El inspector Bonjove hizo caso omiso del sarcasmo, y se quedó un rato sumido en sus pensamientos antes de volver a fijar la mirada en Even.
– A lo mejor no la conocía tan bien como creía.
– ¿A qué se refiere?
– O tal vez sí la conozca bien, pero no quiera admitirlo. -El inspector se llevó la mano al bolsillo y sacó algo que mantuvo oculto-. Antes me preguntó si estaba bajo los efectos de alguna droga. Esto es lo que encontramos entre su equipaje. -Arrojó una bolsita transparente que contenía un polvo blanco sobre la mesa, que finalmente aterrizó al lado de la copa de Even-. ¿Era usted su camello? ¿Es por eso que tiene tanto interés por lo que le ocurrió a Mai-Brit Fossen?
Capítulo 10
«Hay que trabajar con el futuro, estudiarlo en detalle, convertirlo en historia», pensó al adentrarse en Hyde Park. Londres mostraba su rostro habitual, gris y algo ventoso, aunque seco. Mai-Brit abandonó el sendero, cruzó el césped, y oyó cómo las ramitas secas crujían bajo sus pies. Una ardilla trepó por un árbol, y al pasar Mai-Brit por su lado, asomó la cabecita por detrás del tronco con unos ojos redondos y negros. Entre los árboles avistó Serpentine, el lago rectangular que hizo construir la reina Carolina diez años antes del nacimiento de Newton.
La historia es viva y cambiante, no es una imagen anquilosada e inamovible del pasado, tal como parecen creer muchos. El pasado siempre tiene algo nuevo que ofrecer, siempre y cuando se cambie el punto de vista. Encontró un banco libre y paseó la vista por el parque, sonriente y pensativa, mientras se comía los restos de una muffin de arándanos.
Era la incertidumbre, el hecho de que nunca supieras del todo qué nuevos aspectos de un viejo asunto podían aparecer en un archivo desconocido, en cartas olvidadas o en nuevos yacimientos arqueológicos lo que la había llevado a elegir la historia como profesión. La vida era demasiado corta para dedicarla a la rigidez, a todo aquello que se convertía en estatuas de sal por culpa de viejos prejuicios y frases trasnochadas.
Se limpió los dedos a lametazos y abrió su maleta de trabajo, lo que otros llamaban maletín [1] (nunca le había gustado ese nombre por lo que tenía de carga negativa, pues su relación con el trabajo siempre había estado marcada por el placer, priorizándolo, cuando podía, por encima de todo; los niños y la familia primero, luego el trabajo). Esa fue una de las exigencias que puso a la editorial Phönix y a Odin Hjelm: que no trabajaría más de lo que la familia le permitiera, y eso sólo lo podían decidir ella y la familia. No el director de una editorial, ni una fecha límite. Sus exigencias habían contribuido a convertir el trabajo en lo mejor que le había pasado, al menos en el ámbito profesional. Sencillamente, lo amaba, cada día iba al trabajo ilusionada, presta a emprender nuevos proyectos y enormemente entusiasmada por el futuro que la aguardaba.
Un perro se le acercó moviendo la cola y le olió los pies con cautela. Ella le sonrió, se inclinó hacia delante para acariciarlo, pero el perro se retiró y desapareció pegado a los talones de un joven que pasó corriendo al son de una melodía heavy que escuchaba a través de unos auriculares. Mai-Brit le auguró una temprana reducción de la capacidad auditiva.
De uno de los bolsillos de la cartera extrajo un bloc de notas negro y rojo. Libro de trabajo para el proyecto Newton, ponía en la portada. Sacó un bolígrafo de la cartera, abrió el bloc y escribió:
14 de abril de 2004-. Estoy en Londres (con motivo de la serie Daniel Defoe) y he dedicado medio día a visitar The Newton Project en el Imperial College y luego en la Royal Society. Me dieron una relación de los archivos y las colecciones donde me pueden ofrecer ayuda. También he comprado un par de libros en una librería de viejo que me recomendó Simon La Tour, un tío con el que coincidí en un acto social de Next Book Press, ayer por la noche.
