Выбрать главу

Cuando Odin volvió, Even ya estaba en el pasillo poniéndose la chaqueta de cuero.

– Siento haber sido tan maleducado antes, pero la llamada era un poco importante. De Francia -dijo Hjelm-. Ten. -Sacó tres puritos y los metió en el bolsillo de la camisa de Even-. For the road.

«…Tenemos que dejar este lío… hemos terminado… hazme el favor.» Even miró al hombre que había recibido el mensaje de Kitty. Que había recibido sus ruegos. ¿Quién era, realmente, aquel hombre? ¿Quién se ocultaba tras aquel aspecto jovial, tras aquella fachada de esnob cultural?

Antes de que le diera tiempo a pensárselo dos veces, antes de que pudiera valorar si era o no razonable preguntarlo, Even dijo:

– ¿Quién es Simon LaTour?

Odin Hjelm alzó la cabeza, sorprendido.

– ¿Has escuchado la conversación? -Su mirada se tornó vigilante, su voz reservada-. Es un escritor francés. ¿Qué has oído?

– Nada -dijo Even y se fue-. Nada.

Capítulo 65

Ginebra

Sentado detrás del escritorio, el hombre parecía pequeño. Mai-Brit dudó de que sus pies llegaran al suelo. La cara redonda brillaba como si acabara de comer hojaldres rellenos de mayonesa para desayunar. Notó que tenía a Simon LaTour justo detrás, un poco a la derecha, como si estuviera vigilándola para que no se escapara.

Simon le explicó quién era ella y el hombre asintió. Mai-Brit le pidió a Simon que se fuera al vestíbulo antes de explicarle al hombre lo que le interesaba encontrar. Lo hizo en francés. Habló rápidamente, fue al grano. Cuando ella terminó, él tomó unas breves y rápidas notas en un bloc. En la pared colgaban varios diplomas enmarcados que daban fe de su competencia, así como una fotografía en la que el hombrecillo aparecía rodeando la cintura de un hombre joven con el brazo. Había algo conocido en aquel joven, pero Mai-Brit no conseguía situarlo. Seguramente algún famoso suizo, al menos lo parecía.

– La familia Fatio de Duillier -repitió el hombre y anotó algo más en el bloc-. Le echaré un vistazo a partir de la semana que viene.

– Lo que quiero saber es qué camino ha tomado su biblioteca, me refiero, claro, a los libros -repitió Mai-Brit para asegurarse de que el hombre había entendido lo que le pedía. No pretendía que le hicieran un árbol genealógico-. Soy historiadora y sé que había muchas obras interesantes en la colección que ahora resultan difíciles de encontrar.

– Sí, comprendo. ¿Adonde puedo dirigirme cuando tenga el resultado de la búsqueda?

Hablaba como si diera por sentado que el resultado sería positivo, como si sólo fuera cuestión de tiempo.

Mai-Brit le dio su teléfono móvil y remarcó que el contacto que mantendrían era confidencial a todos los efectos, que nadie, y eso incluía también a Simon LaTour, debía conocer la naturaleza del encargo. El hombre asintió tranquilamente y aceptó un adelanto de quinientos francos.

Una vez en la calle, Mai-Brit posó su mano en el codo de Simon LaTour.

– ¿Quieres volver conmigo a París?

Capítulo 66

Even estaba despierto cuando oyó la voz atemperada delante de su ventana.

No tenía humor para hacerle una visita a Susann cuando abandonó la casa de Hjelm y había decidido en su lugar coger un taxi a casa alrededor de medianoche. Su cabeza funcionaba a altas revoluciones y Even había estado trabajando un par de horas con una página de la fórmula de Newton que previamente había escaneado y guardado en su ordenador, hasta que el cansancio se apoderó de él y tuvo que acurrucarse debajo del edredón. Había luchado por salir de una especie de pesadilla en la que había estado sentado sobre una losa solitaria viendo cómo todo a su alrededor se descomponía. Recordó que había soñado algo parecido anteriormente. En la duermevela había estado pensando en Mai y en su «herencia», en que ella se la había transmitido precisamente a él porque él era invulnerable y no podía ser amenazado por nadie. El estaba solo, sólo se tenía a sí mismo, y nadie le podía quitar a ningún ser querido. Mai había tenido hijos, y por eso murió. Even pensó en lo bien que ella lo conocía, en cómo había creado códigos que él y prácticamente sólo él, era capaz de descifrar. La carta que escribió en París y el cinco de corazones lo habían llevado a Kitty y al sobre, que, a su vez, le había conducido hasta la fórmula de Newton. Y más tarde, había aparecido la llave y la fotografía del solitario había visto la luz del día. Y, finalmente, el solitario había desvelado su misterio: el apartado de correos y el paquete con las notas y el diario y nuevos secretos de Newton.

