TURNIPSABCDEFGHJKLMOQVWXYZ.
ABCDE FGHIJKLMNOPQRSTUVWXYZ
Así, según este código, la palabra APE se convertiría en TJI.
Naturalmente, debo obviar las letras as0a, puesto que el texto fue escrito por un inglés. ¿¡De hecho, dudo sobre si debería juntar las letras «j» e «i»!?).
El método de las cifras de sustitución es el que Newton utilizaba con mayor frecuencia (¡Even dixit!) cuando tenía que encriptar textos importantes. Pero ¿cuál puede ser la palabra clave? He probado con «newton» y con «isaacnewton» y al menos otras diez palabras, pero ninguna de ellas le da sentido al texto.
– No -murmuró Even-. Desde luego que no, porque ibas por mal camino.
Recogió el papelito con la clave del suelo y volvió a mirarla. Se paseó por la estancia un rato mientras dejaba que el cerebro jugara con diferentes posibilidades. En un momento dado llegó a la ventana y miró hacia fuera; observó cómo el papel se reflejaba en el cristal, refunfuñó y se fue al baño. Con el borde del espejo dejó que las letras se reflejaran en él, y a pesar de que algunas de las letras parecían erróneas, el conjunto empezaba a adquirir sentido.
– Así, bien -gruñó, satisfecho, para acto seguido dejar la mirada vacía mientras ocultaba el papel en la mano. ¿Podía haber una cámara escondida al otro lado del cristal del espejo?
Cuando Even volvió al salón, el «fontanero» estaba desmontando el teléfono; agarró un instrumento y conectó unos cables, echó un vistazo a un medidor y asintió antes de volver a montar el teléfono. Even se sentó en el sofá y vio al hombre dar una vuelta por el salón con un instrumento en la mano, detenerse delante de una lámpara, después ante el reproductor de CD y arrastrarse por detrás de un sofá hasta llegar a un enchufe. Abrió la ventana y echó un vistazo, gruñó algo y volvió a cerrarla. Luego desapareció por el pasillo para dar un repaso al resto de la casa.
Even se sentó en la mesa de trabajo. Lentamente, con letras grandes y legibles, escribió el texto de la clave al revés.
EFFUGIUMFRATERNITATISINVISIBILIS
JEANCHRISTOPHEGENEVE ORIGINSOFGENTI-LETHEOLOGY
Se quedó un rato aturdido al descubrir que la segunda palabra acababa en «NEVÉ», aunque era consciente de que se trataba de una pura coincidencia. No tenía nada que ver con él. Entonces se dedicó a dividir la hilera de letras en palabras. La primera que encontró fue «THEOLOGY», que era la última palabra, y luego descubrió que la línea inferior empezaba con un nombre: JEAN CHRISTOPHE y luego la ciudad de GENEVE, si es que no había que entenderla como un apellido.
Estuvo un tiempo peleándose con la hilera superior; consiguió distinguir la palabra «VISIBILIS» o, eventualmente, «INVISIBILIS», pero entonces se estancó. Finalmente decidió tomarse un descanso y dejar aparcada la clave un rato. Volvió al texto de Mai, y se rió sonoramente al leer las siguientes frases del texto:
16 de septiembre, Oslo
¡¡¡He resuelto el enigma del papelito!!! ¡Maldita sea! Era tan sencillo que llegué a sentir vergüenza cuando me di cuenta del truco (todo estaba escrito al revés). ¡Y pensar que no lo descubrí enseguida! Pero al menos he aprendido algo trabajando con claves.
Ejfugium fmternitatis invisibilis
Jean Christophe Genève Origins of Gentile Theology
La primera frase significa, por lo que tengo entendido, «Huyendo de la hermandad invisible».
Lo siguiente debe de ser el nombre de alguien, seguido, «por el de un lugar, es decir, la ciudad de Ginebra, ¿o tal vez sea el apellido de la persona? Lo último, Origins of Gentile Theology, me suena. Tendré que pensarlo un poco.
Even asintió, recordaba el título, había tropezado con él recientemente. Origins of Gentile Theology. ¿No era un libro que escribió Newton, pero que se publicó después de su muerte?
