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– Podías haber ido a escucharlos si hubieses querido -dijo Kathy-. No me habría importado.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Patricia, aguardando un poco.

– Monty Smith -contestó Kathy enseguida.

– Solía leerme muchísimo. Aquello tuvo que ser lo que me animó a escribir.

– ¿Solo su padre?

– Esta, también.

– Así no es como se llama a una madre -protestó Tom-. «Esta».

– No, yo la llamo Kathy cuando me dirijo a ella.

– Ella también le ha ayudado, creo -intervino Patricia.

– No dejaba de decir que debía seguir escribiendo. Un profesor del colegio también lo hacía.

– Quizá podría hablar con él.

– No.

– Al final dejó de apoyar a Dudley -dijo Kathy-. Una de sus historias le impresionó muchísimo porque era demasiado real. A mí también me impresionó, pero, eso no es malo ¿verdad? No es malo para un muchacho de quince años. Entonces nos demostró lo imaginativo que era y solo tuvo que leer los artículos de investigación sobre un asesinato.

– No me apetece hablar de ello.

– Entonces no debería haberla sacado a relucir.

– Tom, deja que yo haga la entrevista -dijo Patricia, y se dirigió a Dudley después-. ¿Recuerda cuándo empezó a sentirse atraído por el crimen?

Sintió como si todo el mundo esperara reprobar su respuesta.

– Mucha gente lo está -protestó-. Es algo normal.

– Quizá, pero si usted escribe sin ningún interés por publicar, debe encontrar algo de satisfacción en ello.

No tenía réplica para aquello, pero entonces se dio cuenta de que podía arreglarlo.

– Sé cuándo empecé a sentirme interesado -le dijo a Kathy-. Cuando me dejaste ver los vídeos de Eamonn.

Su madre sonrió.

– Se suponía que no eran aptos para verlos a tu edad, pero yo sabía que conocías la diferencia entre la ficción y la vida real. Los padres de su amigo tenían un videoclub.

– Eamonn también veía esas películas y acabó trabajando para el Gobierno como nosotros. Eamonn Moore, trabajaba en Hacienda. Sus padres llevaban el Moore y Moore Vídeo.

– Entonces, ¿fue ahí de donde obtuvo su inspiración? -preguntó Patricia.

– Empezaste con asesinatos reales, ¿no? -dijo Kathy.

Dudley trató de sonreír.

– ¿Sí?

– Siento tener que volver a sacar el tema, pero la historia que no le gustó al señor Fender trataba sobre un asesino real y las cosas que hizo. El señor Fender dijo que era demasiado real para ser una historia.

– ¿Aún la conserva? -preguntó Patricia.

– ¿Por qué iba a hacerlo? Solo era un trabajo escolar.

– Podrías habérmela dado a mí -dijo Kathy con nostalgia-. La historia que quería que enviaras no fue la única que destruiste.

– ¿De qué trataba? -preguntó Patricia a ambos.

– Sobre mi adolescencia. Era horrible.

– Nunca he estado segura de si aquel chico eras tú -dijo Kathy-. ¿De verdad te sentías tan solo? ¿De verdad las chicas no sabían todo lo que valías? Aquella chica que se rió de ti cuando intentaste besarla no existió, ¿verdad?

– Era una historia como todas las demás.

Aquello no hizo desistir la curiosidad, así que preguntó:

– ¿Cuándo van a hacer las fotos?

– Podemos hacerlas ahora si desea descansar de tanta pregunta.

El fotógrafo abrió la cremallera de su bolsa y miró a Kathy.

– ¿Me presta un cuchillo? El más grande que tenga -dijo.

Le pasó a Dudley el cuchillo que ella le había dado.

– Diríjase hacia mí con esto. Intente parecer peligroso.

Dudley intentaba resistirse a la tentación cuando Kathy dijo:

– ¿Esto es necesario? Es un escritor, no un asesino.

– ¿Qué tal si probamos en el lugar donde escribe? -dijo Patricia a la vez que Dudley soltaba el cuchillo encima de la mesa.

– Déjenme que suba y lo ordene un poco -dijo Kathy-. No tardaré.

– Ya has convertido mi habitación en un desastre. No quiero que entres más.

El fotógrafo entrecerró los ojos y Patricia dijo:

– Quizá yo tenga la solución.

