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– ¿Quiere decir un asesino? -pregunté con total incredulidad: ni aunque me lo jurara por su madre podría creer que ese tipo fuera capaz de enfrentarse a una mosca.

– No un asesino de verdad, claro, no de puñal y sangre y esas cosas, por supuesto. Killer significa asesino en inglés, pero no es lo mismo. Yo soy un killer económico. En fin, ya veo que no, conocéis el término -risita petulante, subidón de barbilla-. En el mundo de las altas financias y de los negocios internacionales en el que me muevo, ejem, el killer es el especialista en reconversiones empresariales. ¿Que hay que modernizar una firma, hacerla rentable en un tiempo récord y echar a la mitad de los empleados? Pues contratan a un killer. Por ejemplo, la multinacional noruega Nilsen-Olsen. ¿Os acordáis del plan de reconversión de Nilsen-Olsen, que cerró todas las plantas depuradoras que tenía en España? Pues ese trabajo lo hice yo.

– ¿Pero eso no fue cosa de un tal Sarda? -respondí, recordando el tremendo lío organizado cuando el cierre de las plantas y las fotos de los manifestantes ahorcando un pelele con el nombre de Sarda cosido al pecho.

– Sí, claro, ejem, Sarda, claro. Pero yo era uno de sus ayudantes. Bueno, ejem, podríamos decir que yo fui su mano derecha. Fue un placer trabajar con Sarda. Es un killer buenísimo. Con él se aprende mucho. Recuerdo la primera asamblea con los trabajadores de la planta principal, que estaba en Cádiz. Fue en una nave y había por lo menos mil empleados. Y llega Sarda y les empieza a decir que el mundo ha cambiado y que sigue cambiando vertiginosamente. Que a finales de siglo y de milenio ya no cabe esperar que las cosas sean como antes. Tiene un pico de oro, Sarda. Y les dijo que ya no servían para nada los conocimientos de antaño. Que la antigüedad en la empresa era un concepto absurdo, y que la lealtad a la empresa era también una idea tonta y trasnochada. Que ahora lo único importante era cumplir los objetivos comerciales, las necesidades de la firma, eso era lo único real, porque en el mundo de hoy, revolucionariamente competitivo, o cumples los objetivos o no existes, así de claro. ¿Qué preferían ellos, que siguiera existiendo una Nilsen-Olsen rentable y saneada, capaz de dar empleo a trescientas personas, o que no existiera absolutamente nada? De manera que había que echar a mucha gente. A los viejos incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos. Y a los vagos, que había muchos. Y por añadidura a todos los que siguieran sobrando, aunque no fueran ni viejos ni vagos. El mundo era así. El mundo había dejado de ser un campo de batalla entre ricos y pobres. La cuestión ya no era si uno podía ganar más o menos dinero y si la empresa podía tener más o menos beneficios, sino si había lugar para sobrevivir. El mundo se nos había quedado súbitamente muy pequeño y ahora ya no había espacio para todos. No lo había para los trabajadores, pero tampoco para las empresas. El poder de decisión ya no se debatía en las mesas de negociación entre la patronal y los sindicatos. Ahora eran la realidad tecnológica y el mercado implacable quienes establecían el orden del cotarro. Eso les decía Sarda, eso les contó aquel día a los trabajadores de Nilsen-Olsen. Y cuando terminó su exposición, añadió: «Y ahora permitidme un consejo: sonreíd. Sonreír más es muy sano, se rinde más en el trabajo, se siente uno mucho mejor. Hacedme caso: sonreíd, por favor.» Yo era muy joven entonces y he de confesar que pensé que nos iban a cortar el cuello; de este lado éramos sólo tres y delante había mil y pico personas. Pero no. No dijeron nada. Se mantuvieron todos muy callados y muy atentos. Fue un momento cumbre. Para que veáis lo bueno que es un killer bueno. Para que veáis la fuerza que tiene la verdad, cuando se dice bien.

– ¿Pero qué verdad? -me indigné ante la mentecatez del tipejo, imaginando el despavorido silencio con el que los empleados debieron de escuchar las burradas de Sarda-. Al final, Nilsen-Olsen cerró todas sus plantas en España. Ni trescientos puestos de trabajo en una empresa saneada ni nada. Lo que hizo Sarda fue aterrorizarlos y engañarlos para quitárselos de en medio sin problemas.

– Bueno, sí, bien, ejem, un killer tiene que saber… ejem, disfrazar la verdad en un momento determinado. Es una cuestión de táctica y de estrategia. Como por ejemplo el trabajo que estuve haciendo yo después. Verás, tú vas a las empresas subsidiarias de una gran firma. En mi caso, a las de Nilsen-Olsen; y entonces llegas por ejemplo a una fábrica que hace unas válvulas para los cierres herméticos, esas válvulas son su única producción y toda la producción la adquiere Nilsen-Olsen. Y les explicas que vienes de parte de la multinacional noruega, y que les vas a hacer un estudio de rentabilidad de la fábrica completamente gratis, un regalo de Nilsen-Olsen a su proveedor. Todos se quedan encantados y te abren sus puertas, te dan los libros, contestan todas tus preguntas. Al cabo de dos o tres semanas ya te sabes la fabriquita de memoria, cuáles son sus fallos de organización, sus costes, sus derroches. Y entonces vas al dueño y le dices: «Nosotros te hemos estado pagando 3.000 pesetas por cada válvula. A partir de ahora te pagaremos sólo 1.500.» El dueño se queda lívido: «¿Cómo? ¿Pero por qué?» Y ese es el momento de gloria del killer, donde entra en funcionamiento su poder, que es el poder del conocimiento. «Porque la fábrica está fatal gestionada. Toma estos papeles, este estudio, este plan de rentabilidad. Echa a la mitad de los obreros y haz las cosas como es debido, y las válvulas te costarán la mitad.» Eso le dices, y te marchas. Si el dueño es un triunfador, hace la reconversión. Si es un perdedor, no la hace, o la hace mal, y se lo lleva el viento al infierno de los fabricantes incompetentes. Así es la vida, pequeña.

