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Pasé por la editorial antes de ir a casa. De entrada, Odin se mostró receptivo. Me dará sus impresiones sobre el texto del Primer secreto a lo largo del fin de semana.

Mai-Brit había dedicado el fin de semana a los niños y a Finn-Erik. Ni siquiera había sacado el misterioso papelito para echarle un vistazo. Se había obligado a dejarlo de lado en beneficio de la familia.

Lunes, 30 de agosto, Oslo

Odin piensa que hay que darle más bombo a «el secreto», que es demasiado seco y demasiado parecido a los tramos documentales. Tengo que dejar a un lado las gafas de historiadora en las partes de ficción, dice. Propone que insinúe que Newton encontró la piedra filosofal. A mí me parece que es ir demasiado lejos, aunque he prometido reconsiderarlo. Además, piensa que la secuencia necesita una especie de final; dice que se acaba de forma abrupta. En cambio, yo creo que refleja que la relación de Newton con la alquimia nunca se interrumpió. Que siguió incluso después de su muerte, precisamente a través de su negación, en la censura de las biografías que ofrecían medias verdades. Además, después llegarían más secretos.

No he mencionado el misterioso papelito de Newton a Odin, no sé muy bien por qué; creo que puede esperar.

He dedicado el resto del día a repasar el Primer secreto.

Durante los dos días siguientes, Mai-Brit había trabajado en casa, intentando decodificar el papelito de Newton, y yendo a buscar a los niños temprano y pasando un buen rato con ellos.

Sacó la pluma del bolso y se puso a escribir el texto del día.

Jueves, 2 de septiembre, en casa

No he conseguido descifrar la clave. Le enseñé a Odin la nueva versión del Primer secreto, y se mostró mucho más satisfecho. En realidad, yo también lo estoy. He descubierto que ahora tiene mucha más vida. He descartado la antigua.

Titubeó un poco antes de añadir una línea más:

Alguien ha estado en mi despacho revolviendo mis documentos. ¿Habrá sido la mujer de la limpieza?

Capítulo 60

9 de septiembre, en casa

Todavía no he conseguido descifrar el mensaje de Newton. De hecho, he pensado en llamar a Even. El sinvergüenza hubiera decodificado la clave en un par de días. Pero no, ni hablar.

Even no pudo más que sonreír, hojeó el montón de apuntes y encontró el folio con las dos líneas, la clave de Newton:

silibisivnisitatinretarfmuiguffe

ygoloehtelitnegfosnigiro evenegehpotsirhcnaej

Los ojos se detuvieron espontáneamente en el guffe [3] del final de la primera línea, era como un chiste, aunque un chiste noruego. Newton no sabía noruego. Le entraron ganas de ponerse a decodificar el enigma enseguida, pero decidió acabar de leer el diario y las notas quizás. Al fin y al cabo, Mai había terminado por descifrar la clave.

Cogió el diario y leyó media frase antes de volver a coger el papelito con la clave. Algo al principio de la primera línea le sorprendió: silibisivnisitati. Un número terrible de íes, casi una de cada dos letras. Eso parecía indicar que podía descartar el método de sustitución de cifras; sería muy difícil si no imposible encontrar una letra que pudiera repetirse tantas veces. Ni siquiera la e, la vocal más frecuente en inglés, podía funcionar en un conjunto así. Even estaba convencido.

Dejó el folio en el suelo y a punto estaba de seguir leyendo el diario cuando se oyó el rugido del timbre de la puerta en el pasillo.

– Un momento -gritó Even y recogió rápidamente los papeles, los disquetes y el diario y lo escondió todo debajo de un par de revistas. Miró a su alrededor para asegurarse de que no había nada más a la vista antes de ir a abrir la puerta. Un hombre de unos treinta años con una gran barba y un mono de color azul esperaba delante de la puerta con una caja de herramientas en la mano.

– Finn Poulsen. Tengo entendido que tienes problemas con el desagüe.

La barba y el acento eran indiscutiblemente de Trondheim.

– Si, así es -dijo Even, asintiendo con la cabeza y lo condujo hasta la cocina-, y te agradecería que también le echaras un vistazo al grifo -añadió, siguiendo el juego-. Es aquí donde huele mal, y además gotea.-Señaló vagamente en dirección al fregadero y no pudo evitar reírse, avergonzado.

– Bueno, pues tendré que echarle un vistazo… -Finn Poulsen le miró el ojo-. ¿Te han dado una paliza?

– Choqué contra una puerta -contestó Even.

El «fontanero» sonrió, abrió la caja de herramientas y dejó al descubierto una serie de instrumentos de medición, cables y antenas que estaban dispuestos en compartimentos. A Even le entraron ganas de preguntarle para qué eran y cómo se utilizaban, pero a cambio recibió una mirada muy significativa del «fontanero» con la que pareció querer decirle que se ocupara de sus asuntos. El hombre sacó una caja negra, la abrió, se puso unos cascos y empezó a girar un par de botones.

– Si hay algo, estaré en el salón -dijo Even y se fue. Even se dejó caer en el sofá y siguió leyendo el diario.

13 de septiembre, Oslo

Alguien ha estado en mi despacho y ha removido los papeles, otra vez. (Sin lugar a dudas, los hábitos paranoicos de Even me han influido hasta tal punto que siempre dejo los papeles de manera que pueda descubrir si alguien los ha tocado; los superpongo justo por el margen, dejando al descubierto una letra de la línea superior.) También pasó hace dos semanas; entonces creí que había sido la señora de la limpieza, pero hoy se lo he preguntado y se ha ofendido mucho, y me ha dicho que ella jamás…, etcétera, etcétera.

Tengo la copia del papelito de Newton en el bolso junto con el diario, por lo que, en realidad, no hay ningún «secreto» que nadie pueda descubrir en la oficina. Sólo que me parece un tanto extraño que Odin o quien sea de la oficina ande revolviendo mis cosas cuando yo no estoy. Nunca me había ocurrido antes. Al fin y al cabo, no les oculto nada (bueno, casi nada), o sea que podrían preguntarme perfectamente lo que quieren saber.

14 de septiembre, en casa

Ahora mismo estoy escribiendo el Segundo secreto y, además, tomo notas para la parte documental. Me resulta interesante trabajar con la religiosidad de Newton porque pone en marcha un montón de pensamientos sobre mi propia relación con el cristianismo, tal como se ha ido desarrollando desde que me fui de casa de mis padres.

De vez en cuando le echo un vistazo a la clave de Newton. He intentado ver el enigma desde diferentes ángulos, pero siempre vuelvo a las cifras de sustitución (¡así era como solía llamarlo Even!). Es decir, que el alfabeto empieza por una palabra clave que contiene un cierto número de letras del alfabeto y después de esta palabra viene el resto del alfabeto. Dicho en otras palabras, si la palabra clave es turips, el alfabeto codificado sería el siguiente:

TURNIPSABCDEFGHJKLMOQVWXYZ.

(Además, también se puede optar por «rotar» todo el alfabeto tres o cinco veces o, si se prefiere, colocar la palabra clave a la derecha, pero espero que Newton no lo hiciera todo tan complicado porque de ser así, ¡no tendré ni la más remota posibilidad de descifrar la clave!)

Luego se coloca el alfabeto habitual justo debajo de esta versión y se sustituyen las palabras del código con las letras del alfabeto turnips que ocupan el mismo lugar.

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[3] Guffe, 'asquerodidad' en noruego (N. de la t.) noruego (N. de la t.)