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Se trataba, desde luego, de una temática compleja, así que era posible que Mai hubiera optado por ahondar en ella en la parte documental; sin embargo, el secreto seguía pareciéndole inacabado a Even. Por otro lado, Mai no era de las que tiraban por el camino más fácil ni tomaba atajos. Una vez Even le había dicho, en broma, que ella, al contrario de los demás, no iba por el atajo sino que se entretenía examinando las piedrecitas del camino, primero las de un lado y luego las del otro. Ella se había reído y, en parte, le había dado la razón.

A lo mejor había escrito algo en el diario sobre ese tema. Even lo cogió y empezó a leer desde el principio.

Encontró una especie de respuesta el 30 de diciembre.

He escrito y tachado y añadido, pero no acabo de estar satisfecha con el tercer secreto. Temo que se vuelva demasiado «tórrido», demasiado «salsa rosa». Por eso me he mostrado demasiado abstracta (¿vaga?) en mi aproximación. Otra cosa es que los indicios son tan poco concisos que siento que traspaso un límite invisible si «me mantengo firme», a pesar de que estoy segura de que Newton realmente mantuvo relaciones íntimas, primero con Wickins y, más tarde, con Nicolás Fatio.

De hecho, también me siento como una cobarde. Debería mantenerme firme, pero… Creo que tiene que ver con mi origen, ¿o tal vez no sea más que una excusa tonta? No, es más difícil de lo que creí en un principio ser una muchacha cristiana adentrándose en el espacio público para enfrentarse a las relaciones sexuales masculinas. Aun sintiendo que he dejado atrás los prejuicios y las supersticiones. Pienso horrorizada en la posibilidad de que tenga que dar la cara públicamente y hablar de estas cosas.

No dudo de lo que me dirá Odin Hjelm. «¡Pisa fuerte! ¡No te achantes! ¡Sigue! No te cortes. Esto es interesante, la gente tiene derecho a saberlo.»

Sí, eso creo, debe de ser así. Pero ¿realmente es tan importante?

No sé. Dejemos que repose y ya veremos qué hago al respecto. A lo mejor el año que viene soy más valiente.

¿Más valiente? Even dejó caer el diario en el regazo.

Maldita sea. Mai no se conocía a sí misma. Si había alguien valiente en este mundo, ésa era ella. No había muchos capaces de ir al encuentro de la muerte como había hecho ella, ni siquiera por sus hijos. Valiente e inigualable Mai.

Even miró fijamente sus manos, que descansaban abiertas sobre el diario. Ella estaba allí, en las palmas de sus manos, lo sentía, en los poros de su piel, en la memoria de sus células, para toda la eternidad. Su piel, trémula, turbadora como una ecuación con cuatro incógnitas, a la vez lenitiva, elástica y, sin embargo, quebrada por lunares, pecas y pequeñas cicatrices.

El vientre redondo, «el lugar más dulce y suave del mundo», como solía decirle. El pelo oscuro que tenía ondas pero no se encrespaba. Los labios suaves que besaban sus dedos, capaces de destrozarle con una sonrisa en cualquier momento. Las puntas de sus dedos la recordaban mejor que cualquier grabación en vídeo.

Su mirada se perdió, la añoranza roía su corazón como termitas. Desde la ventana vio el coche, vio al vecino cavando en el jardín delantero, plantando un arbusto o lo que fuera. Volvió al sofá y siguió leyendo desazonado. De pronto se detuvo. Había algo más que le corroía, algo que tenía que ver con el libro de Newton, o las claves, ¿o…? No lo sabía.

Durante el mes de enero, Mai estuvo trabajando bastante en la parte documental del libro, sistematizándola y escribiendo borradores de los capítulos. A principios de febrero había vuelto a París.

8 de febrero, hotel Bersolys, París

Hoy fui a ver a Julius d'Alveydre, el coleccionista que en su día compró una parte importante de la colección Duillier. Su casa, no, mejor su residencia, no está lejos del hotel, cerca del jardín de Luxembourg, y decidí pasar por allí primero. Desgraciadamente no estaba en casa. O, mejor dicho, su hijo no estaba. Una mujer (¿el ama de llaves?; no parecía una esposa) me dijo que Julius d'Alveydre murió hace ahora casi treinta años, pero que encontraría a su hijo Julius d'Alveydre, en tres semanas. Estaría en la casa de la familia en el sur de Francia hasta finales de mes.

Por lo tanto, no tuve otro remedio que armarme de paciencia.

Después estuve paseando por el Quartier Latin intentando encontrar a Bernano y su librería de viejo. También sin suerte. Al fin y al cabo, el hombre podría estar muerto, algo muy probable, puesto que hace setenta años que los libros fueron comprados. O la tienda puede haber cerrado. O a lo mejor ha cambiado de propietario y ahora tiene otro nombre.

No he pedido ayuda. Porque me han estado vigilando durante todo el día, ¡y no se trata de ninguna paranoia! Estoy segura. Por dos veces he registrado que un hombre robusto con barba me miraba desde la distancia, apartaba la mirada cuando yo le miraba. Se parecía a Simon LaTour, pero no creo que fuera él. Quise acercarme a él, hablar con él, preguntarle qué quería; pero entonces desapareció por una esquina y no volví a verle.

10 de febrero, París

¡He encontrado la librería de viejo de Bernano! Es decir, ahora se llama de otra manera: Livres et Antiquités. Es una mezcla de quiosco para turistas, anticuario y tienda de viejo. ¿Un hijo de los tiempos modernos…? El propietario es un sobrino del anterior propietario y no sabía nada de que alguna vez hubieran comprado libros en Ginebra. En cambio, sabía que había algunas cajas de libros en la buhardilla que no había tenido tiempo de catalogar. (Hacía apenas quince días que se había hecho cargo de la tienda.) A lo mejor la colección estaba allí, dijo. Acordamos que volvería al día siguiente, en cuanto hubiera abierto, porque era entonces cuando más tiempo podría dedicar a ayudarme.

Mientras estaba hablando con el propietario, el hombre de ayer entró en la tienda. Se colocó al lado de una estantería justo detrás de mí y se puso a mirar en un libro. Le olí, y ahora recuerdo dónde le he visto antes: el año pasado estuvo en la biblioteca en Cambridge mientras yo estudiaba a Newton; recuerdo el hedor de su sudor agrio. Fue como una especie de manifiesto: «¿Ves? He permitido que veas que te estoy vigilando».

No sé qué hacer, porque no hay duda de que oyó el acuerdo al que llegué con el propietario de la tienda. Cuando me fui, él se quedó en la tienda; de no haber sido así, le habría preguntado qué pretendía, qué quería de mí. Sin embargo, no he vuelto a verle durante el resto el día.

Es desagradable. Me siento ultrajada, siento que me están pisando y, al mismo tiempo, tengo miedo. Me he trasladado al hotel grande de Montmartre para librarme de él.

Por cierto, recibí una llamada de Simon LaTour ayer noche. Llegará a París mañana y se preguntaba si estaría hospedada en el mismo hotel que la última vez. De hecho, así es, casualmente… ¡vaya! Dijo que había llamado a la editorial y que había hablado con Odin, quien le había dado mi teléfono móvil y le había contado que estaría en París toda la semana.

Es extraño… resulta sospechoso que me haya llamado el mismo día en que descubro que me vigilan abiertamente.