15 de noviembre, Ginebra
El proyecto Newton lleva un tiempo hibernando, en contra de mi voluntad. He estado muy ocupada con el lanzamiento de los libros de otoño, y además he hecho de asesora en un par de novelas históricas programadas para el año que viene. Pero ahora me he reservado una semana para trabajar en Ginebra, trabajar sobre el tal Jean-Christophe que aparece en el mensaje cifrado.
Estoy convencida de que debe de tratarse de Jean-Christophe Fatio de Duillier. Es decir, el hermano de Nicolás Fatio de Duillier sobre el que escribo en el Tercer secreto de Newton. Jean-Christophe era ingeniero, creo y, entre otras cosas, fue el autor del mapa grabado en cobre de Ginebra que encontré en internet.
Mañana empezaré buscando información sobre él y su familia en la biblioteca.
Mai-Brit cerró el libro, dejó la pluma encima y apagó la luz. Se metió debajo del edredón y se puso a dormir con la sensación de estar de incógnito, de estar en paz. Por primera vez en varios meses dejaba de sentirse vigilada. Nadie sabía dónde estaba. Nadie.
Capítulo 62
– ¿Nada?
– No. He repasado toda la casa en busca de señales RE, es decir, señales de radiofrecuencia, microondas, así como infrarrojos y demás señales lumínicas -dijo el «fontanero» Poulsen mientras se chupaba una punta de la barba-. No hay señales indeseables en la casa. Además, he examinado el teléfono buscando instalaciones paralelas, como grabadoras o conexiones de radio. ¿Quieres que le eche un vistazo al ordenador?
Even hizo un gesto que podía significar «de acuerdo» o «haz lo que tengas que hacer». El hombre se sentó en la silla de oficina y sacó un par de disquetes de la caja de herramientas. Even se entretuvo mirando la amplia espalda encorvada sobre el teclado y la pantalla.
La llave del apartado de correos estaba en su bolsillo, pidiéndole a gritos que la usara. Se sentó tranquilamente en el sofá y empezó a hojear las notas de Mai. El montón era enorme y muy diverso, por decirlo de alguna manera. Había varias páginas que contenían listas con términos especializados o conceptos que luego eran explicados.
Prima materia. El espíritu sagrado de la alquimia que se encuentra en todas las sustancias. Debe liberarse de los metales inactivos a través de una transformación.
Regulus. La palabra latina para designar un «rey pequeño», aunque el significado químico en la alquimia es un cristalino…
Jesús, cómo se había documentado, pensó Even con admiración. Encontró una nueva lista.
El estado de oxidación de una sustancia está ligado al número de electrones que son accesibles para una reacción/puntos en los que un átomo puede recibir electrones en una reacción química.
Eran palabras mayores para alguien que había cursado una carrera de humanidades. Era obvio que Mai había trabajado de lo lindo para entender el mundo de Newton, no sólo en el campo alquímico, sino también en los aspectos que tenían que ver estrictamente con la química y la física.
Había otra lista con términos más esotéricos:
Die Chymische Hochzeit Christiani Rosenkreutz (La boda química de Christian Rosenkreutz). Libro escrito por el teólogo Johann Valentín Andreae, que, tal vez, fue uno de los fundadores de la orden Rosacruz. El libro narra una boda en la que los invitados son sometidos a unas pruebas ocultas; algunos mueren mientras que otros resucitan.
El pelícano. Se utiliza a menudo como símbolo de la hermandad, junto con la rosa y la cruz. El pelícano es un antiguo símbolo cristiano que representa la resurrección en un Ave Fénix (¿la resurrección de Jesucristo?). En la masonería, la sangre del pelícano es el símbolo de la Obra Secreta, es decir, la «resurrección» de los miembros de entre la ignorancia hacia la libertad que da la sabiduría.
El pelícano. Even revolvió entre los papeles. ¿No había escrito Mai sobre el pelícano en el Segundo secreto…? ¿Dónde estaba? Sí, aquí estaba, como parte de un cetro o algo así. Even estaba cada vez más impresionado por la meticulosidad exhibida por Mai en un tema que, sin duda, ella debió de encontrar tan oscuro como infantil.
Recogió del suelo unas fotocopias grapadas de las páginas de un libro en las que había unas líneas subrayadas. Las citas hablaban claramente de una misma persona: Nicolás Fatio de Duilher, una persona que Newton debió de tratar durante varios años.
«Que la especial constelación, el profesor comedido, rígido y correcto, y el joven, alegre y un poco impertinente, prevaleciera durante muchos años parece indicar que compartían más que el simple interés por las matemáticas.» De un artículo sobre El mono de Newton, de Greg Oliver Clough.
«Sin lugar a dudas, Fatio de Duillier y Newton hicieron juntos experimentos con la alquimia en Cambridge. La correspondencia durante el período de enfermedad de Fatio en 1692 indica que habían conseguido cierto material y que habían avanzado hasta alcanzar unos resultados que querían mantener en secreto por todos los medios.» La cita era del libro de Michael White acerca de Newton, El último brujo.
«Que los dos siguieran manteniendo cierto contacto, también después de que Newton le hubiera retirado la palabra a Nicolás Fatio de Duillier por pertenecer a un grupo oculto llamado Prophets of Cevennes, cuyos miembros, en su gran mayoría, eran refugiados franceses, no puede significar otra cosa que compartían un secreto que les unía, tal vez por toda la eternidad. Resulta difícil saber si el secreto era alquímico, ocultista o de cualquier otro tipo, porque si realmente existieron documentos que pudieran revelar algo, éstos fueron con toda seguridad quemados cuando Newton, poco antes de su muerte, "puso orden" en sus papeles.»
Este fragmento estaba copiado de un artículo provocador: de Historical Science News: «Newton, genio o loco, hereje o cristiano».
Even dejó la copia a un lado cuando el «fontanero» apagó el ordenador y se puso en pie.
– Bueno, ahora ya está limpio. ¿Quieres que te instale un detector en el teléfono?
– Eh… ¿para qué querría yo eso?
– Te advertirá si alguien está escuchando. Si aparecen oídos extraños en la línea, la lucecita cambiará de verde a rojo.
– Pero ¿no es lo que acabas de verificar?
– Sí, pero alguien podría venir durante la noche y conectarse. He visto que el cable telefónico entra en la casa por debajo de aquella ventana. Cualquiera puede conectarse si quiere.
El hombre levantó una ceja interrogadora y Even asintió. Poulsen metió las manos en su caja de herramientas y sacó una cajita de color blanco con un cable que conectó al teléfono. Un par de minutos más tarde se incorporó y cerró la caja de herramientas. Finalmente parecía haber acabado.
– ¿Y mi móvil?
– Nunca hables por él si quieres que lo que digas sea un secreto. Los móviles son relativamente fáciles de pinchar, y es imposible asegurarlos al cien por cien -gruñó el otro por debajo de la barba-. ¿Es tuyo el coche? -dijo señalando hacia el escarabajo rojo.
– Sí. O mejor dicho, no. Es uno que me acaban de prestar. Vine en él esta misma mañana y, por lo tanto, está fuera de la zona de peligro.
A Even le entraron unas repentinas e irreprimibles ganas de sacar a aquel hombre de su casa e irse al centro.