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Mai había escrito una nota para sí misma en la parte inferior de la página.)

«¿Debería seguir una escena con Newton estudiando la Biblia, haciendo cálculos sobre el momento en que surgió la vida y cuándo tendría lugar la resurrección de Jesucristo (al principio era a finales del siglo XVII, más tarde sería en 1948)? La escena también podría describir sus imponentes (¿y tal vez también algo extravagantes?) cálculos sobre las dimensiones y el aspecto del templo de Salomón, y cómo combinaba las dimensiones del templo con las revelaciones de los profetas de la Biblia, sobre todo las de Daniel, para luego trasladarlas y convertirlas en una cronología ajustada de las civilizaciones del pasado e, incluso, a acontecimientos futuros.

»El problema estriba en que me cuesta entender estos cálculos. No tanto lo ilógicos que resultaban vistos desde un punto de vista moderno, sino simple y llanamente el malabarismo con los números. Newton era un maestro de las matemáticas, ¡y yo no lo soy, definitivamente! Veo que algunos de los autores que han escrito sobre Newton opinan que estos cálculos, extensos y casi diríase que disparatados, fueron importantes para el desarrollo de su teoría de la gravedad, pero mi conocimiento de este campo es demasiado deficiente para poder valorarlo. Tendré que hablar con Hjelm del problema. ¿Debería proponerle que utilicemos a Even como asesor?»

(Even gruñó. O sea que había pensado en él, Even Vik, mientras trabajaba en el libro. Fue a por otra cerveza antes de volver a concentrarse en la siguiente escena.)

Londres, 17 de noviembre de 1675

La niebla desapacible subió en remolinos desde el Támesis y se posó sobre el barrio, envolviendo en una capa de algodón el sonido de los cascos de los caballos y de las ruedas que traqueteaban sobre el pavimento. El cochero temblaba y se ajustó la capa para que quedara totalmente cerrada. Entrecerró los ojos y miró en dirección a los erguidos palacetes señoriales que se mantenían orgullosos un poco alejados de la calle y de la escoria que por ella transitaba. La oscuridad nocturna y la niebla hacían que los edificios se volvieran misteriosos y sombríos, como si guardaran secretos ocultos en su interior de los que nadie que los descubriera podría huir con vida. El cochero se estremeció al pensarlo y tiró de las riendas al descubrir entre los árboles dos lámparas de aceite que iluminaban unas escaleras.

«Ya hemos llegado, mister», gritó por encima del hombro antes de lanzar un escupitajo marrón de tabaco entre los traseros de los caballos. Isaac Newton gruñó como respuesta, bajó del coche y ofreció unas monedas al cochero antes de volverse hacia la casa. El cochero blandió el látigo y pronto la farola colgante del coche desapareció en el crepúsculo como si fuera una estrella fugaz que desaparecía en el firmamento.

Newton respiró hondo y subió los cuatro escalones hasta la puerta flanqueada por dos robustas columnas. Se inclinó y leyó. IAKIN, ponía en el pie de una de ellas, BOAS en la otra. Un sirviente abrió la puerta antes de que su mano llegara a la aldaba y le dio la bienvenida con una inclinación profunda. Detrás de él apareció un caballero alto y desgarbado, que sonrió animadamente al ver al recién llegado.

«Mr. Sanctus Unus, bienvenido a nuestra logia. Qué bueno volverle a ver. Hace tiempo que esperaba esta noche. ¿Todo bien?»

«Mr. F», dijo Newton e hizo una leve inclinación. Le dejó el sombrero y la capa al sirviente y siguió al hombre alto por una escalera hasta llegar a una biblioteca, donde se le ofreció una silla.

«Es hora de que nos sentemos a hablar mientras tomamos una cerveza», dijo Mr. F e hizo un gesto con la cabeza hacia el sirviente que les había seguido y se había detenido en el umbral de la puerta. «Me han contado que el rey le ha concedido que pueda usted librarse de la ordenación.» Mr. F apoyó los codos en los posabrazos, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla en los pulgares.

«Sí», dijo Newton. «Fue un alivio y todo fue como la seda, sin ninguna complicación. Entregué mi solicitud el mes de marzo, y ya en abril recibí la respuesta. El rey dispuso asimismo que los posteriores profesores lucasianos también serían dispensados de la ordenación si así lo deseaban.»

«Sí, eso tengo entendido», dijo Mr. F y sonrió débilmente. «Eso fue lo que ordenó el honorable gran maestro de nuestra orden.»

Newton alzó la mirada, sorprendido. «¿Ordenó?»

«Debe saber que tenemos un gran poder, estimado Sanctus Unus.» Mr. F se calló cuando entró el sirviente con dos vasos de cerveza espumosa sobre una bandeja de plata. Mr. F saludó a Newton levantando el vaso y éste bebió un pequeño sorbo. No le gustaba el sabor de la cerveza; pero aún menos le gustaba la sensación de perder el control del cerebro y de sus pensamientos. Y aquella noche era, sin lugar a dudas, uno de aquellos momentos en que quería, por encima de todo, mantener la mente serena.

Mr. F dejó el vaso sobre una mesita que había entre ellos y prosiguió: «Como ya sabrá, el llamado Invisible College es un grupo de hombres que pretende conservar las ciencias esotéricas. Ambos hemos participado en muchas discusiones en esta "universidad invisible" y sabemos que el grupo sitúa a Dios el Todopoderoso y la aspiración por encontrar la prisca sapientia, el conocimiento en general, en lo más alto, por encima de todo lo demás. Incluso por encima de nuestras propias vidas y ambiciones. Del Invisible College surgió hace ahora trece años la Royal Society como punto de reunión visible y oficial de la ciencia y el conocimiento empíricos. Nuestro distinguido e ilustrísimo regente por la gracia de Dios ha seguido la evolución de la sociedad con gran atención y escucha nuestros consejos con respeto e interés.»

Mr. F sonrió antes de seguir. «Por razones obvias, Su Majestad no tiene conocimiento de la parte invisible de la sociedad. Nuestra búsqueda de la Verdad y nuestra aspiración de alcanzar "la cuadratura del círculo", de extraer la naturaleza del oro en sí. Anhelar la transformación del hombre en la piedra filosofal viva es una idea temida y, por lo tanto, los hombres poderosos no la desean. El rey ha prohibido las ciencias esotéricas y los experimentos alquímicos, y por eso debemos movernos entre las sombras de la noche con nuestros pensamientos y obras.»

Mr. F se quedó en silencio un rato, como meditando sobre sus propias palabras, hasta que se inclinó hacia delante y lanzó una mirada aguda a Newton. «El problema reside, sin embargo, en que dentro del círculo de la "universidad invisible" hay personas que no están tan dispuestas a mantener en secreto nuestros conocimientos como deberían. Usted mismo, Mr. Unus, ha comentado en una carta la frustración que le produce Mr. Boyle y su tendencia a la indiscreción, y hay más miembros que no han entendido el significado más profundo de las palabras sub rosa.»

Mr. F se puso en pie, se acercó a una mesita que había al lado de la ventana y cogió algo. Newton volvió a dar un sorbito a la cerveza; estaba nervioso hasta un punto que no estaba acostumbrado, como si estuviera a las puertas de un mundo en el que tendría que ceder las riendas de su vida a otros, poner su vida en manos de los demás.

El anfitrión volvió y se sentó en la silla. Una prenda de color marrón descansaba en su regazo. «Con todo sigilo se ha ido formando un núcleo de hermanos que desean la invisibilidad total. Hace pocos años creamos la Fraternitas Invisibilis, la orden de la fraternidad invisible. Se trata de una orden en la que no solicitas el ingreso, pues nadie fuera del círculo la conoce, sino que es la orden la que te invita a ingresar, y de la que, dicho sea de paso, es un gran honor recibir una invitación. Varios de los que ocupamos puestos importantes en la hermandad invisible ya tenemos experiencia en otras sociedades esotéricas y hemos estrechado lazos con otras órdenes en el extranjero.»

Mr. F alzó la prenda para que quedara extendida y resultó ser una casulla con una gran capucha marrón. Una cuerda cayó al suelo y Mr. F explicó que servía para atarla alrededor de la cintura. «Todos los miembros de nuestra orden llevan casullas como ésta durante las reuniones; nos garantiza el anonimato total, incluso dentro de la orden. Yo, al ser vuestro superior más inmediato, soy el único que conoce vuestra verdadera identidad. Y el único cuya identidad conocéis. Ni siquiera el gran maestro, al que pronto conoceréis, desea conocer vuestra identidad. Hablará con usted, interrogará, pero la capucha de la casulla le garantizará que sigáis siendo invisible para él, y su capucha hará que él sea invisible para usted.»