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– ¿Dónde estás ahora?

La voz había perdido el tono benévolo de antes.

– Estoy en casa. Pero sobre todo no hagáis nada precipitadamente. Lo único que quiero es que venga alguien y revise toda la casa para asegurarla contra las escuchas. Alguien ha entrado en mi casa, pero por lo que he podido averiguar no se ha llevado nada. Por eso me gustaría saber si los que entraron en mi casa lo hicieron para instalar algún sistema de ésos.

– De acuerdo. Quédate en casa hasta que uno de nuestros hombres pase por ahí. Llegará en la furgoneta de una empresa de fontanería y se presentará como Finn Poulsen. Estará contigo en una hora.

Even le dio las gracias e interrumpió la comunicación. Se quedó un rato mirando hacia el jardín del vecino, que era pulcro y ordenado, con senderos enlosados entre los parterres, preguntándose inseguro si había hecho bien llamando a ese tal Johansen. Luego entró, llamó al banco y acordó una cita.

Hasta que terminó no se sentó a la mesa con un cúter que previamente había sacado del cajón del escritorio. Con mucho cuidado cortó la cinta adhesiva y desdobló el papel de uno de los extremos del paquete, para así poder sacar el contenido agitándolo ligeramente. Como si estuvieran afectados por la fuerte luz del salón, aparecieron un libro, un par de disquetes y un montón de papeles.

Libro de trabajo para el proyecto Newton, ponía con la letra de Mai en la portada del libro. Even lo hojeó y se dio cuenta de que estaba escrito como un diario; empezaba el 5 de abril de 2004, es decir, hacía un año, con notas del trabajo sobre el libro de Newton, del que Even ya había leído algo. La primera hoja del montón de papeles era una nueva sinopsis, más detallada que la anterior, lo que podía significar que este paquete fue enviado después del sobre que le fue entregado a Kitty. El texto que Mai llamaba Primer secreto aparecía en la misma versión que Even ya había leído. Debajo de éste aparecía el Segundo secreto con el subtítulo: Dios lo es todo.

Even tenía ganas de leerlo en ese mismo momento, pero decidió esperar a tener antes una idea general del contenido del paquete:

· Dos disquetes, uno con el título La vida secreta de Newton y otro llamado Notas.

· Veintitrés folios con notas escritas a mano, las que ya conocía de antes, más algunas nuevas.

· Treinta y dos fotocopias tomadas de algunas páginas de los libros de notas de Newton.

· Seis folios con copias tomadas de libros sobre Newton.

· Un folio con un mensaje enigmático de una línea, justo en medio de la página.

· Quince folios con un esbozo pulcro de Mai en el que recogía lo que quería incluir en la parte documental del libro y lo que utilizaría como condimento para las escenas de ficción,

· Dos folios con palabras en latín ordenadas alfabéticamente y con su significado en noruego.

· Tres folios con glosarios de diversa índole.

· Una copia de una solicitud al King's College de Cambridge, requiriendo un permiso para consultar los originales de diversos libros (la respuesta original a la solicitud, sellada y firmada, estaba enganchada con un clip. El permiso había sido concedido).

Even levantó la ceja, sorprendido. Mai debió de causar muy buena impresión, porque no eran frecuentes esas autorizaciones. Mientras trabajaba en su tesis doctoral, Even había solicitado a la biblioteca de la universidad el acceso a ocho de los libros de notas originales de Newton mientras trabajaba en los Principia, pero le habían denegado el permiso. Le costaba imaginarse que el King's fuera menos restrictivo.

Cuando hubo repasado el material por encima, fue a por una cerveza en la nevera, se llevó el Segundo secreto al sofá y se puso cómodo.

Capítulo 57

Segundo secreto

Dios lo es todo (o La cuadratura del círculo)

Trinity College, Cambridge, Inglaterra.

Octubre de 1666

El joven estudiante estaba inclinado, concentrado sobre un libro de notas. Era de noche y una llama arrojaba su inquieto fulgor sobre la página donde escribía una hilera de letras, una detrás de otra. Se trataba de repeticiones de las mismas cinco consonantes y cuatro vocales, aunque siempre en nuevas combinaciones.

«Hay un problema con la W, Wickins», suspiró. «No consigo un anagrama que a la vez suene bien y diga algo del propietario, si tengo que incluir la W.» Al no recibir respuesta, echó una mirada por encima del hombro en dirección a su compañero de estudios. Wickins estaba sentado en una silla con un libro grueso contra su pecho, tenía la boca abierta y los ojos cerrados.

El estudiante miró su nombre, ISAAC NEWTON, y volvió a suspirar. Había varias propuestas escritas para un nombre en clave en forma de anagrama en la hoja de papel, pero ninguna con la que se sintiera completamente satisfecho. «Tal vez en latín», murmuró, y escribió ISAAC NEUUTONUS.

Se hizo el silencio en la estancia; sólo se oía la respiración regular del compañero de habitación y el susurro de la pluma al correr por el papel. Los suspiros de Newton siguieron produciéndose a intervalos regulares, mientras volvía a inclinarse sobre el escritorio en un intento de gobernar su genio desafiante. De pronto, sus hombros endebles se tensaron, la pluma se movió más rauda, escribiendo, tachando y volviendo a escribir, e Isaac Newton murmuró: «…Uno, dos U, y una V, dos N, la I es una J y… una S de más, hum…». Finalmente se echó hacia atrás y sonrió, satisfecho. JEOVA SANCTUS UNUS, ponía en el papel.

«Un Dios santo», dijo al aire. «Éste es un nombre en clave del que puedo estar contento.»

Trinity College, Cambridge, Inglaterra

Febrero de 1675

«…Y tengo que recordar a estos señores que hace respectivamente cinco y seis años que se licenciaron y firmaron que aceptaban los treinta y nueve artículos de la fe de la Iglesia anglicana.» El interventor Worthmann miró con gravedad a los dos visitantes, y se preparó con una mueca de cansancio para darles una reprimenda más. Newton se echó ligeramente a un lado, y dejó que el planeta Marte se deslizase en el aire como una bola dorada por delante de la frente del interventor como símbolo del humor guerrero del funcionario. El gran Mundus ptolemai de latón reluciente que abultaba sobre el escritorio del interventor, con sus cinco órbitas planetarias describiendo unos círculos perfectos alrededor de la Tierra y el sol siguiendo su propia órbita, más pronunciada, como un sirviente del planeta terráqueo, era una muestra deshonrosa y de mal gusto de la manera en que la ciencia en los tiempos de Ptolomeo se había dejado someter a determinada visión del ser humano. Sin embargo, hacía juego con la mesa del interventor, ese ignorante afectado que en una ocasión se había declarado favorable al Anticristo aconsejando que se estableciera un viaje a Roma, esa ciudad del pecado, como parte de la educación de cualquier intelectual cristiano. Un espasmo de dolor recorrió el rostro del interventor, que se encogió con un débil jadeo sobre el escritorio antes de incorporarse y secarse la frente con un pañuelo. Miró a los profesores a los que había hecho llamar y se dispuso a seguir hablando.

Sin embargo, el profesor Aston se le adelantó. «¿Tiene problemas con el estómago, estimado interventor?», preguntó en un tono amable y con verdadero interés.