– Probablemente, lo más adecuado sería calificarlo de trabajo de riesgo -murmuró Even y puso el intermitente para girar hacia Kringsjá.
Cuando aparcó delante de la casa de Finn-Erik, Even descubrió que habían colgado una bandera a un lado de la puerta principal. Habían atado un globo rojo y otro azul a la barandilla. Finn-Erik abrió la puerta y lo miró sorprendido.
– ¿Cómo sabías que…? -preguntó y miró boquiabierto los regalos.
– ¿Qué sabía? -dijo Even y entró.
Stig salió corriendo al pasillo con una corona de cartón sobre la cabeza. «STIG 5 AÑOS», ponía en letras doradas entre pegatinas de Spiderman y el capitán Diente de Sable.
– ¡Hola, Stig! ¡Felicidades! -Stig miró con los ojos abiertos los cuatro paquetes-. Dos son para Line.
Even disfrutaba viendo los brazos afanosos que arrancaban el papel de regalo a tirones grandes.
– Me preguntaba si podrías imprimirme la lista de teléfonos del móvil de Mai -consiguió susurrarle Even a Finn-Erik en un momento inadvertido.
Finn-Erik graznó:
– Eh, sí, claro. Te la daré antes de que te vayas. ¿Te han dado una paliza o qué?
Even se llevó la mano al ojo.
– Choqué con una puerta.
– Por cierto, recibí la visita del inspector Molvik de la comisaría. Sólo quería informarme de que estaban realizando algunas investigaciones alrededor de la muerte de Mai-Brit.
– ¡¿Vino a verte hoy?!
– Sí, esta misma tarde. Estuvo muy simpático, se sentó a charlar conmigo un buen rato, quería saber cómo estaba la familia. Me preguntó si estaba en contacto contigo. Me parece que se sorprendió al saber que tú y yo nos entendíamos.
Even intentó sonreír y murmuró:
– Sí, claro.
– Quería saber qué habíamos averiguado, y le comenté lo que te había dado Kitty, y que habías estado en Londres. Le dije que debería hablar de ello contigo.
Even reprimió un suspiro.
– Ahora hay tarta -dijo Finn-Erik señalando en dirección al salón de estar.
El padre de Mai, su hermana y su cuñado, junto con sus dos hijos adolescentes enfurruñados, estaban sentados alrededor de una mesita de sofá bien pertrechada. Even saludó y dijo que sólo había pasado para dejar los regalos, que tenía una cita y que no quería molestar. En un tono bonachón, Finn-Erik le obligó a sentarse en una silla y le sirvió una taza de café. Había sitio para uno más, no había problema. La hermana le lanzó una mirada ceñuda y apenas le devolvió el saludo. Stig pidió poder ver una de las películas de Chaplin enseguida.
– Primero la tarta -dijo Finn-Erik.
Antes había que cortar una tarta de varios pisos con cinco velas. Stig las sopló en dos intentos. Todos aplaudieron.
– ¿Has chocado con una puerta? -le preguntó el padre de Mai.
Dos horas más tarde Even cogió el coche hacia Sognsvann y una vez allí aparcó. Lloviznaba y Even se subió el cuello de la chaqueta por encima de las orejas mientras trastabillaba entre los árboles en dirección al agua. Estuvo paseando durante una o dos horas por los senderos alrededor del lago, anduvo hasta que sus piernas adquirieron la dureza de dos puerros cocidos y la neblina nocturna lo volvió todo frío y húmedo. Hasta que sus zapatos acabaron sucios y sus calcetines empapados. Descubrió un banco cerca de la orilla y se sentó; le daba igual que el trasero de los pantalones se le mojara. Una pareja de cisnes le envió unas miradas furibundas y Even pensó en números, como llevaba haciendo desde que abandonó la fiesta de cumpleaños. Números bajos, como el 5 y el 9. Realizó algunos cálculos con ellos, como si las matemáticas fueran símbolos demoniacos y él sólo tuviera cinco años y no hubiera visto antes números como aquéllos. Al final temblaba tanto que los dientes empezaron a castañetearle; se puso en pie y volvió al coche encorvado. Pasó por delante de la escuela superior de deportes sin pensar en Kitty; atravesó la primera y tenue luz del día y al llegar a casa se metió en la cama y se envolvió en el edredón, escondiéndose en él como un niño de cinco años que tiene miedo a la oscuridad. Sintió un sofoco y tuvo que sacar la cabeza; miró el póster de The Clash y se preguntó si a «él» también le acabaría gustando la misma música. De pronto pensó que él, EvenVik, tendría que empezar a cuidarse, a comer sano, no alimentarse sólo a base de pizzas; cuidarse y no ponerse a sí mismo en peligro. Tenía que asumir responsabilidades.
Una duda se coló en su mente. ¿Sería verdad? ¿No podía Mai haberle sido infiel?
No, ella no era así… no había sido así. En su mundo, esas cosas no se hacían. Tendría que llamar a Finn-Erik y preguntárselo. En cuanto se hiciera de día.
Capítulo 71
– ¿Sí?
– Hola, soy Even. Gracias por la fiesta de ayer, estuvo muy simpática.
– Oye, Even, estoy a punto de dejar a Stig con la canguro… ¿Podrías llamarme más tarde?
– Sólo será un momento. Eh… esa lista de teléfonos, los… eh, números que aparecen, ¿no conocerás alguno de ellos, quiero decir, los nombres de las personas que tienen esos números de teléfono?
– No, si no aparece el nombre al lado, no. ¿Has visto que he escrito el nombre con bolígrafo?
– Sí, bueno. Es verdad, pero… -Even se rascó la cabeza. Maldita sea, qué difícil era.
– ¿Pero? -La voz de Finn-Erik sonaba impaciente-. ¿Eso era todo lo que querías preguntarme?
– No, bueno, eh… Había una cosa más, pero creo que puede esperar.
Finn-Erik colgó y Even se sintió como un idiota. Miró la hora y agarró las llaves del coche.
A las nueve, Even estaba delante de la puerta de la sección de apartados de correos de la oficina de correos de Vika y en cuanto el funcionario abrió la puerta cuando ya estaba dentro, giró a la izquierda y trotó a lo largo de las cajas azules.
Nervioso, se inclinó y metió la llave en la cerradura del apartado de correos número 1220, titubeó y se preguntó qué haría si también éste era el equivocado. Entonces metió la llave y notó que la cerradura cedía como si estuviera recién engrasada. Abrió el apartado y sacó un enorme sobre forrado con sellos franceses. Estaba muy lleno y cerrado con dos clips, que primero tuvo que enderezar para poder retirarlos.
– Sólo quiero ver si…-murmuró, como si necesitara disculparse por su curiosidad.
Uno de los clips cayó al suelo. Even se puso de cuclillas, metió el sobre en el cajón con la apertura hacia fuera y sacó un montón de papeles y un diario. Hojeó lentamente los papeles, se trataba de unas notas sobre la vida privada de Newton, sobre las cartas a sus amigos y sobre visitas y reuniones secretas; fechas y nombres dispuestos en columnas, quién había sido ayudante, amigo y conocido de Newton, y cuándo; copias de libros y artículos, transcripciones de los libros de Newton; el diario. Even lo abrió al azar.
19 de noviembre, París
Hoy he viajado de Ginebra a París en compañía de Simon LaTour.
Es un tipo curioso. Me contó una historia tan fantástica que hay que ser autor de novelas de suspense para inventársela. Era sobre el azote de Europa, una hermandad secreta que urde su red por todos lados. Es el reverso de la ficción, algo con lo que tengo que andarme con ojo: es decir, estar tan atrapada por las posibilidades sin límite de la narrativa que la credibilidad de la historia se ve amenazada.
No me gustó que mencionara a la hermandad invisible. Es casi como si hubiera leído el papelito de Newton que encontré en Cambridge, o como si hubiera leído lo que he escrito sobre la reunión de Newton con Mr. F y el gran maestro. No estoy segura de si fue una advertencia dirigida a mí, un mensaje indirecto con el que pretendía decirme que me está vigilando, si es que realmente es él.