«Genève.» Even estaba convencido de que se trataba de la ciudad, no de un nombre. En algún punto de la historia subyacía una conexión entre Newton y Genève, pero así, a bote pronto, no se le ocurría en qué podría consistir. Su mirada cayó casualmente sobre la palabra «vigilando», que aparecía al principio del siguiente párrafo del diario, y Even siguió leyendo con curiosidad.
17 de septiembre, Oslo
Es posible que esté exagerando, pero siento que me están vigilando. No, tal vez sea una palabra demasiado fuerte; pero de vez en cuando alguien me sigue, o eso creo. Igual que en Inglaterra. No siempre, sólo de vez en cuando. Sin embargo, no consigo descubrir quién es y precisamente por eso me siento insegura y me pregunto si no será un síntoma de los nervios que me asaltan últimamente. Intenté hablar con Finn-Erik de ello, pero él se limitó a decirme que fuera a la policía o dejara de pensar en ello. La verdad es que me pareció que, en el fondo, él cree que son imaginaciones mías (al fin y al cabo, últimamente me he sentido muy cansada). Pero, por otro lado, está lo de los papeles en mi despacho. Los han removido al menos un par de veces, ¡de eso no hay duda! Los movieron lo justo para que yo no lo descubriera.
Even hojeó confundido un par de páginas más, volvió hacia atrás y luego avanzó de nuevo; ¡el diario acababa aquí! A pesar de que quedaban diez o quince páginas más en blanco. Estudió meticulosamente las páginas en blanco, una por una, aunque sin encontrar nada de interés. No había ninguna nota oculta, ninguna mancha de tinta sospechosa, nada de nada.
Mai debió de sentir la repentina necesidad de desprenderse de todo lo que tuviera que ver con Newton y lo envió todo al apartado de correos. Visto a posteriori, no había duda de que había tenido razones más que suficientes para estar alerta.
Even contempló al «fontanero», que en aquel instante cruzaba el pasillo y se metía en el dormitorio con sus aparatos.
De pronto, el diario empezó a pesarle; descansaba en su regazo como la pesada herencia de Mai, cargada de responsabilidad. Un acto inacabado, que Even sabía que ella pretendía, en secreto, que él asumiera. Y él ya lo había hecho, se había hecho cargo, pero por lo visto no tan a escondidas como para que no hubiera alguien que ya supiera que lo había hecho y que lo vigilaba.
Miró la última página, la parte interior de la cubierta, lo que Mai había llamado páginas de relleno. Había unos números en mitad de la página.
284 + 1000
Estudió los números, pero no descubrió nada. Algo estaba mal, pensó y pasó las páginas hasta llegar al principio del libro para comparar. Aquí el color del papel del interior de la tapa era amarillo. En la tapa de la contracubierta, el papel era blanco. ¡Alguien había pegado una capa de papel blanco encima! Palpó toda la superficie de la hoja de papel y recorrió el borde. De pronto, se puso en pie y fue a por una navaja al cajón del escritorio. Mai había tomado prestada la idea de Newton de esconder cosas en los libros. Con mucho cuidado, cortó alrededor de un pequeño bulto en la tapa y desprendió el papel. Una llave cayó en su mano. Parecía la llave del apartado de correos de Vika.
– Ya podemos hablar libremente -dijo una voz desde la puerta.
Capítulo 61
París – Ginebra
Mai-Brit le contó a todo el mundo que se iba a París, y realmente se fue a París. Pasó cuatro horas en la ciudad.
Desde el aeropuerto de Charles de Gaulle cogió un autobús hasta el centro, y durante toda la mañana estuvo paseando por la ciudad dibujando círculos improvisados, cambiando de metro en el último momento, entrando en tiendas y saliendo por la puerta de atrás, saltando repentinamente a un bus y bajándose dos paradas más adelante, intentando despistar, hasta que se dirigió a Gare de Lyon, donde se subió al rápido de Lyon; allí alquiló un coche y tomó el camino hacia la frontera con Suiza. Era de noche cuando llegó a Ginebra. Encontró una pequeña pensión y pagó al contado y por adelantado una semana de estancia. Antes de acostarse escribió en el nuevo diario que se había comprado: