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– Haré ver que no he oído tu pregunta, Molvik, y volveremos a empezar, ¿de acuerdo? Vosotros me contáis por qué habéis venido y yo os contesto, si quiero.

Molvik lanzó una mirada al agente de policía como si quisiera decir: «¿Qué, no te lo decía yo? Es un saco de mierda que no quiere cooperar».

– El viernes por la noche asesinaron a una mujer -dijo el agente Saikh-. Hemos encontrado tu número de teléfono en su casa, y, además, has dejado algunos mensajes en su contestador. Por eso…

– ¿Susann? ¿Susann Stanley? -Even los miró consternado y se dejó caer en una silla-. ¿Es ella?

El agente asintió.

– La encontraron ayer al mediodía, no apareció en el trabajo. ¿Cuándo hablaste con ella por última vez? Even sacudió la cabeza.

– ¿Cuándo hablé con ella? El martes, es decir, hace una semana, cuando dejé su piso.

– ¿Eso quiere decir que conocías el lugar, que has estado allí antes? -Era la voz del inspector que ahora se incorporaba al interrogatorio.

– ¿El lugar? No, si te refieres a su piso en Oslo, ahí no he estado nunca. Estuve en Londres; tiene un piso en Londres, yo… -Even se calló e intentó calmarse.

– ¿Tienes una coartada para el viernes por la noche? -preguntó Molvik.

– El viernes por la noche… ¿Cómo sabéis que murió el viernes?

– Limítate a contestar a nuestras preguntas… -chasqueó el inspector y golpeó el puño contra la mesa.

El agente Saikh le lanzó una mirada rápida a Molvik antes de contestar la pregunta de Even.

– El forense que la examinó dice el viernes por la noche. Tendrás que disculparnos, pero no podemos darte más información mientras todavía estemos metidos en la investigación.

– Asesinada -dijo Even y frunció el ceño-, has dicho que la asesinaron, pero quién querría…-Even se dio cuenta de lo estúpidas que sonaban sus palabras y se levantó. Sacó tazas del armario-. No sé si os puedo ayudar, pero ¿qué queréis saber?

– Dónde estuviste el viernes por la noche, maldita sea…

Even se sentó y miró al inspector a los ojos.

– Aquí. Estuve sentado en el salón escuchando música punk y haciendo cálculos con números mayores de cien, en otras palabras, números grandes. Demasiado grandes para un inspector de policía.

Molvik se inclinó sobre la mesa y miró fijamente a Even.

– Sigues siendo tan creído como de costumbre, por lo que veo. Tan inteligente y genial que crees que puedes escaparte de todo. Es obvio que has estado metido en líos. ¿Te pegó cuando la estrangulaste? ¿Opuso tanta resistencia que chocaste contra una puerta? Espero que te haya dolido.

Even se llevó la mano al ojo.

– Me lo hice el domingo por la noche; tengo testigos.

– ¿Ah, sí? ¿Quién?

El aliento nauseabundo del inspector alcanzó a Even, que tuvo que echarse hacia atrás.

– Kitty… Se llama Kitty Bang. Si quieres puedo llamarla y hacer que te lo confirme. Fuimos al cine juntos y nos atacaron cuatro jóvenes que querían llevarse el coche. Un momento, voy a buscar su número de teléfono.

Even fue al salón a por el móvil. Estaba en el sofá. Oyó la puerta de un armario cerrarse en la cocina. Al volver, vio al inspector que se sentaba a la mesa con la mano metida en el bolsillo.

– ¿Qué pasó? -preguntó el agente Saikh a Even-. ¿Denunciasteis el atraco y el robo del coche?

– No lo robaron. Conseguimos ahuyentarlos.

– Sí -dijo Molvik secamente-, me lo creo. El joven Vik no deja escapar ninguna ocasión para meterse en una buena pelea. Cuatro jóvenes, dijiste, seguramente quisiste decir niños, de los cuales la mayoría eran niñas. Las mujeres tienen tendencia a morir en tu compañía, Even Vik, o a que les aplasten la cabeza.