Llevaba un diario de las ideas que iba teniendo, sólo para poder hacer una composición general. Puesto que a menudo era la responsable de entre cinco y diez proyectos a la vez, era fácil que se olvidase de detalles importantes o perdiese de vista la perspectiva inicial. Entonces era bueno poder retroceder y leer viejas anotaciones, por ejemplo, de cuando el proyecto lo componían apenas unas ideas vagas. Inconscientemente, pasó las hojas hasta llegar a la primera página y leyó:
5 de abril de 2004, Oslo-. Mantuve una conversación con Odin Hjelm la semana pasada. Me propuso hacer un libro sobre Isaac Newton. No sobre sus obras cumbre en los campos de las matemáticas y la física, sino sobre sus secretos. Odin ha leído en una biografía que hay bastante «material muy fuerte» al que hincarle el diente, y me dio un par de ejemplos. Ahora llevo una semana dándole vueltas, averiguando qué publicaciones han salido sobre Newton en los últimos años, sobre todo en el mercado inglés y voy encontrando la idea cada vez más interesante. Parece ser que hay un punto de vista que no ha sido explorado todavía. De todos modos, no es tan claro como Odin cree.
La siguiente anotación databa de tres días más tarde:
8 de abril de 2004, Oslo-. He hablado con el profesor Thompson por teléfono y me ha dado algunos consejos. No le conté cuál era la idea originaria del proyecto, sólo le dije que se trataba de un libro sobre Newton en el que voy a trabajar. Tendré que ir a Londres la semana que viene para hacer algunas visitas a editoriales, y dedicaré parte del tiempo a hacer algunas averiguaciones. Tengo buenas sensaciones sobre el proyecto Newton.
Cerró el libro, se inclinó y sonrió al ver dos pajaritos que buscaban migas de muffin que hubieran podido caer entre la hierba. Las buenas sensaciones seguían vivas.
Capítulo 11
– Mai nunca… -Even miró fijamente la bolsita con el polvo blanco. Agarró la copa y se la llevaba a la boca cuando de pronto recordó que estaba vacía-. Odiaba las drogas. ¡Si ni siquiera fumaba, maldita sea! Nunca tocaba el alcohol, sólo el vino. Ella odiaba todo lo que pudiera…-Even dejó la copa sobre la mesa y se secó la saliva de los labios. Su cabeza se sumió en el silencio, todo a su alrededor era quietud. La ciudad se había vuelto blanca y negra, muda.
– ¿Todo lo que pudiera…? -El inspector Bonjove cogió la bolsita y se la metió en el bolsillo sin soltar a Even con la mirada.
– Todo lo que pudiera… -Even no lograba alejar la mirada del bolsillo del inspector-. Todo lo que pudiera estropear su cerebro, solía decir. Cosas que pudieran aturdiría o que le hicieran perder el control. Era una freak del control, al menos cuando se trataba de este tipo de cosas.
Even se hundió en el asiento, y se quedó mirando al vacío, sin ver nada. Poco a poco, los sonidos de la ciudad fueron acoplándose, parpadeó, y descubrió los colores de una camioneta, recordó que había más gente en el mundo, que estaban sentados en medio de París.
Las mesas con los manteles a cuadros rojos y blancos cubrían la plaza en filas que daban a la calle, y el inspector y Even ocupaban la mesa que estaba más cerca de la puerta abierta. Al otro lado de las ventanas había más mesas y una barra larga. Mai había elegido la mesa que estaba situada en el centro. Como si quisiera que la viera cuanta más gente, mejor. ¿O era la única mesa que quedaba libre? Un camarero pasó por su lado con dos platos en las manos. El olor a ajo y a baguettes recién hechas rozó a Even. Se tocó la nariz.