– ¿Tiene que ver con la lingüística?
– No, no… la declinación de la fuente latina en las ideas y el temperamento francés, y así sucesivamente. No sé si suena como una montaña de mierda. Tú sabes que es verdad que la vida de los franceses está cada vez más dirigida por los conceptos anglosajones y norteamericanos… Vinculada al Mercado Común, a la OTAN… y sabe Dios a qué más. Si quieres ser extravagante puedes compararlo a la destrucción de la antigua cultura que floreció en el sur de Francia y Cataluña en la Edad Media, la civilisation occitane: instintiva, imaginativa, cualidades de autorrenovación que derivan en estériles cualidades tecnológicas militares. Pero no me gusta mucho. ¿Tú qué opinas? Es demasiado nacionalista. Y excluye a Descartes, Voltaire… ¿Dónde termina una cosa así? Aunque yo armo tanto jaleo como el que más cuando veo desaparecer los viejos bistrots y ser reemplazados por drugstores, los mercados derribados y los supermercados que levantan en su lugar… a ese nivel… Enfin, cuando jugaba con la idea de la latinidad pasé un tiempo en los alrededores de Montpellier, en la Languedoc (la región lleva el nombre de la lengua de esa civilización, el idioma que hablaban se llamaba langue d'oc y «oc» significaba sencillamente «sí», eso es todo…). Y desde luego también estuve en Provenza. El provenzal no es un dialecto, sino una de las Zangues d'oc. No es mucho más que un remanente; todavía se hacen intentos por publicar obras en su idioma, pero el gran resurgimiento provenzal tuvo lugar el siglo pasado: Frédéric Mistral, el poeta… ¿has oído hablar de él? Sí. Bien, entonces descubrí que comenzaba a pensar en algo distinto, aunque en cierto modo relacionado, porque las migraciones, el cambio social… empecé a pensar acerca de los pieds noirs concentrados en Provenza, especialmente aquí en las costas, y qué efecto ejerce su mentalidad en la cultura francesa moderna. Parte de las consecuencias del colonialismo y todo esto. Ajjj -tenía gestos indicativos de lo poco que valía todo esto en el mercado intelectual pero era un hombre práctico-. Han vuelto… después de algunas generaciones en Argelia, Túnez, Marruecos, lo que da a la idea un matiz interesante es que la mayoría de ellos provenían de esa parte del mundo… sus familias, originalmente; el sur de Francia, Córcega, España. Incluso tiene cierta relación con la vieja cuestión de la latinidad: poseen en su sangre las cualidades de las culturas antiguas, el temperamento, pero ahora devuelven a Francia, después de su período imperialista, los valores y costumbres particulares que desarrollaron los colonizadores. Personas-langostas. Descienden a tierra, comen las cosechas y huyen volando cuando la población esclavizada los persigue… Sea como fuere, han vuelto cientos de miles y les va muy bien. ¿Sigue viva en sus venas la antigua espontaneidad, la capacidad de improvisación? Es posible. Un millón de parados en Francia este verano, pero no creo que encuentres a uno solo entre ellos. Muchos tienen su dinero en Mónaco por razones impositivas. He hablado con alguna gente. ¿Sabes que el dos por ciento de su población es pied noirt No es un mal tema, eh? Bastante polémico.
– ¿Por qué tiene que ser una tesis? De eso saldría un buen libro.
– Rosa. Rosa Burger -se reclinó en el asiento, con el codo apoyado en la barra, levantó el pescado de porcelana y volvió a dejarlo.
– Me refiero al estilo de una tesis, a las largas y prolijas notas al pie. Lo que quieres decir queda enterrado.
– Soy maestro. Si no obtengo un doctorado, jamás me darán trabajo en una universidad. Lo tenemos todo calculado… tantos francos en comparación con tantos otros en el lycée. Podemos comprar un terreno en Limousin o en Bretaña. En equis años levantaré una pequeña casa de campo. Para correr el riesgo de escribir un libro tienes que ser pobre y estar solo, no puedes tener niveles de clase media -la cogió de la muñeca persuasivamente, sonriente, como si quisiera hacer caer un arma que imaginaba en su puño-. No te imaginas lo cautelosos que somos los izquierdistas franceses burgueses. Separamos tantos francos cada mes, no tenemos la menor posibilidad de vivir peligrosamente.