Mientras volvía a pensar, una vez más, en la misteriosa elección de Mai, de darle la información por dos vías, oyó la voz que venía de fuera. Era medio susurrante y el tono era interrogativo. Nadie pareció contestarle. La voz volvió a sonar, y Even pensó que estaría hablando con alguien en el móvil. Recordó que había llegado un coche hacía unos minutos, algo realmente extraño, teniendo en cuenta que a aquella hora de la mañana lo normal era que la gente abandonara el barrio para ir al trabajo. El coche había aparcado en algún lugar delante de la casa, pero como su dormitorio daba a la parte trasera, Even no lo había relacionado ni se había molestado en darle más vueltas al asunto. No hasta que oyó la voz. Volvía a susurrar algo, una vez más, a modo de pregunta, sin que Even oyera una respuesta.

En el momento en que sacó las piernas de la cama oyó un rugido en el pasillo. El despertador sobre la mesita de noche marcaba las siete y diez. Sólo había un grupo social capaz de llamar a la puerta de la gente a esa hora del día y enviar al mismo tiempo a su gente al jardín trasero de sus casas.

Even se vistió tranquilamente, oyó el rugido irritado una vez más, se ató los zapatos y salió al pasillo.

– Un momento -gritó y entró en el baño, donde se lavó los dientes y se echó agua a la cara. Even se sintió, sino despejado, al menos sí preparado para enfrentarse al tercer poder del Estado.

– Inspector Molvik -dijo un hombre alto y fornido de cincuenta años largos cuando Even abrió la puerta. Con un giro profesional del brazo, el hombre le mostró un fragmento de una tarjeta de identificación plastificada-. ¿Eres Even Vik?

Even lo miró.

– Ya sabes que sí.

– ¿Puedo entrar?

– ¿De qué se trata?

– ¿Quieres que todos tus vecinos vean que estás hablando con la policía?

Even miró su coche, un Ford Sierra blanco sin distintivos de la policía.

– Mientras os vistáis como gente normal y os comportéis como tal, los vecinos suelen tragar con lo que sea. Está bien así.

– ¿Te han dado una paliza últimamente? -dijo el inspector Molvik, mientras miraba interesado el ojo de Even.

– Choqué con una puerta -dijo Even y señaló con el pulgar hacia la parte trasera de la casa-. ¿No quieres que tu chófer también entre?

El inspector dio una orden al micrófono que escondía en el brazo y poco después asomó un hombre joven al final de la casa adosada, que cruzó el seto del vecino y alargó la mano ofreciéndosela a Even.

– Mohamad Saikh, agente de policía.

– Even Vik, cansado -dijo Even.

Entraron en la cocina.

– ¿Café? -preguntó Even.

El inspector no contestó, pero Saikh asintió amablemente y dijo sí, gracias.

– ¿Dónde estuviste el viernes por la noche?

Molvik se sentó a la mesa con las piernas abiertas. La barba de un día asomaba en la piel gruesa y ruda y las ojeras dibujaban profundos círculos grises debajo de sus ojos.

La lata de café estaba vacía y Even abrió una bolsa nueva, vertió el contenido en la lata y arrojó la bolsa en el cubo de basura, debajo del fregadero. Midió prolijamente el polvo de café con una cuchara, llenó la jarra de agua y la echó a la máquina antes de pulsar el botón. Even se giró y apoyó el trasero en la mesa de trabajo de la cocina. Miró el cuchillo del pan que había sobre la mesa, a veinte centímetros de su mano. ¿Había sido una estupidez invitarles a pasar? Con los años, la cintura del inspector Molvik se había vuelto más gruesa y su frente más alta, pero para todos era igual. Even suspiró.