– Eso espero -dijo la madre de Dudley con más palabras de las que él habría utilizado.

Patricia sacó un teléfono móvil de su bolso y marcó un número con el pulgar.

– ¿Walt? Soy Patricia… Estamos lejos, pero tengo dudas sobre la foto. He pensado que podríamos esperar hasta que conozca a Vincent, si a Tom no le importa.

– A Tom no tendrá que importarle -dijo el fotógrafo cerrando la cremallera de su bolsa.

– Está aquí. Se lo paso.

Dudley estaba ansioso por ver cómo reprendía a Tom por su comentario, pero Patricia le pasó el móvil. Estaba cálido por el contacto con su mejilla y olía un poco a jabón. Se lo apartó de la cara para decir:

– ¿Hola?

Y con más esfuerzo:

– Dudley Smith.

– ¿Cómo está nuestra estrella? -preguntó una inesperada voz norteamericana-. Tenemos muchas ganas de conocerle, uno de nosotros en especial.

– ¿Usted?

– Nadie más que yo, pero por ahora se trata de un joven productor de cine llamado Vincent Davis. Ha hecho un puñado de cortos en Liverpool y le vamos a dar nuestro primer encargo. Está entusiasmado por trabajar en ello y es por eso por lo que necesitamos que ambos os conozcáis pronto.

– ¿Por qué yo? ¿Nosotros?

– Porque la película va sobre su historia. Quiere que le dé más ideas.

En cuestión de instantes, el cerebro de Dudley se quedó vacío de ideas y de incluso palabras para responder. Se quedó mirando la pantalla, que parecía estar hecha de fragmentos de cerillas prendidas, como si aquello le ayudara a pensar. Entonces la voz del móvil dijo:

– Estamos planeando que el mundo conozca su nombre y el de Vincent en el tiempo del que disponemos. Este fin de semana está fuera, pero lo localizaré. Le veo pronto. Póngame con Patricia.

– ¿Lo habéis arreglado, entonces? -preguntó-. Bien.

Dejó caer el teléfono en el bolso.

– ¿Continuamos?

– No deseo responder a más preguntas -murmuró Dudley-. Yo tengo una. ¿Se han planteado que yo no quiera que mi historia llegue al cine?

– Creo que nos ha concedido ese derecho, si recuerda lo que firmó.

Dudley habría gritado que no lo hizo, pero Patricia cambió de tema.

– Muchas gracias por atendernos, Kathy. Ha sido un placer conocerles a ambos.

Dudley vio cómo su madre les acompañaba fuera y después utilizó el cuchillo para echar los manuscritos a un lado.

– Ten cuidado -dijo Kathy cuando se reunió con él-. No vayas a herir a nadie con eso.

Sintió cómo se clavó la cuchilla en el margen de una de las historias y se imaginó que era carne. El contrato con la revista estaba casi debajo del montón. «Todos los derechos subsidiarios, incluyendo la reimpresión, traducción, dibujos, mercadotecnia, electrónica, película animada, televisión y dramatización…, siguió leyendo, serán negociados por la editorial y su(s) agente(s) en nombre del autor. Todos los procedimientos serán negociados igualmente entre la editorial y el autor después de la deducción de los honorarios del agente». Pinchó el cuchillo sobre aquella frase, casi clavando la hoja a la mesa.

– Me hiciste firmar y no me diste tiempo para leer lo que decía.

– Podías haberte tomado tu tiempo, Dudley. Después de todo, ya eres adulto.

Se atrevió a sentarse a su lado y tiró del contrato hacia ella con el dedo.

– Supongo que no puedes esperar demasiado ya que solo estás empezando -dijo-. Una vez que seas reconocido, tendrán que proporcionarte los términos que te mereces.

No se trataba de la división de sus ganancias, pero eso también hizo que su ira aumentara.

– Suelta el cuchillo -dijo su madre-. Me estás poniendo nerviosa.

¿Puso la mano detrás para convencerlo? Apuñalarla podría ser una buena lección para que su mano aprendiera a obedecerlo a él y a nadie más. Se imaginó cómo sería clavarlo hasta los tendones y retorcer la hoja, pero él no sentiría ningún dolor. Soltó el cuchillo que giró como una brújula y acabó señalándole a él mientras recogía el contrato y los manuscritos. Estaba en el recibidor cuando Kathy dijo: