El interventor asintió levemente y se encogió de hombros. Los dos visitantes oyeron un leve gruñido proveniente de sus órganos internos justo antes de que se extendiera un hedor a huevo podrido por toda la estancia. De pronto, el hombre empalideció, se levantó de golpe con una expresión consternada en la jeta rechoncha y salió corriendo de la estancia con una mano muy cerca de una de las nalgas.
«Creo que el espíritu de la naturaleza le ha asaltado, que le ha impulsado una fuerza interna», dijo Aston con una sonrisa. Newton se abstuvo de comentar los aforismos de mal gusto del amigo para evitar animarle a seguir.
Cuando el interventor Worthmann estuvo de vuelta y volvía a tomar asiento, Aston carraspeó. «El marido de mi hermana es ayudante del médico del rey y ha descubierto, aplicando la máxima discreción, una receta para el estómago suelto, vaya, contra la diarrea explosiva, como la llama él. La receta es del gusto del médico, y también, sobre todo, de Su Alteza Real, el rey.»
El interventor miró sorprendido al profesor con un destello de esperanza en la mirada desfallecida.
«Verá, se coge un huevo y se hierve hasta que se vuelve duro, es decir, unos ocho a diez minutos. Luego se retira la cáscara y se deja que el extremo más puntiagudo señale hacia el fundamento.»
La frente del interventor se arrugó. «¿El fundamento?»
«Sí, en dirección al recto, pero si el interventor prefiere una expresión más popular podemos decir el ojete. Bueno, a lo que íbamos. Se introduce el huevo en el ano, o en el recto, o como usted quiera llamarlo, señor Worthmann, sobre gustos no hay nada escrito, y una vez allí, se deja enfriar. Una vez se haya enfriado se coge otro huevo y se repite la acción. Y así hasta que el estómago vuelva a estar en calma.» Aston se reclinó en la silla con una sonrisa en los labios. «Como ya he dicho, al rey la receta le parece magnífica.» Hizo una breve pausa. «Y en cuanto a la ordenación que ha mencionado el interventor, tengo que decir que no me resulta interesante vestir sotana, ni cualquier otro vestido largo, pero no tengo ningún inconveniente en acudir para cocerle huevos al interventor, si así lo desea.»
El interventor miró a Aston antes de posar la mirada sobre Newton.
«Como bien sabe el interventor Worthmann», dijo Newton con tranquilidad, «soy un hombre cristiano, tan cristiano como el que más. Además, soy el elegido de Dios para ser el científico que revele el secreto de la vida y mostrarle al hombre la conexión y la lógica del mundo.»
(La última frase estaba subrayada con lápiz y en el margen ponía, con la letra de Mai: «Demasiado pomposo, hay que rebajar el tono, a pesar de que Newton realmente creía eso de sí mismo». Even estaba de acuerdo.)
»No hay razón alguna para que me deje ordenar. Soy el profesor Lucasiano y debo trabajar por metas más altas, con las verdades de las matemáticas y las leyes de la física, que son la revelación de la grandeza de Dios, en mayor grado que cualquier sacerdocio pueda llegar a serlo jamás.» Newton bajó la voz y miró fijamente al interventor, que volvía a tener a Marte en medio de la frente. «Permítame, por tanto, dejar bien claro, y de una vez por todas, que si por parte de la universidad se sigue insistiendo en mi ordenación como sacerdote, me veré obligado a dimitir como profesor.»
El interventor Worthmann levantó sorprendido la cabeza y se movió ligeramente a un lado para poder ver el rostro de Newton libre de planetas. «¿Lo dice en serio, señor profesor?», preguntó, incrédulo.
«Sí», contestó Newton, levantándose dispuesto a abandonar la sala.
