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– Al menos no somos nosotros los que hemos llegado tarde esta vez -dijo Tom antes de beberse un trago de su segunda pinta de McCartney's Marvel-. ¿Sacaste algo interesante de la entrevista? Yo le habría hecho algunas preguntas más.

Patricia ejecutó con los dedos un repiqueteo sobre la mesa. Después de todo, la mesa tenía forma de tambor, al igual que los asientos del Ringo's Kit, y los espaldares de las sillas tenían forma de guitarra metálica. Había fotografías de los Beatles con toda una selección de peinados, imágenes que Tom ya había dicho que podía superar, adornando las paredes del bar. Había notas musicales de plástico puestas sobre conjuntos de cuatro cuerdas bajo el techo negro de aquella sala baja y alargada. Nada de aquello le impidió darse cuenta de que el fotógrafo solo había pronunciado su insatisfacción en voz alta, la misma que ella había tenido desde aquella patética entrevista. Sorbió un poco de su sauvignon Starr, que hubiese preferido blanco en vez de cabernet. Después dijo:

– No seas tímido si Walt se muestra simpático.

– Te dejo a ti hacer tu trabajo.

Como si el pensamiento hubiese detenido su pinta de camino a la boca, Tom dijo:

– ¿Has investigado ya los nombres que te dio?

Walt se rozó la frente con un botellín helado de Lenon, dejándose una gotita en sus pronunciadas entradas antes de descendiera por su cara rectangular y bronceada.

– ¿Qué nombres?

– Parecía que no quería hablar sobre ello, ¿recuerdas, Tom?

– Razón de más para investigarlos. Si no quería que lo supieras, no debería haberlo mencionado.

Vincent, boquiabierto, depositó su jarra de cerveza de Best's Best sobre un posavasos con motivos del Sgt. Pepper manchado y arrugó su pequeña nariz para ajustarse mejor las gafas.

– Me tenéis intrigado -dijo.

– Había un profesor que intentó que dejara de escribir lo que escribe -tuvo que decir Patricia-. De acuerdo, quizá lo debería haber investigado. Pero aún estoy a tiempo.

– Tu tiempo comienza ahora -dijo Tom-. Aquí viene tu asesino.

Ella se levantó para recibirlo. Se acercaba con un paso que parecía claramente incómodo. Llevaba un traje gris con camisa blanca y una discreta corbata plateada. Su instinto le dijo que había sido Kathy quien le había elegido el conjunto.

– Walt, Vincent -dijo-, este es Dudley Smith.

– Se acordará de mí -dijo Tom.

– Dígame que veneno va a tomar -dijo Walt tras estrecharle la mano a Dudley-. Y, déjeme preguntarle, ¿ha envenenado ya a alguien?

Dudley murmuró algo parecido a un no mientras se agachaba hacia la lista de bebidas como si su enorme cara pesara demasiado para su barbilla.

– Si quiere una aventura que nadie haya experimentado antes -dijo Vincent-, pídase un Harrison's Hock. [1]

– De acuerdo.

– ¿Qué queréis comer? -preguntó Walt.

Una camarera con una gran melena y vestida de uniforme de los Beatles vino a tomar su pedido. Tom se decidió por la parrilla George y Vincent por la pizza Pete. Patricia pidió un jambalaya John y Walt, tras esperar en vano a que Dudley se decidiera, pidió las gambas Paul.

– Me parece que quieres el pisto Ringo -dijo Vincent.

– Tomaré eso mismo -le dijo Dudley a la camarera.

– ¿Sabes que es vegetariano? -se sintió obligada a decir Patricia.

Recibió una mirada poco amistosa que le hizo no mencionar que el menú ofrecía muchos otros platos bajo el nombre de los miembros de la banda. Sospechó que no estaba acostumbrado a este tipo de reuniones sociales, especialmente cuando no esperó a que la chica de los Beatles se marchara antes de decirle a Vincent:

– Así que desea filmar mi historia.

– Grabaremos todo esto, si no os importa -dijo Patricia.

– Quiere filmar mi historia.

Vincent no pareció mucho más seguro que Patricia de si Dudley había repetido la pregunta para que la grabaran.