– ¡Cierra tu sucia boca, Molvik! Ya sé que sigues merodeando a mi alrededor para ver si encuentras algo que colgarme. Y entonces no eras más que un cerdo leal a tus colegas que…

– No estaba pensando en tu madre, aunque, como entonces, aquí sólo faltan las pruebas… Estoy pensando en una joven colega de la policía montada a quien un maldito punky le hundió el cráneo, un drogadicto de mierda que quería mostrar lo fuerte y duro que era. -Molvik señaló el brazo de Even con un dedo largo y ganchudo manchado de nicotina-. Entonces te tuve en el ojo de la mirilla, pero te borraste el tatuaje que demostraba que habías sido tú; 666, eso ponía en el brazo del cerdo que la golpeó, se ve en las fotos que nos dieron en la embajada estadounidense. Y llevaba la cara tapada con un pañuelo, ese maldito cobarde. Pero yo sé que fuiste tú, lo sé. -Molvik susurró las últimas palabras entre dientes.

No murió. Le envió flores…Even respiró pesadamente, no conseguía decir nada. Se puso bien, se recuperó… con un bombero en Skien.

– Y hace apenas una semana murió tu mujer, tu ex mujer. ¿Estabas enfadado con ella, prefirió un hombre que no le pegara? ¿Fue por eso que se marchó a París y se pegó un tiro? Y tiraste la cocaína en el váter, tú mismo lo reconociste. -Molvik hablaba en voz baja pero enojado y su saliva alcanzó la mano de Even-.Y ahora Susann Stanley, una mujer joven y guapa. ¿Quiso dejarte cuando le mostraste tu lado oscuro? ¿Tampoco a ella le gustaron tus tendencias sádicas? ¿No quiso esnifar contigo? La sangre te llega hasta los codos, Even Vik. Y yo voy a demostrarlo, yo…

– ¡Inspector Molvik!

El agente Saikh lo había agarrado por el hombro y el policía se calló en seco. Se sacudió la mano del otro, miró fijamente a Even mientras respiraba hondo y se apoyó en la silla pesadamente. Su mano sacó un paquete de tabaco del bolsillo de la chaqueta.

– ¿Puedo fumar?

Even sacudió la cabeza. No tenía fuerzas para decir nada. Pero no iba a permitir que ese fantasma del pasado fumara en su casa, ni hablar.

– Abriré la ventana del baño y así aprovecho para echar una meadita -gruñó el inspector y salió al pasillo sin esperar respuesta. Even le vio abrir la puerta del dormitorio antes de encontrar el baño.

– Lo siento -dijo el agente Saikh-. Hemos dormido muy poco esta noche.

Even consiguió levantarse de la silla y fue a por el café. Les sirvió a los dos y devolvió la cafetera a la máquina; le temblaban las manos y no pudo evitar entrechocar el metal con el vidrio. Abrió el armario y miró en el interior del cubo de la basura; la bolsa de café seguía allí.

– ¿Podrías darme la dirección de tu amiga?

– Ella… ahora mismo está en Sudáfrica. Se fue ayer. -Even se volvió a sentar-. No volverá hasta dentro de una semana. Pero puedo llamarla.

Encontró el número en el móvil y lo marcó. Kitty le había dicho que llamara al número de su casa, así la llamada sería re-dirigida. Primero sonó como de costumbre, luego oyó un pitido y luego sonaron una larga serie de tonos digitales, como si alguien estuviera marcando un número de la Cochinchina. El teléfono volvió a sonar y de pronto la voz de Kitty dijo: «¿Hola?». Even se puso tan contento al oír su voz que al principio no consiguió decir nada.

– Hola, soy… yo, Even -logró decir finalmente entre tartamudeos.

– Hola, Even, qué sorpresa que me llames. Te he echado de menos. ¿Cómo va todo? -La voz de Kitty sonaba lejana y parecía que estuviera en la calle. Se oían voces y coches de fondo.

– Yo también te echo de menos -dijo Even, avergonzado porque había pensado muy poco en ella-. ¿Estás en la calle? Se oye mucho ruido a tu alrededor.

– Vamos de camino a la pista de entrenamiento. ¡Demonios! Hace un calor terrible aquí. Pero por lo demás todo va bien.

– Tengo visita -dijo Even y miró al agente de policía-. Un tío al que le gustaría charlar un momento contigo. ¿Te parece bien?