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– Sí, claro, por supuesto -dijo Kitty, sorprendida.

Even le pasó el teléfono a Saikh, que se presentó y le preguntó por el domingo por la noche y el ojo morado, por la película y dónde habían aparcado el coche. El agente recibió unas respuestas que Even no pudo oír, dio las gracias por la información y devolvió el móvil a Even.

– ¿Sigues ahí? Sólo quería darte las gracias -dijo Even.

– Even, ¿algo va mal? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ha ido a ver la policía? -La voz de Kitty se quebró de preocupación.

– No es nada. No pienses más en ello. Es un malentendido.

Even dijo «pásatelo bien» y colgó.

– ¿No decías que habías dejado de fumar?

El inspector Molvik apareció en la puerta con un purito en la mano.

– Dije que tú no podías fumar.

El inspector sonrió plácidamente.

– ¿Me puedo quedar uno? Tienen muy buena pinta.

Even se encogió de hombros, tenía náuseas, estaba cansado y sólo deseaba que se fueran. Lo último que le apetecía en ese momento era uno de los puritos de Hjelm. El inspector deslizó el purito en el bolsillo de su camisa y miró al agente de policía.

– Bueno, creo que ya nos has dicho todo lo que queríamos saber. Disculpa las molestias y gracias por tu tiempo; ya encontraremos la puerta de salida.

Salieron al pasillo y de pronto el inspector se dio la vuelta y asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

– El entierro es hoy a la una de la tarde en el cementerio de 0stre. Tu padre será incinerado.

Molvik desapareció. La puerta principal se cerró de golpe y poco después Even oyó un coche que se ponía en marcha, daba gas y desaparecía calle abajo. El coche se desvaneció mientras el pasado volvía a instalarse en Even como una poderosa jaqueca.

Capítulo 67

Francia

– Es como andar de puntillas alrededor de una araña venenosa, deslizarse secretamente por encima y por debajo de su telaraña para que no te descubra.

Simon LaTour agarró un cigarrillo y se lo llevó a la boca hasta que sus mejillas regordetas se sonrojaron levemente y volvió a dejar el cigarrillo. Mai-Brit hizo como si no hubiera visto nada y se concentró en mantener la misma velocidad que el resto de vehículos que ocupaban el carril central de la autopista. Habían pasado Bourg-en-Bresse y Mai-Brit había llamado a la oficina de alquiler de coches en Lyon para avisarles de que dejaría el coche en París.

– ¿Cuánto tiempo llevas?

– Escribí un artículo crítico hace ya unos años sobre un político local de Toulouse, un cacique sinvergüenza que se merecía que alguien lo exhibiera y despedazara en público. Pero por muchas pruebas que presenté contra él, el redactor jefe del periódico siempre se negó a publicarlo. De hecho, me prohibió seguir investigando y al final amenazó con echarme. Eso no hizo más que despertar mi curiosidad y empecé a seguirlos a los dos. Descubrí que había un club en la ciudad del que ambos eran miembros, un club que tenía un perfil muy bajo. Celebraban una reunión cada dos meses en una gran mansión patricia, y haciéndome pasar por ayudante de cocina durante la noche en que celebraban una de sus reuniones, conseguí colarme y esconderme detrás de las cortinas del salón de Lo Más Sagrado, donde descubrí por primera vez la hermandad secreta de la masonería.

Mai-Brit puso el intermitente y adelantó un camión cisterna. Finn-Erik había pertenecido a la orden masónica de Oslo, pero lo había dejado cuando nació Stig. Es decir, dijo que lo había dejado, pues Mai-Brit tenía la sensación de que algunas de las tardes que él llamaba ornitológicas transcurrían en compañía de los hermanos de la logia. A ella le daba igual si eran hermanos ornitólogos o de logia. Lo que no acababa de entender era por qué un club de hombres tenía que ser tan secreto. Al fin y al cabo, ella nunca había tenido la intención de prohibírselo. Era preferible eso a que saliera por ahí a dejarse azotar por alguna mujerzuela en tanga y botas de látex, o lo que fuera que se les ocurría a los hombres cuando hacían algo taimadamente. Debía de estar en sus cromosomas, esa fascinación por lo secreto. De pronto se dio cuenta de que LaTour la miraba de reojo.

