Lo que vio, bajo el brillo tenue de una bombilla desnuda, lo dejó de una pieza. Entre los desechos y el equipo abandonado, Francis, cubierto de sangre y suciedad, intentaba avanzar tirando de Peter, que parecía malherido y se presionaba con la mano una herida sangrante en el costado que había dejado un espantoso rastro rojo en el suelo de cemento. Gulptilil se sobresaltó al distinguir a un tercer paciente más al fondo, con los ojos abiertos debido a la sorpresa y la muerte, y con un cuchillo clavado hasta la empuñadura en el pecho.
– ¡Dios mío! -exclamó el médico, y se apresuró a reunirse con los Moses, que ya estaban ayudando a Peter y Francis.
. -Estoy bien, estoy bien. Atiéndanlo a él -repetía Francis una y otra vez. Aunque no estaba nada seguro de encontrarse bien, ése era el único pensamiento que el agotamiento y el alivio le permitían tener.
Negro Grande lo captó todo de un vistazo y, tras agacharse junto a Peter, le apartó los jirones de la camisa para comprobar el alcance de su herida. Negro Chico se situó junto a Francis y lo examinó deprisa en busca de posibles heridas, a pesar de sus negativas con la cabeza y sus protestas.
– No te muevas, Pajarillo -le pidió-. Tengo que asegurarme de que estás bien. -A continuación, hizo un gesto hacia el ángel y susurró-: Creo que lo has hecho muy bien esta noche. No importa lo que pueda decir nadie.
Cuando comprobó que Francis no estaba malherido, se volvió para ayudar a su hermano.
– ¿Es muy grave? -preguntó Tomapastillas, junto a los dos auxiliares y con los ojos puestos en Peter.
– Bastante -respondió Negro Grande-. Tiene que ir al hospital enseguida.
– ¿Podemos llevarlo arriba? -quiso saber Gulptilil.
El auxiliar se limitó a agacharse y pasar los dos brazos por debajo del cuerpo maltrecho de Peter para levantarlo del suelo y, con un esfuerzo y un gruñido, lo cargó escaleras arriba hacia la zona principal de la central de calefacción, como un novio que cruzara el umbral con la novia en brazos. Una vez allí, se arrodilló y con cuidado lo dejó en el suelo.
– Tenemos que pedir ayuda enseguida -dijo.
– Ya lo veo -dijo el director médico, que ya había cogido el viejo teléfono negro de disco de un mostrador y marcaba un número-. ¿Seguridad? Soy el doctor Gulptilil. Necesito otra ambulancia. Sí, exacto, otra ambulancia, y la necesito de inmediato en la central de calefacción y suministro eléctrico. Sí, es cuestión de vida o muerte.
Colgó.
Francis había seguido a Negro Grande y estaba junto a su hermano, que estaba hablando con Peter y le instaba a aguantar y le recordaba que la ambulancia ya estaba de camino y que no debía morir esa noche después de todo lo que había pasado. Su tono tranquilizador provocó una sonrisa en el rostro de Peter, a pesar de todo el dolor, el shock y la sensación de que la vida se le escapaba. Sin embargo, no dijo nada. El auxiliar se quitó su chaqueta blanca, la dobló y se la colocó como un pañuelo en la herida del costado.
– La ayuda ya está de camino, Peter -le dijo Gulptilil, inclinado hacia él, pero ninguno de los presentes pudo saber si el Bombero lo oyó o no.
Gulptilil suspiró y, mientras esperaban, empezó a evaluar el daño que se había producido esa noche. Afirmar que era un desastre era minimizar los hechos. Sólo sabía que le esperaba una engorrosa serie de informes, investigaciones y preguntas duras que exigirían respuestas difíciles. Tenía una fiscal de camino al hospital local con unas heridas terribles que ningún médico de urgencias iba a mantener en secreto, lo que significaba que tendría un detective en el hospital en cuestión de horas. Tenía un paciente, de considerable fama y de notable interés para gente importante, que se desangraba en el suelo, al borde de la muerte, pocas horas antes de que se le trasladara a otro Estado en secreto. Y encima tenía un tercer paciente, éste muerto, asesinado sin duda por el paciente famoso y su amigo esquizofrénico.
