Simon LaTour miró por encima del hombro hacia el autobús.
– Sí. Invisible Brotherhood en inglés. Fraternitatis Invisibilis, en latín. Los miembros se ocultan tras unas capuchas cuando se reúnen, y cada uno de ellos sólo conoce la identidad de unos pocos miembros. Se trata de una organización prácticamente hermética, de manera que la orden es terriblemente difícil de deshilvanar.
¡Fraternitatis Invisibilis! «Effugium fraternitatis invisibilis», ponía en el papelito con la clave que había encontrado en Cambridge unos meses atrás. Tenía que ser la misma hermandad de la que Newton, en cierto modo, había intentado huir, los mismos hermanos por los que Newton había encriptado sus textos para mantenerlos en secreto. Mai-Brit miró la calzada intensamente.
– ¿Por qué te has interesado precisamente por esa hermandad?
Él la miró fijamente.
– Estoy interesado en todas, no en ésta especialmente. Pero creía que la hermandad invisible se había disuelto. Su poder y envergadura me abruma y he decidido dedicar algún tiempo y mis fuerzas en ella. En su época fue una de las órdenes más fanáticas que había. Si hacemos caso de los rumores, la organización imponía la pena de muerte a aquellos miembros que rompían los códigos secretos de la orden o la abandonaban. No eran los únicos en aplicar esta norma como principio, pero la hermandad invisible tenía fama de llevarla a la práctica. Hace ahora medio año, cuando me encontré por primera vez contigo en Londres, me cité con una fuente que me dio pruebas firmes de que esa hermandad sigue más activa que nunca, que se ha convertido en una de las órdenes más poderosas de Europa occidental. Parece extenderse como el cáncer en un cuerpo viejo y demacrado.
Mai cerró las manos alrededor del volante como si un fuerte viento hubiera sacudido el coche. Por primera vez desde que empezó el libro sobre Newton, se apoderó de ella la extraña sensación de estarse adentrando en terreno pantanoso y del que tal vez debería mantenerse alejada. Cuando en su Segundo secreto escribió sobre Newton invitado a ingresar en una hermandad por Mr. F, lo había hecho después de realizar una investigación a fondo y basándose en varios escritos y fuentes. Sin embargo, ella había escrito sobre una hermandad que, según todas las fuentes, se había extinguido. Como si hubiera escrito sobre el Tyrannosaurus rex, una criatura lúgubre, pero al fin y al cabo, muerta. Ahora, de pronto, este LaTour le decía que el monstruo seguía vivo y, además, que era más peligroso que nunca.
Mai-Brit desenroscó el tapón de la botella del refresco y bebió hasta vaciarla. Simon LaTour se había quedado callado, era obvio que estaba sumido en sus propios pensamientos, contemplando el paisaje gris que pasaba por delante de sus ojos. ¿Sería un hermano invisible el que ella presentía que la espiaba? ¿Había sido un hermano secreto quien había revuelto sus papeles en el despacho de la editorial? Pero ¿por qué iba a hacer eso? ¿También iban detrás de la fórmula de Newton? No, seguramente no eran más que tonterías. ¿Cómo podían saber que ella andaba buscándola, o que incluso la había encontrado? Era sencillamente imposible que lo supieran, nadie podía saberlo. Ella no se lo había contado a nadie.
Además: ¿quién era realmente ese tal Simon LaTour?
Una voz en lo más profundo de su cerebro le susurró que debería olvidarse de Newton y de todo cuanto lo envolvía.
Quemar las notas y volver a casa junto a su marido y sus niños, cuanto antes mejor. Dejar que otros se interesaran por el genio y sus secretos. Dejar de ser una nerd de Newton.
Sin embargo, le encantaba el trabajo sobre el genio y, además…, ¿acaso no había que arriesgar algo para vencer?
Capítulo 68
– Cuando entré en el piso, encontré a Even Vik inclinado sobre el cadáver con las manos ensangrentadas. Estaba rabioso, fuera de sí, intentó pegarme y dijo palabras que no deseo repetir en una sala de justicia. Todo indica que poco antes había descargado toda su ira sobre su madre.
Even recordó que el agente Molvik sólo había mirado al juez mientras hablaba.
El fiscal había dado un paso adelante y había preguntado si había habido alguien más presente en el piso.
– Su padre -respondió Molvik-. Sverre Vik estaba tumbado en la cama durmiendo.
El fiscal consultó sus notas en un bloc antes de preguntar si el agente podía explicar el estado en el que encontró al padre.
– Estaba dormido -dijo Molvik-. Se lo acabo de contar.
– Sí, pero ¿no es cierto que estaba ebrio? ¿Y no es cierto que tenía las manos y la ropa ensangrentadas?
– Estaba durmiendo, y era evidente que no estaba en condiciones de llevar a cabo un crimen como el que habían cometido contra su mujer.
– Usted no fue el primero en llegar al lugar de los hechos, agente Molvik; de hecho, usted no estaba de servicio aquel día. ¿Por qué difiere su declaración tanto de los dos testimonios policiales que hemos oído hoy?
– Los engañó el muchacho, es un diablo astuto, los convenció para que creyeran que había sido Sverre Vik. Pero yo he sido el compañero de Sverre durante diez años, once, para ser más exactos, y Sverre amaba a su esposa, él no era la clase de hombre que hace esas cosas. En cambio, el hijo…-Llegados a este punto, Molvik había mirado a Even, le había lanzado una mirada que recordaba a la del padre.
– Me odiaban por lo que era capaz de hacer -murmuró Even y se retorció en la cama cuando el dolor en el estómago volvió a atacarle.
Estaba escondido debajo del edredón, con las rodillas encogidas contra el pecho. Resguardado contra el día y la luz. Intentando que su cabeza olvidara los golpes contra sus ojos, el cerebro que martilleaba contra el cráneo pidiendo salir. Lo odiaban, esos cerdos, odiaban su cerebro. «Me odiaban porque el maestro de la escuela me dio clases especiales. Porque ya en segundo de primaria era capaz de hacer cálculos que ellos jamás podrían realizar. Porque la gente decía de mí que era un genio. El director del colegio vino a casa; era de la opinión que debería empezar en el instituto un año antes. El cerdo me odiaba porque no se atrevía a oponerse a todo. Él y su maldito compañero me odiaban porque yo era diferente.»
Even se fundió con la oscuridad del edredón. Los ojos se secaron y empezaron a escocerle en el calor bochornoso. Parpadeó.
– La golpeé -murmuró-, golpeé a la agente.
El sonido del cráneo reventando había estado oculto en sus oídos durante meses después, le había hecho despertar gritando en medio de la noche. Mai había tenido que abrazarle y lo había acunado hasta que volvía a dormirse.
¡Mai! ¡Dios mío, cómo la echaba de menos! Si Dios hubiera existido, él lo habría dado todo por recuperarla, por volver a tenerla en sus brazos. Debería haber roto su juramento, debería haber tenido un hijo con ella; debería haber hecho todo lo que ella le pedía; haber sacado toda su negrura a la luz; haberle mostrado todos los secretos; y haberla dejado que espantara todos los males con la fuerza de su bondad.
– Yo la golpeé -volvió a murmurar-. Pero creí que era un hombre. No lo descubrí hasta el día siguiente, cuando leí en la prensa que el agente era una mujer. Montada sobre el caballo no pude ver que…Yo no sabía…
Even escondió el rostro entre las manos, se quedó inmóvil. Imágenes de mujeres, la madre, la agente, Mai, Susann, desfilaron ante su mirada interior. La última no quiso rendirse, se grabó a fuego en su retina, Susann, ¿por qué tuvo que morir? ¿Qué parte de culpa tenía él? ¿Cuál era el alcance de su maldad? ¿Tendría algo que ver con los perseguidores de Mai? No conseguía adivinar cómo había podido… Y ahora Kitty estaba fuera, cuando más la necesitaba…
Un tubo catódico de su cerebro se fundió, y Even se perdió.