– ¿De veras? -dijo Mai-Brit-. ¿Y qué pasó?

– Verás, fue un extraño espectáculo ver a unos hombres adultos comportándose como niños de doce años. Hablaban mediante giros pomposos y se dirigían los unos a los otros utilizando títulos honoríficos que eran dignos de un club de escoltas. -LaTour sacudió la cabeza y miró por la ventanilla-. ¡Si yo te contara! Me temo que no me creerías.

– ¿Qué quieres decir?

– Quién pertenece a esta clase de clubes masculinos. Lo que hacen, los planes que tienen. Naturalmente, algunos de los clubes son del todo inofensivos; puedes leer sobre muchos de ellos en los periódicos. Aunque también es verdad que algunos sirven de pantalla a otros grupos, más dudosos…

– ¿A qué te refieres con dudosos? -le interrumpió Mai-Brit.

– Lo que quiero decir es que algunas, pocas, de estas hermandades tienen como fin…- La Tour se quedó un rato pensativo, contemplando los tristes campos invernales que veía por la ventanilla de su lado-. Si te cuento que un ex primer ministro de Noruega es miembro de una orden secreta que no vacila en suspender la democracia si las circunstancias lo requieren, seguramente no me creerás.

Mai-Brit sonrió al pensarlo.

– No, me temo que tienes razón.

– Ya lo ves. Tal vez sea una exageración decir que es miembro. Pero lo que sí es cierto es que ese anterior primer ministro y su embajador en Estados Unidos mantuvieron algunas reuniones con la organización The Fellowship Foundation. ¿La conoces? -Mai-Brit sacudió la cabeza-. Se trata de una organización cristiana fundada en Estados Unidos con una red de contactos que poco a poco se ha ido extendiendo por la mayor parte del mundo y que sobre todo se ha hecho fuerte en Europa. Al principio, era una asociación abierta con el deseo expreso de convencer a la gente del planeta entero para que rezara por la mañana…

– No creo que rezar todos juntos tenga nada de malo -dijo Mai-Brit, en un tono de voz ligeramente airado.

– No, tienes razón. Es bastante inofensivo. Sin embargo, en los últimos cincuenta años, la agenda de la Fellowship ha cambiado considerablemente. La organización se ha vuelto más secreta, y sus ansias de poder notablemente mayores. En un documento interno al que he tenido acceso, un miembro de Fellowship escribe que han reconstruido la organización en «núcleos», y reconoce que han adoptado la idea de la mafia y de las células comunistas. Y en ese mismo documento, se exalta cómo Hitler, Lenin y otros entendieron la importancia de organizar y centrar el poder en un pequeño núcleo de personas. ¡Y después me preguntas si eso es fruto de un pensamiento poco democrático!

Mai-Brit miró impaciente a través del parabrisas.

– ¿Me quieres hacer creer que Bondevik ha participado en conspiraciones de alcance mundial? Perdona que te lo diga, pero me parece estúpido.

Simon LaTour le sonrió.

– Sí, estoy de acuerdo contigo. No creo que supiera con quién se había mezclado, con quién rezaba sus oraciones matinales. Porque seguramente eso era lo único que hacía. Y estoy de acuerdo contigo en que las teorías conspiratorias son estúpidas, al menos mientras no se llevan a la práctica. Por otro lado, me resulta difícil ver la política norteamericana tal como se ha desarrollado durante la era de Bush sin pensar en que las hermandades cristianas han conseguido satisfacer sus ambiciones ultraconservadoras durante su mandato. No he tenido tiempo para viajar a Estados Unidos e indagar en su mierda, pero me apuesto una botella de Ballantine's 12 Year Old a que Rumsfeld, Wolfowitz y la eminencia gris de Bush, Karl Rove, son todos «hermanos» de algún club cristiano. Mai-Brit resopló, irritada.