Había reconocido a ese tercer paciente y sabía que en su historia clínica se leía claramente de su propio puño y letra: «Retraso profundo. Catatónico. Diagnóstico reservado. Tratamiento de larga duración.» Sabía también que una anotación mencionaba que había recibido varios permisos de fin de semana bajo la custodia de su madre y una tía.
Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que su carrera dependía de lo que decidiera hacer en los próximos minutos. Por segunda vez esa noche, oyó el sonido lejano de una sirena, lo que imprimía urgencia a su decisión.
– Vivirás, Peter -musitó tras suspirar. No sabía si era cierto, pero sí que era importante. A continuación, se dirigió a los hermanos Moses-. Esta noche no ha existido -les dijo con frialdad-. ¿Entendido?
Los dos auxiliares se miraron entre sí y asintieron.
– Será difícil que la gente no vea ciertas cosas -replicó Negro Chico.
– Pues tendremos que lograr que vean lo menos posible.
Negro Chico señaló con la cabeza el sótano, donde estaba el cuerpo del ángel.
– Ese cadáver complicará las cosas -dijo en voz baja, como si midiera las palabras, consciente de que era un momento importante-. Ese hombre era un asesino.
Gulptilil sacudió la cabeza y le contestó como a un niño de primaria, poniendo énfasis en ciertas palabras.
– No hay pruebas reales de eso. Lo único que sabemos es que intentó agredir a la señorita Jones esta noche. Por qué motivo, lo ignoro. Y, lo más importante, lo que haya hecho en otras ocasiones, en otros lugares, sigue siendo un misterio. No guarda relación con nosotros, aquí, esta noche. Por desgracia, lo que no es ningún misterio es que fue perseguido y asesinado por estos dos pacientes. Puede que su comportamiento estuviera justificado… -Dudó, como si esperara que el auxiliar terminara la frase. Pero éste no lo hizo, de modo que Gulptilil se vio obligado a hacerlo él mismo-: Pero quizá no. En cualquier caso, habrá detenciones, titulares en los periódicos, tal vez una investigación oficial. Es probable que se presenten cargos. Nada volverá a ser igual durante cierto tiempo… -Hizo una pausa para observar los rostros de los dos hermanos-. Y quizás -añadió en voz baja-, no sean sólo el señor Petrel y el Bombero quienes tengan que enfrentarse a las acusaciones. Quienes hayan contribuido a permitir esta noche desastrosa podrían ver en peligro sus empleos… -Esperó de nuevo para medir el impacto de sus palabras en los dos auxiliares.
– Nosotros no hemos hecho nada malo -repuso Negro Grande-. Ni tampoco Francis o Peter…
– Por supuesto -asintió Gulptilil a la vez que sacudía la cabeza-. Moralmente, sin duda. ¿Éticamente? Por supuesto. Pero ¿legalmente? Todo el mundo hizo lo correcto, de eso estoy seguro. Lo entiendo. Pero no estoy tan seguro de cómo otras personas, y me refiero a la policía, percibirán estos hechos tan terribles.
Como los Moses guardaron silencio, Gulptilil prosiguió:
– Hemos de ingeniárnoslas, y lo más deprisa posible. Tenemos que conseguir que esta noche haya pasado lo menos posible -repitió. Y, al decirlo, señaló el sótano con un gesto.
Negro Chico lo entendió, lo mismo que su hermano. Ambos asintieron.
– Pero si ese hombre no está muerto -comentó Negro Chico-, entonces no es probable que nadie se fije en Pajarillo ni en el Bombero. Ni en nosotros.
– Correcto -dijo con frialdad el doctor Gulptilil-. Creo que nos entendemos a la perfección.
El auxiliar pareció reflexionar un momento. Se volvió hacia su hermano y hacia Francis.
– Venid conmigo -dijo-. Todavía tenemos trabajo que hacer.
Los guió de vuelta al sótano, no sin antes dirigirse hacia Gulptilil, que estaba junto a Peter presionándole la herida para contener la hemorragia.
– Debería hacer la llamada -le dijo.
– Dense prisa -asintió el director médico, y se separó de Peter para regresar al mostrador, donde descolgó el auricular y marcó un número-. ¿Sí? ¿Policía? -Inspiró hondo y prosiguió-: Soy el doctor Gulptilil, del Hospital Estatal Western. Llamo para informar de que uno de nuestros pacientes más peligrosos se ha escapado del hospital esta noche. Sí, creo que va armado. Sí, puedo darles su nombre y su descripción…