– Supongo que es un buen punto de partida.

– Quiere decir que será la apertura.

– O quizá solo la historia pasada. Tenemos que hacerla más real si queremos llevarla al público.

Dudley cambió de postura en su silla.

– ¿Qué es lo que no tiene de real?

– ¿Cómo se escapó sin que lo atraparan? Hay cámaras de seguridad en todas las estaciones de metro.

Patricia pensó que la forma en que la cara de Dudley se entumeció y palideció, mostró lo cerca que se encontraba de la ficción; así que soltó una risita de alivio y dijo:

– Podrían no haber estado funcionando.

– Tuvo mucha suerte.

– Puede llamarlo afortunado, si desea. Nadie lo descubrió nunca.

– ¿Podrían haber estado las cámaras estropeadas a propósito? -sugirió Patricia.

– Claro, claro que sí.

– Empecemos por lo básico -dijo Vincent-. ¿Cómo se llama?

– Nadie averigua ni quién es, ni nada sobre él.

– El público necesita algo para recordarlo. Van a querer saber más y yo también.

– Nunca ha tenido nombre -dijo Dudley con el ceño fruncido, captado por la cámara.

– Eso no me sirve, tenemos que pensar en alguno que se quede fijado en la mente de la gente. Podría ser tan ordinario que a nadie se le ocurriese que pudiera ser un asesino.

– Como Dudley Smith -comentó Tom, atrayendo varias de las miradas al instante.

– No quiero pensar en nombres ahora mismo.

– Debería habérselo preguntado antes -dijo Vincent-. Quizá se le ocurra alguna idea sin pensarlo. Trabajemos en otra cosa, entonces. ¿Cómo lo atrapan?

Patricia tuvo la sensación de que la cámara estaba obligándole a realizar una introspección. Después de una pausa gracias a las risas que había provocado una fiesta de turistas japoneses, dijo:

– Nunca lo atrapan.

– Incluso los mejores pueden cometer errores -dijo Patricia, aunque sintió que aquello era sobrevalorar al personaje.

– Sherlock Holmes atrapó al profesor Moriarty, ¿no?

– Eso solo era… -dijo Dudley bebiendo un trago de vino-; solo era una película.

– Primero fue una historia.

– Sí, una vieja historia. Algunas personas se han vuelto más inteligentes desde entonces.

– Supongo que habla de sí mismo -dijo Tom.

Tras la mirada de Dudley, que parecía contener más que simple hostilidad, Vincent dijo:

– Tiene que haber algo que se le haya pasado por alto, así es como atrapan a los verdaderos asesinos.

– No, lo sé. Seguro que no.

– Esto es fascinante -dijo Walt-. Nunca había conocido a un escritor que estuviese tan cerca de su creación. Supongo que no esperaba que le pidiéramos que replanteara sus ideas. Podríamos darle un día, o un par de días, ¿por qué no?, antes de la siguiente sesión. ¿Qué le resultaría más fácil?

– Sé que Patricia dijo que era un as -dijo Vincent.

– ¿Qué? -preguntó Dudley.

Ella sintió como si se comportara así para echarle un cable a ella.

– Encontrando lugares para matar a la gente.

– Quiere decir que es bueno con las localizaciones -se sintió obligada a traducir Patricia.

– Díganos entonces qué personaje puedo utilizar. Díganos los que ha utilizado.

– No serían buenos para la grabación. Tengo que encontrar algunos nuevos.

¿Era posible que un autor fuese tan posesivo con su material? A lo largo de aquellas líneas, Patricia se preguntó si tras la sonrisa de Tom había algún pensamiento cuando este dijo:

– Aquí viene alguien que se conoce el camino.

Patricia se giró y vio a Shell andando a tropezones con unas botas guerreras de cuatro o cinco centímetros de tacón que la hacían más alta de su metro y medio. También llevaba un conjunto de combate, completado con una gorra de pico echada hacia delante para esconder su cara de enfado permanente en cualquier otro lugar más pequeño desde donde observar el mundo.

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[1] N. de la T.: Vino blanco del Rhin.