Y diciendo esto, alzó una ceja en plan chico duro y me lanzó una mirada seductora y tan tórrida como el aliento de un mosquito.

– Qué interesante. Y dime, después de haber desempeñado trabajos tan importantes como el de hundir la fábrica de las válvulas, ¿cómo es que ahora no sigues trabajando de killer?

Su cara de conejo se crispó un poco.

– Bueno… Ejem… Esas cosas pasan.

– ¿Pero fuiste tú el que hiciste lo de la fábrica de válvulas, no?

– Sí, ejem… O sea, casi sí. Sarda delegó en un ayudante suyo y yo era el ayudante del ayudante. Bueno, se puede decir que yo era su mano derecha. Ejem…

– Y ahora estás en paro.

– Bueno, no… Ahora… Ahora trabajo también para las altas finanzas, y para la gente importante, como los de Holanda.

Sarda me recomendó a… Y entonces yo… Bueno, cuando hay un dinero que hay que mover rápidamente sin que deje huellas, yo me ocupo de eso.

– Me parece que nuestro amigo es un correo. Vamos, que este tipo no es más que un transportista. Es el que lleva de acá para allá las maletas con el dinero negro -intervino Félix.

Manuel Blanco apretó los labios, fastidiado:

– Bueno, sí, ejem, hago eso también, además de otras cosas.

– Cosas que, a decir verdad, no nos importan demasiado -atajó Félix-. Estamos aquí para saber algo de Orgullo Obrero y del secuestro de Ramón Iruña. Van Hoog pensó que podrías ayudarnos. ¿Puedes facilitarnos alguna información o no?

El tipo enrojeció violentamente desde el mentón birrioso hasta el comienzo de la brillantina:

– Sí, señor. Creo que puedo -dijo con tono de dignidad ofendida.

– Estupendo. Estamos esperando.

Hubo algunos segundos de silencio. Manuel Blanco sorbió su café, se arregló el nudo de la corbata, carraspeó dos veces. Cuando volvió a hablar ya había reconstruido nuevamente sus aires de hombre duro y mundano.

– Mi trabajo de… ejem, de correo, me pone en contacto con todos los mundos no oficiales. Quiero decir que un correo atraviesa fronteras, y yo me conozco todas las fronteras que existen. No hablo de las fronteras horizontales, esas que van entre países, tan aburridas y llenas de pasaportes y sellos y visados, sino de las fronteras verticales, que están aquí mismo.

Y dibujó con su mano varias líneas paralelas en el aire, unas debajo de otras.

– No sé quienes son esos de Orgullo Obrero, pero sí sé que están detrás de alguna de esas fronteras. La cuestión, ejem, es encontrarlos. Ahora bien, así como en las fronteras horizontales hay ciertas agrupaciones, ahí están los países de la Unión Europea, por ejemplo, o los Estados árabes, pues también en las fronteras verticales hay un orden. La división fundamental, aunque luego haya subclases, es entre organizaciones Diurnas y Nocturnas. Las Nocturnas son las más llamativas. Son lo que la gente común conoce como mafias. Se ocupan en general del sector de Ocio y Servicios: drogas al por menor, prostitución, juego, trata de blancas, redes ilegales de pornografía y pederastia, en fin, esas cosas. Hay suministradores fijos, departamentos específicos, líneas de comercio internacional. Está todo muy bien organizado. Hoy mismo las dos corporaciones mundiales más importantes del sector Nocturno son las Tríadas Chinas y la Jakuza japonesa, que han hecho un acuerdo para repartirse el planeta; pero luego está la nueva Mafia Rusa, que está apretando mucho y mejorando su rendimiento a ojos vistas. En cuanto a los italianos, se han quedado los pobres muy anticuados; y los colombianos, aunque aún muy potentes, andan necesitados de una reconversión. Tal vez les conviniera, ejem, contratar a un buen killer…

Perdió el tipo la mirada en lontananza, como rumiando la luminosa posibilidad de que la mafia colombiana le contratara para mejorar su balance económico. Es un imbécil, pensé, casi admirada por la dimensión de su estupidez.

– Luego están las organizaciones Diurnas, que son, en conjunto, las más poderosas. En el sector Diurno entran todos los grupos políticos: terroristas, guerrillas urbanas, movimientos de liberación, el IRA, la ETA, la Internacional Neonazi. Y las cloacas administrativas: el terrorismo de Estado, la parte más secreta de los servicios secretos… Luego están también los magos financieros capaces de hacer cualquier pirueta con el dinero: limpiarlo o borrarlo. Y más arriba aún, las mafias gubernamentales de economía negra: sobornos, corrupciones a gran escala, desviación de fondos públicos. Por último, y arriba del todo en la cadena del mando, hay que citar a los traficantes de armas, que son los grandes jefes del sector Diurno y que también son respetados por el sector Nocturno. Esos tipos son los reyes del mundo, prohombres de la patria que presiden fundaciones internacionales de caridad y que terminan convertidos en estatuas. ¿Os habéis fijado que en cuanto que hay un pequeño resquemor entre dos tribus remotas al día siguiente están armados todos hasta las cejas? Pues de ese negocio viven los reyes del planeta.