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– Ella estuvo detenida casi un año -la conductora debió de sentir que su acompañante la estudiaba-. Está rota.

– Pues hoy resultó desastrosa para tu padre. ¿Qué es eso? ¿Compasión cristianoide?

– El sabe las que ha pasado. Eso es todo.

La conciencia que tenía ella de la forma de su propio perfil imposibilitó que él agregara: ¿Y tú?

Para ponerlo cómodo le dedicó una semisonrisa, una semimueca.

– No «muy bien educada», sólo acostumbrada a las cosas.

El día que su padre fue condenado él debía de estar allí, la cara pálida y angosta como la de un mandarín chino, con el bigote caído, ostentosamente mal vestido con el propósito de inquietar a los imperturbables policías jóvenes que crujían dentro de sus atuendos abrochados y abotonados. Ella no recordaba haberlo visto aunque era cierto que se había acostado con él una o dos veces. Los sentimientos familiares dominaban cualquier otra consideración, como ocurre en una boda o un funeral; una tía -una de las hermanas de su padre- y un tío, primos por parte de madre que acudieron a su lado pese a que nunca habían tenido nada que ver con las ideas políticas de su padre. Como en un oficio religioso, la familia ocupó la primera fila en el tribunal. La tía y las primas llevaban sombrero; ella tenía en el bolsillo el pañuelo de cachemira azul, lila y rojo, que sólo se ponía cuando el tribunal se levantaba al entrar el juez, cada uno de los doscientos diecisiete días que duró el proceso de su padre. A su alrededor, por todas partes excepto en el techo alto donde permanecían inmóviles las hélices de los ventiladores, había rostros. El estrado estaba bordeado de cuerpos, cuerpos móviles y encrespados en los bancos a espaldas de ella, alzados muslo contra muslo, las paredes acolchadas con policías de pie.

El, su padre, fue conducido desde las celdas de abajo hasta el estrado, un actor, un salvador, un boxeador profesional entrando en el reino de las expectativas que lo aguardan. El era, por supuesto, más corriente y mortal de lo que había anticipado su imagen de aquel día; un penacho de pelos se erguía desde su coronilla pulcramente cepillada y la mano de ella subió hasta su propia cabeza para alisarlo por él. Vio que veía primero a su hermana, luego a los primos; le sonrió haciéndole saber que había notado la presencia de los familiares y luego amplió la sonrisa, se la dedicó por entero. Lionel Burger, su padre, recitó sus señas desde el banquillo de los acusados. Sabía lo que diría porque los abogados habían trabajado con él los materiales y ella misma había ido a la biblioteca para verificar unas citas que necesitaba. Le oyó decir en voz alta lo que había leído de su puño y letra en las notas que había escrito en su celda. Nadie pudo interrumpirlo. La voz de su padre, Lionel Burger, estaba siendo oída en público por vez primera en siete años y por última vez, atestiguando de una vez por todas. Habló durante una hora. «…Como estudiante de medicina atormentado no por los sufrimientos que veía a mi alrededor en los hospitales, sino por el sojuzgamiento y la humillación de seres humanos en la vida cotidiana, que había visto a mi alrededor toda la vida… sojuzgamiento y humillación de gente viva en los que, con mi silencio y mi inactividad política participé, con tan poca opinión o voluntad por parte de las víctimas como las que había en los cadáveres negros, siempre abundantes, en los que aprendía la intrincada maravilla del cuerpo humano… Siendo estudiante universitario descubrí por fin la solución a la espantosa contradicción que conocía desde que iba a la escuela y se esperaba que no tuviera en la cabeza nada más conflictivo que mi situación en el equipo de rugby. Me refiero a la contradicción de mi pueblo -el pueblo afrikaner- y del pueblo blanco en general de nuestro país, que idolatra al Dios de la Justicia y practica la discriminación en virtud del color de la piel; profesa la compasión del Hijo del Hombre y niega la humanidad de los negros entre los que vive. La contradicción que escinde los fundamentos de mi vida, que me imposibilitaba verme a mí mismo como un hombre entre los hombres, con todo lo que implica de conciencia y responsabilidad… en el marxismo descubrí que se analizaba de otra manera: como fuerzas en conflicto a través de las leyes económicas. Vi a los marxistas blancos trabajar codo a codo con los negros en una igualdad que significaba aceptar las tareas más despreciables -tareas que significaban pérdidas de ingresos y de prestigio social, riesgo de arresto y encarcelamiento- además de compartir el desarrollo político y su dirección. He visto a blancos dispuestos a trabajar a las órdenes de negros. Allí había una solución posible a la injusticia, que debía buscarse fuera de la terrible falibilidad de cualquier moral que yo conociera. Porque como ha dicho un gran líder africano que no era comunista: "Las faltas morales de los blancos en este país sólo pueden juzgarse en la medida en que han condenado a la mayoría de su población a la servidumbre y la inferioridad".

