No dudaba de que se trataba de una trampa que le habían puesto. ¿Sería Molvik quien estaba detrás de todo aquello?
Cerró la puerta principal con llave y entró en el salón. Pasó una mirada rápida por la estancia, comprobó que los papeles estaban donde tenían que estar sobre el escritorio, el emplazamiento de las sillas, CD y revistas en el sofá. Había ampliado el control desde la visita del «fontanero» Poulsen. No, no había recibido ninguna visita.
Metió la llave del apartado de correos en un cajón del escritorio, la miró fijamente antes de volver a cerrar el cajón con la rodilla. ¿Quién diablos podía saber que había tenido la intención de ir a la oficina de correos precisamente hoy?
Sonó el teléfono. Even lo cogió y gruñó:
– ¿Sí?
– Hola, soy yo, Kitty. ¿Te pasa algo? Pareces de mal humor.
– Bueno, que no encuentro unos papeles -dijo Even y se sentó en la silla-. ¿Cómo te va a ti por allí abajo?
– Bien. Ahora mismo salimos para la pista de entrenamiento… Sólo llamaba para interesarme por… quiero decir, ¿qué pasó ayer? ¿Tienes problemas? ¿Qué quería la policía? Ayer intenté llamarte, pero… tenía miedo de que te hubiera pasado algo.
– No, tranquila, Kitty. Todo va bien, no te preocupes. Salí ayer por la tarde, de hecho fui a una fiesta de cumpleaños, el hijo mayor de Mai y eh… de Finn-Erik, Stig, cumplió cinco años. -Even se encogió en la silla y echó un vistazo a la cajita al lado del teléfono. Estaba encendida la luz verde. Ningún oído extraño los estaba escuchando-. Y lo de la policía no era más que un control rutinario. Creo que uno de los jóvenes del domingo pasado ingresó en el hospital y me reconoció. Querían oír nuestra versión del asunto. Algo así… No lo sé exactamente. Se marcharon enseguida, después de que hablaran contigo por teléfono; parecían satisfechos.
Y ni siquiera era mentira, pensó Even. Molvik, ese cerdo, se había mostrado tan satisfecho que parecía un presidente americano que acababa de conseguir una nueva victoria electoral ayudándose de artimañas.
– Entonces, ¿todo está bien? ¿Estás seguro? -Kitty no parecía convencida. Even se dio cuenta de que le alegraba oírla, que se alegraba porque alguien se preocupara por él. Hacía mucho tiempo que nadie se había molestado en hacerlo.
– Sí, claro, no pienses más en ello. Sólo preocúpate de pasarlo bien y disfrutar del calor. Por cierto, ahora que tengo a un médico al teléfono…
Even titubeó, ¿hacía bien preguntándoselo?
– ¿Sí…?
– Bueno, verás. Si te han cortado el conducto, ya sabes, si te han esterilizado, ¿puede volver a unirse, por sí solo, quiero decir, de manera que se vuelva a poder…? Bueno, ya sabes.
– ¿Que se pueda volver a fecundar?
– Sí.
– Sí, alguna vez ha pasado. Como ya sabrás se secciona un pedacito del conducto seminal de ambos testículos, y alguna vez ha ocurrido que los extremos del conducto hayan entrado en contacto de nuevo y hayan conseguido transportar una cierta cantidad de semen. Aunque sólo ocurre en contadas ocasiones.
– ¿Cuánto de contadas?
– Bueno, no lo sé, un par de veces o tres de cada mil, algo así, creo. ¿Por qué?
– No, era sólo que… uno de mis amigos de la universidad me llamó ayer. Su mujer se ha quedado embarazada, a pesar de que él se hizo la operación hace doce años, y él se enfadó porque sospecha que ella podía tener un amante. Me pareció haber oído antes lo que tú me acabas de contar, y por eso…
– No estarás nervioso por haberme dejado embarazada, ¿verdad? -se rió Kitty en el teléfono.
– ¿Yo? No, por supuesto que no. ¿Es que crees que puedo haberlo hecho?
De pronto Even se puso nervioso.
– Lo dudo. Llevo un DIU y, además, acaba de bajarme la regla. Pero ahora tengo que dejarte, los demás me esperan.
