero no a la muerte, y unos soldados romanos empezaron a azotarle. ¡Vaya tío! ¡Cerrar la puerta con llave! Jesús se tambaleaba bajo el látigo, tenía la piel hecha trizas y el cuerpo en carne viva, se desplomó lentamente… Enfréntate, maldito… Los calambres en el estómago le hicieron echar la cabeza hacia atrás. Even dejó que pasara el tiempo y que la luz parpadeara en el techo del cine. Pensó en la primavera que estaba en camino y en el sobre de Mai y en los códigos del texto de Newton y…
No era sueño, no era desmayo. Volvió en sí como de un coma, volvió la mirada hacia la pantalla, miró hacia Kitty y luego de nuevo hacia la pantalla. Jesús estaba condenado a morir en la cruz, Barrabás se había librado y se rió con unos dientes podridos y alzó los brazos al cielo. Even tenía ganas de irse, la película era para sádicos, para fanáticos, para gente que necesitaba razones para odiar a los judíos. Parecía que todos los habitantes de Jerusalén ardían en deseos de acabar con aquel repugnante criminal. Jesús recorría las calles tambaleante con la cruz cargada al hombro, era flagelado despiadadamente por los soldados, mientras daba tumbos y se arrastraba, y Even suspiró, abatido. Tenía que haber un límite a las excusas que podían servir para mostrar escenas así de violentas. La madre de Jesús, María, pidió ser llevada ante Jesús. Even se quedó helado, sin aliento, viendo cómo intentaba encontrar una manera de llegar a la cabeza del séquito. ¡Aléjate, vieja! ¡Se merece la paliza que le están dando! María encontró el camino, oyó la procesión y la multitud enardecida que se acercaba, escondió la cabeza y le volvió la espalda. El se había caído de la bicicleta, nada serio. A todos los niños de nueve años les tiene que pasar. Jesús se desplomó bajo el peso de la cruz, yacía ensangrentado como un conejo desollado, jadeando. Pero yo no tengo bicicleta, mamá. La cámara hizo un zoom y se acercó lentamente a un ojo claro que se fijaba en la madre, en Even. La madre corrió hacia él, hacia Even, hacia Jesús, acudía en su ayuda, el niño tiene la cara como un bistec, dijo un policía al conductor de la ambulancia, los ojos eran estrechas rendijas en carne viva, la respiración jadeante, y en la frente asomaba el blanco. ¡Y el rojo! Jesús lo miraba fijamente. Y también a la madre. El ojo empezó a girar. ¡Todo era rojo! Carne.
Even se levantó, se tambaleó y salió corriendo de la sala de cine. La luz titilaba y la gente se volvía para mirarle. No se detuvo hasta que llegó a la calle y notó el aire fresco de la noche que llegaba desde el puerto revolviendo su pelo.
– Dios mío -jadeó y se apoyó contra una papelera.
Tenía ganas de vomitar, pero consiguió sobreponerse a los calambres en el estómago y se incorporó al notar una mano que le rozaba el hombro.
– Dios mío, ¿qué te ha pasado? -preguntó una Kitty preocupada.
Even no tenía fuerzas para responderle, pero señaló en dirección a un pub al otro lado de la calle. Cuando tuvieron el té y el café sobre la mesa, Even la miró cohibido.
– Siento que no hayas podido ver el resto de la película. -Intentó reírse-. Pero supongo que sabrás cómo termina, ¿no?
Kitty asintió seriamente con la cabeza.
– Sí, es una película fuerte. Hace tiempo que tenía ganas de verla, y ahora que, por fin, había encontrado el momento…
– Fuerte, sí, ha sido repugnante. -Even sopló sobre su taza de café y tomó un sorbo-. No entiendo que sea necesaria tanta sangre y tantas entrañas. -Bajó la mirada hacia su taza, enojado-. También supera mi capacidad de comprensión que haya alguien que sienta la necesidad de hacer más películas sobre Jesús.
– La pasión de Jesucristo no fue dulce ni falta de sangre -dijo Kitty quedamente-. No todas las películas lo han tenido en cuenta. La culpa que asumió era enorme. Nuestra culpa, la culpa de toda la humanidad. De eso no puede salir una película amable y decorosa. Ver los sufrimientos y el dolor que tuvo que soportar por nuestra culpa sólo hace que mi fe se fortalezca.
Even tomó un sorbo de su café antes de dejar la taza sobre la mesa. La dejó con toda la calma que pudo reunir y, sin embargo, acabó chocando contra la mesa con un violento chasquido.
– Discúlpame, pero no me habrás traído a ver precisamente esta película con el propósito de convertirme. Francamente, ¿no ha sido una especie de proselitismo, de prédica del Evangelio? ¿Era por eso que no querías contarme lo que íbamos a ver?
– Yo no la había visto antes -dijo Kitty y le lanzó una mirada iracunda-.Ya te lo he dicho.
– Pero sabías a qué me llevabas.
– Sí, pero no sabía que era tan fuerte. -Kitty vaciló-. Y no sabía que provocaría una reacción tan fuerte en ti.
– ¡Tan fuerte en mí! -Even respiró pesadamente.
En su cabeza volvía a ver las imágenes del cuerpo ensangrentado, y de la madre corriendo hacia el hijo. Parpadeó enérgicamente y echó una mirada por encima de las cabezas de la gente. En el pub las mesas se iban llenando, unos camareros vestidos con camisas blancas corrían de un lado a otro con cervezas espumantes y finas copas de vino. En la mesa vecina, una mujer se reía de algo que decía otra mujer, una risa estridente que estaba a menos de un decibelio de romper toda la colección de vasos y copas del local.