»…La solución marxista se basa en la eliminación de la contradicción entre la forma de control social y la economía: mis antepasados bóers que emigraron para fundar sus repúblicas agrarias, sometiendo a los pueblos indígenas de sociedades tribales mediante la fuerza del mosquete contra la azagaya, ahora resistían a su vez las fuerzas económicas que volvían obsoleta su forma feudal de control social. Este hombre blanco había construido una sociedad que intentaba contener y justificar las contradicciones de los medios de producción capitalista y las formas sociales feudales. La devastación resultante, yo, un joven blanco privilegiado, la tuve ante mis ojos desde el nacimiento. Hombres, mujeres y niños negros viviendo en la desdicha de la inseguridad, la pobreza y la degradación en las granjas donde crecí, y en los “satánicos talleres'' de la industria que pagaban barata su fuerza de trabajo y a causa de su color los descalificaban para organizarse o para participar en los sucesivos gobiernos que decretaban su sino como eternos inferiores, cuando no esclavos… Un cambio del control social compatible con un cambio en los métodos de producción -algo conocido en el lenguaje marxista como «revolución»-, en ello vi la respuesta al racismo que entonces estaba destruyendo nuestro país y – ¡creédme! ¡creédme!- que ahora lo destruye más certera y sistemáticamente. No podía volver la cara a esta tragedia. Tampoco puedo ahora. Emprendí entonces la persecución del fin del rascismo y la injusticia, labor que he proseguido y proseguiré mientras viva. Digo, con Lutero: "Aquí estoy". Ich kann nicht anders.»

Una hora y media. Nadie se atrevió a interrumpirle.

«…Estoy en este tribunal acusado de actos intencionados para derrotar al estado y establecer una dictadura del proletariado en este país. Pero la meta que nos hemos fijado los comunistas blancos y negros que trabajamos armoniosamente con otros que no comparten nuestra filosofía política es la liberación nacional del pueblo africano, y la consecuente abolición de la discriminación y la ampliación de los derechos políticos a todos los pueblos de este país… Ese ha sido nuestro único objetivo… Más allá… hay cuestiones que esclarecerá el futuro.

»…Durante casi treinta años el partido comunista estuvo aliado como organización legal con la lucha africana por los derechos de los negros y la extensión del derecho de voto a la mayoría negra. Cuando declararon ilegal el partido comunista, que volvió a unirse más adelante como organización clandestina a la que yo pertenecía, continué durante más de una década participando en la lucha por el progreso negro a través de medios pacíficos y no violentos… Al final de ese largo, larguísimo recorrido, cuando el gran movimiento de masas del Congreso Nacional Africano y otros movimientos fueron proscritos, finalmente los oídos del gobierno se cerraron a las peticiones y demandas… ¿qué adelantos se habían conseguido? ¿Qué derechos legales se habían reconocido según las "pautas de la civilización occidental" que nuestros gobiernos blancos se han declarado depositarios de conservar y perpetuar? ¿Dónde encontró ese esfuerzo, esa paciencia que supera la resistencia normal, dónde encontró alguna señal de razonable reconocimiento de aspiraciones razonables?…Y todavía hoy, los negros sometidos como yo a juicio en este tribunal deben preguntarse: ¿por qué ningún negro ha tenido nunca el derecho a defenderse, delante de un acusador negro, de un juez negro, de leyes en cuya redacción y promulgación su propia gente, los negros, hayan tenido algo que decir?»