– No, no lo sabía -dijo Saikh.
Molvik lo miró de reojo. La mirada de la jefa de policía volvió a posarse en Molvik.
– Supongo que estarás al corriente del parentesco entre ese tal Even Vik y Sverre Vik, tu antiguo compañero en el cuerpo de policía.
Molvik adoptó un semblante con el que pretendía parecer sorprendido, aunque cambió de opinión y dijo que sí lo sabía.
– Pero eso no tiene importancia para el caso que tenemos entre manos -añadió.
– ¿De verdad? -Las cejas pintadas de la jefa de policía se arquearon unos segundos hasta que de pronto volvieron a relajarse-. Soy más joven que tú, Molvik, y yo no estaba en este cuerpo en los ochenta, ni siquiera en esta ciudad, pero conozco la historia de Sverre Vik. Es una historia que conocen todos, aquí, en la comisaría. A la semana de estar aquí, ya hubo alguien que utilizó su historia como ejemplo aterrador de hasta qué punto el poder de un uniforme es capaz de corromper a un ser humano. -La jefa de policía se echó tranquilamente hacia atrás en la silla y el cristal de sus gafas lanzó un breve destello al mirar a Molvik a los ojos-. Sverre Vik era un cerdo. Resulta difícil encontrar una palabra que lo describa mejor, y tú fuiste su compañero. Por ahí, en las calles, al referirse a él utilizaban el nombre de Himmler, porque a algunos de nuestros ciudadanos más ancianos les recordaba la guerra. En casa, Sverre Vik tiranizó a su hijo y a su esposa todo lo que pudo, y lo hizo durante muchos años, hasta que finalmente acabó por asesinar a su mujer y por acusar a su hijo de haberlo hecho. El único que no quiso comprenderlo fuiste tú, Molvik.
El inspector se había puesto rojo. Miraba fijamente a la mujer que se sentaba al otro lado de la mesa de escritorio.
– No tengo por qué aguantar esa clase de insinuaciones de una… una…
– ¿De una mujer? -preguntó la jefa de policía con la boca levemente torcida en una sonrisa afilada-. Sí, Molvik, sí tienes. Y para tu información te diré que he recogido diversos sucesos e incidentes en una carpeta que, a lo mejor por separado no, pero sí en su conjunto, bastan para que tu puesto en el cuerpo sea reconsiderado. Mi consejo es que, a partir de ahora, mantengas un perfil cuanto más bajo mejor, que sigas las normas a rajatabla y te olvides de emprender cualquier movimiento a favor de tu deseo de venganza. Y también se ha terminado lo de trabajar con el puño cerrado. Esto es una orden. -Miró un instante a Mohamad Saikh, como si estuviera considerando aprovechar la ocasión para darle, a él también, una reprimenda. Finalmente, decidió dejarlo e inclinó la cabeza secamente-. Podéis iros.
Molvik y Saikh ya estaban saliendo por la puerta cuando la voz de la jefa de policía les hizo detenerse:
– En cuanto al análisis realizado por los forenses, resulta que las muestras tomadas del purito y de las servilletas de papel no coinciden. Es decir, que no fue Even Vik quien se fumó el purito. -Les ofreció una hoja de papel y Mohamad Saikh volvió sobre sus pasos y la cogió-. Tendréis que buscar por otro lado.
Capítulo 81
Se había puesto en marcha un proceso alquímico.
Lentamente se fue abriendo paso desde el pecho hacia el resto del cuerpo, convirtiendo, una por una, las células en metal pulido, los huesos y las articulaciones en cobre, los músculos y la sangre en hierro y mercurio. El corazón en plomo. Mientras la maquinilla de afeitar suavizaba el mentón y las mejillas, Even notó cómo los movimientos del cuerpo se volvían mecánicos y el corazón se enfriaba y se solidificaba como la lava al entrar en contacto con el mar. Even se duchó. Mientras, un plan iba tomando forma, un plan que debía encontrar el equilibrio adecuado entre destino y azar, entre la venganza y la purificación. Se quedó un buen rato debajo del chorro de agua helada, preparándose para el frío de la noche, antes de secarse y vestirse con un jersey oscuro y unos pantalones de chándal de color azul marino. Se puso un cinturón por encima del jersey. En el armario del pasillo encontró un viejo par de zapatillas de correr y un par de guantes de piel que debería haber tirado hace tiempo. Tenían agujeros en los índices que Even remendó con tiritas que después pintó con un rotulador negro. Salió a la calle con un trapo en la mano y empezó a pulir la pintura del escarabajo rojo, como si sólo pretendiera mantener el coche limpio y resplandeciente. Cuando llegó a la parte trasera, pasó disimuladamente la mano por el interior del guardabarros hasta que encontró el transmisor GPS. Lo desprendió y recorrió el lateral del coche; frotó la parte inferior de la puerta mientras dejó que el imán del transmisor se adhiriera a la parte inferior de la rejilla del desagüe, en el borde de la acera.
La frase que le había condenado a hacer lo que ahora estaba a punto de emprender le volvía a la cabeza una y otra vez: si el diario de Mai decía que había encontrado la fórmula de Newton en marzo, y a Kitty le entregaron el sobre donde hacía referencia a Londres en noviembre del año pasado, uno de ellos tenía que ser una falsificación. Ambas posibilidades eran imposibles. Era como decir que dos más dos son cinco.
En el centro comercial más cercano encontró una tienda de deportes donde compró un hacha corta que estaba pensada para ir colgada del cinturón, dos rollos de esparadrapo deportivo y dos suspensorios para adultos. En una ferretería compró una lezna, un martillo y una cajita de clavos. Compró un mapa de Oslo en un quiosco y luego hizo un par de llamadas telefónicas. Una a Jan Johansen, que contestó. Otra a Finn-Erik, que no contestó. Y una tercera a un colegio que confirmó lo que se temía.
A las tres estaba aparcado en el borde de la acera con el coche en marcha. A través del retrovisor vio que Stig salía de una casa, se despedía de su niñera y empezaba a andar hacia el coche. La niñera se quedó al lado de la verja siguiéndole con la vista hasta que un niño en el jardín empezó a llorar y la mujer desapareció detrás de unos arbustos. Cuando Stig llegó a la altura del escarabajo, Even abrió la puerta del coche y le dijo: «Hola». El niño lo miró sorprendido y se acercó.
– ¿Te gusta tener cinco años? -preguntó Even. Stig asintió con timidez por encontrarse a solas con un adulto-. ¿Te gusta el autobús que te regalé?
– Mmm, y las películas de Siaphn -dijo Stig, riéndose sólo con pensar en ellas-. Se cae todo el tiempo, pero el policía nunca lo atrapa.
– No, nunca, es verdad, la policía nunca lo atrapa. Es una de las cosas que más me gusta de Chaplin. -Even asintió con la cabeza y miró a su alrededor-. ¿Sabes? He quedado con tu padre que hoy yo te llevaría a un sitio. ¿Te apetece?
– ¿Adonde? -Stig miró el coche sin mostrarse receloso, más bien parecía sentir curiosidad-. ¿Es un Escarabajo de verdad?
– Sí. -Even golpeó el volante-. Un Escarabajo de verdad. Ven, yo te paso por encima del volante y te sientas en el asiento del copiloto. Así podrás poner la mano en el volante mientras yo conduzco.
Stig asintió y dejó que Even lo depositara en el asiento del copiloto y le pusiera el cinturón de seguridad. Even volvió a mirar a su alrededor sin ver el coche de Finn-Erik ni ningún otro que no tuviera ganas de ver.
Cuando tomaron el cinturón de circunvalación, Stig le preguntó por los años que tenía el coche y si era de Even. Even contestó mintiendo lo mejor que pudo, intentando parecer tranquilo y relajado mientras sus ojos miraban constantemente por los retrovisores. Detuvo el coche y consultó el mapa hasta que finalmente encontró la dirección correcta. Se metió en un aparcamiento para clientes y dejó que Stig se sentara en el asiento del conductor y «condujera», mientras Even subía hasta un bloque de pisos y llamaba a una puerta.
– ¿Sí? -se escuchó por el interfono al lado de la puerta.
– Soy Even Vik, el amigo de Finn-Erik. Tengo que hablar contigo inmediatamente. Es importante. ¿Puedes bajar?
– Un momento. -La voz metálica desapareció.