«…Convertir el agua en vino es, sin duda, un truco, algo que el señor Jesucristo tuvo que practicar un buen rato hasta conseguirlo.» Ashton eructó antes de señalar a Newton con la botella de vino. «Vi a un tipo en Tippendale que era capaz de hacerlo. Había montado su chiringuito en la plaza del mercado y hacía que la gente le pagara 10 peniques por un vaso de agua que él luego agitaba una y otra vez. Bailaba y daba saltos con el vaso hasta que finalmente lo devolvía y dejaba que la gente probara su contenido. Y te digo que todos me juraron y perjuraron que se había convertido en vino. Nadie se dio cuenta de que cambió los vasos mientras daba vueltas con la capa al viento, bueno, nadie más que yo. Y eso de que Jesús curaba a los enfermos, estoy convencido de que era comedia, algo pactado de antemano, unos amigos que fingieron ser ciegos y cosas así.» Ashton frunció el ceño y miró sorprendido la botella de vino en la que apenas quedaba líquido para dar un trago. «Lo del nacimiento virginal es realmente… es lo que podríamos llamar un piafraus, un engaño piadoso. Un truco de formato. Es difícil, por no decir imposible, desenmascararlo. ¿Crees que alguien cosió el himen de la Virgen María después de que ella y algún hombre hubieran…?» Francis Ashton bebió hasta dejar la botella vacía y se le escapó el hipo. «Sólo la resurrección resulta más ilógica y disparatada. Todavía no le he descubierto el truco, pero estoy trabajando en ello.» Volvió a soltar un hipo y bizqueó ligeramente al mirar hacia el amigo. «No entiendo cómo se puede construir una religión sobre la base de este tipo de absurdos.»
Un solitario candelabro de pie intentaba sin suerte iluminar la estancia.
«No estoy de acuerdo contigo en que todo esto sea ilógico», dijo Newton con gravedad. «Dios es omnipotente y es capaz de transferir su fuerza a quien él quiera, sobre todo cuando se trata del hijo de Dios. Pero si realmente quieres poner el dedo en la llaga y descubrir algo ilógico, deberías fijarte en el dogma de la Santísima Trinidad, que realmente es una mentira y un invento engañoso. Lo idearon durante el concilio de Nicea en el año 325 y la afirmación de "tres serán uno, y uno será tres" es para cualquiera con un poco de conocimiento de la lógica matemática algo imposible, algo en lo que no se puede basar una religión. El dogma de la Santísima Trinidad es simple y llanamente una blasfemia. Y afirmar que Dios y Jesucristo son un mismo ser es lo mismo que afirmar algo que no está escrito en la Biblia. Jesucristo es el hijo de Dios y fue creado por Dios como la primera criatura en la Tierra, lo que es bastante distinto.»
Newton se había calentado hablando y sus oscuros ojos brillaban antes de proseguir:
«Dios creó el Universo como una magnífico enigma en el que se nos ha permitido vivir a nosotros, los hombres, y es nuestro deber, naturalmente, descubrir el enigma de la vida.» La estufa se había apagado y la estancia estaba fría. Newton se levantó y empezó a pasearse arriba y abajo para mantenerse en calor mientras seguía hablando. «La gran sabiduría total, prisca sapientia, nos fue revelada una vez a los seres humanos, con la primera religión, cuando ésta fue fundada. Sin embargo, las naciones corrompieron la primera religión, la que se encontraba en la tierra de Moisés y de Ezequiel. Y para volver a ella debemos buscar la sabiduría de las civilizaciones más antiguas, las que dieron a luz a los hombres más sabios que jamás hayan vivido sobre la faz de la Tierra.» Newton se detuvo frente a la luz y su sombra cubrió al compañero. «La perfección de la creación de Dios reside en que todo fue hecho con la mayor sencillez. Yo he sido elegido por Dios para mostrarle al resto de la humanidad cuál es la coherencia de la creación, su lógica, y durante los últimos años he estudiado las Santas Escrituras, sobre todo la revelación de Juan, y he llegado a la conclusión de que no hay duda que…» Había dado un paso a un lado y de pronto pudo ver el cuerpo fláccido del profesor Francis Ashton. De su boca abierta salía un débil ronquido.
«…y he descubierto que sin duda ha llegado el momento de acostarse», murmuró Newton, irritado, y abandonó la habitación.
(Una paradoja, pensó Even, que Newton, que se oponía al dogma de la Santísima Trinidad, viviera en el Trinity College durante todo el período que permaneció en Cambridge.