Rosa lo observó, atenta y curiosa.
– ¿Quién necesita vivir peligrosamente en Europa?
– Algunos. Pero no los eurocomunistas; no la izquierda que vota. Los terroristas que exigen rescates en un país por los horrores que ocurren en otros. Los secuestradores. Los que pasan drogas. Nadie más.
– Uno de los que tú creías que yo era.
– Sé quién eres.
La tercera vez que se encontraron lo manifestó. No indicó que alguien se lo hubiera dicho, como sin duda lo habían hecho alguno de los amigos de Madame Bagnelli: su padre estaba del lado de los negros, lo habían encarcelado, matado o algo parecido… una historia terrible. Bernard Chabalier se encontraba entre los signatarios académicos y periodistas que habían llenado páginas enteras encabezadas por Sartre, Simone de Bauvoir e Ivés Montand con peticiones para la liberación de presos políticos en España, Chile, Irán, y con manifiestos en protesta por el abuso de la psiquiatría en la Unión Soviética y la represión en Argentina. Una vez había firmado una petición de Amnesty International para la liberación de un líder revolucionario sudafricano, viejo y enfermo, Lionel Burger. «En una oportunidad» (una expresión que empleaba a menudo, no del todo correcta en lengua inglesa, y por lo tanto más ambigua que la acertada) le sugirieron que debía formar parte del comité parisino contra el apartheid. Había pronunciado una breve introducción a una película filmada clandestinamente por los negros, en la que se veía cómo arrasaban sus casas durante los traslados masivos, los datos provenían de los exiliados negros que divulgaron la película en Europa; su principal virtud era la capacidad de comunicarse con ellos en inglés.
– Y la pronuncié como conferencia en «France Culture»; a veces me piden que haga cosas, por lo general sobre las consecuencias sociológicas de cuestiones políticas. Ese tipo de programas…
– Me gustaría ir a escucharte. Si pudiera comprender.
– A partir de ahora te hablaré únicamente en francés; mejorarás rápidamente. Pero nunca me digas nada real excepto en inglés. No quiero renunciar a eso -sin darle tiempo a que interpretara estas palabras, se volvió práctico y entretenido-. Si tuviera un magnetófono te haría una entrevista para la radio. Estoy seguro de que la comprarían. Nos dividiríamos los honorarios. Una buena cifra. ¿Qué haríamos con ese dinero? ¿Cambiar nuestra marca de champagne? -bebían todos los días, sin hacer comentarios, la copa de la amistad del primer encuentro, el mismo citrón pressé. Pépé/Toni/Jacques lo preparaba cada vez como si no supiera cuál sería el pedido: una señal de desdén por la cita heterosexual-. Podríamos comprar dos billetes baratos a Córcega. En el transbordador. Yo vomitaría todo el trayecto… me mareo terriblemente en los viajes por mar. Sé que a ti no te ocurriría -un instante de tenebrosa envidia.
– Nunca viajé en barco.
– Sería estupendo… la gente oiría tu voz y yo traduciría lo que dijeras -las yemas de los dedos juntas en la manifestación de un gesto, enseguida separadas- impecablemente.
– Lo prometí. No puedo hablar.
Arnys se sentó ante su escritorio en cuanto llegó; pasaba la primera hora del día en reflexivo retiro detrás de tres paredes de diminutos armarios y cubículos: sus gafas empañadas colgaban de la pequeña nariz que aparecía en las fotos y sus manos traspasaban facturas en pinchos con la ordenada ansiedad por el dinero de arterias cerebrales endurecidas. Sus voces llegaban a ella como las de tantos que eran o serían amantes, cuyos intensos y abruptos interrogatorios y monólogos de banalidades dichas en tono demasiado bajo para ser detectadas, sonaban como si estuvieran en discusión cuestiones secretas e irrevocables.