– Sí, de acuerdo. Por cierto, una pregunta más. ¿Cuándo te dio Mai el sobre para mí, lo recuerdas?
– ¿Exactamente?
– Lo más exacto que puedas…
– Bueno, veamos. Creo que fue en el mes de noviembre, a mediados… ¿Por qué?
– No, por nada, sólo preguntaba. -Muy bien, pero ahora tengo que…
– Sí, claro, entiendo, no te molesto más. Gracias por llamar -dijo Even y colgó.
23 de septiembre. Fue entonces cuando Mai había enviado el primer diario al apartado de correos. Con una sinopsis acabada, muchas notas y dos secretos.
Noviembre, había dicho Kitty, a mediados. Se quedó pensando un rato, seguramente Mai había metido la sinopsis inacabada y algunas notas al azar en el sobre, sólo con el Primer secreto, y nada más que eso, para llamar su atención y despertar su curiosidad. Al fin y al cabo, tenía que asegurarse de que él fuera a llegar hasta el final, que se preguntase por la nota de Hermes Tris, que llegara a la fórmula de Newton. Esa debía de ser la razón por la que había una discordancia…
Padre. Papá. Palabras que para Even siempre habían significado miedo y odio. Sinónimos de paliza, de golpes e insultos. De maldad. Respiró hondo y miró por la ventana. ¿Podía llegar a ser distinto? ¿Sería capaz, si se encontraba en el otro extremo de la palabra, en el del que la recibía, sería entonces capaz de hacer que contuviera… bondad, alegría… amor? ¿Sería posible con la vida que había llevado? ¿Sería capaz de mantener la maldad en jaque, sabiendo como sabía que estaba allí, esperando que la aumentaran?
Cinco años. Ayer. No podía ser de ninguna otra manera. Mai lo abandonó hacía ahora cinco años, siete meses y… unos días. Para su asombro, descubrió que había dejado de llevar la cuenta. Eso quería decir que Mai estaba embarazada, de apenas dos meses, cuando lo dejó. Según tenía entendido, pasaron un par de meses hasta que conoció a Finn-Erik. Por lo tanto, él, Even Vik, tenía que… ser el padre de Stig.
Even miró por la ventana. El escarabajo rojo resplandecía al sol de la mañana, la lluvia de anoche lo había limpiado. Miró calle abajo, verificó si había coches extraños aparcados más abajo. Miró a la gente que pasaba por delante de su casa, a pie o en coche. Se volvió y miró los papeles que había sobre la mesa.
Vulnerable. De pronto era vulnerable. Tenía un hijo que podían utilizar en su contra. Si alguien se enteraba… No, él no se lo diría a nadie, no pensaba llamar a Finn-Erik para preguntarle nada. Nadie debía saberlo.
Sin embargo, Finn-Erik lo sabía. Tenía que saberlo. Mai había estado embarazada de cuatro meses cuando se conocieron. Aunque no sabía que Even lo sabía. Y era mejor así. Para siempre, eternamente. Even no era un tipo paternal, no era un buen modelo para un niño, no era apto para asumir una responsabilidad como aquélla. Finn-Erik, en cambio, era el papá más bueno y afectuoso del mundo. Sin maldad en los genes. Aburrido, pero bueno.
La decisión estaba tomada.
Even se acercó el Tercer secreto. Se sorprendió del título -¿qué movimiento en la física no se circunscribía en la ley de Newton?- y empezó a leer.
Capítulo 74
Tercer secreto
Física en movimiento… (sin ley)
Trinity College, Cambridge, Inglaterra 17 de octubre de 1672
El calor de la estancia era enorme, el hornillo de hierro casi ardía y el contenido de la tina hervía alegremente a borbotones que se rompían con unos fuertes chasquidos.
– Pásame el ácido clorhídrico, por favor -dijo Newton y removió la tina.
– ¡¿El ácido clorhídrico?! Pero entonces… -Wickins miró confuso a su compañero de piso.
– Una cucharada -Newton señaló una cuchara de cristal que había sobre la mesa de trabajo-. Probar y errar, Wickins, probar y errar, así es como se aprende. Régulo de hierro 91/4, cobre 4 dio una sustancia con una membrana hueca y hemisférica. Quiero limpiar la mezcla y volverla sublime.