Permaneció allí en la rampa mirando. Durante un momento pensó que el cuerpo de Shell se movía dentro del coche, pero solo era su gorra la que se movía tras el cristal trasero. Fue de un lado a otro como un pez muerto hinchado hasta que el coche se hundió bajo las negras aguas. El movimiento de las olas parecía hacer visible su emoción aunque cada vez estaba más en calma. Cuando la marea volvió a alcanzarle los pies, se dirigió a casa.
Los autobuses habían dejado de circular. Tenía una hora de camino por delante como mínimo. La lluvia era más fuerte que antes y le escocían los arañazos de la mano. De todas formas, no le importó. Las pocas personas que se encontró por las empapadas calles parecían tan mojadas como él y no estaba de humor para hacer comparaciones. Tenía que recordar no dejar que le vieran sonreír demasiado. Nadie más debía saber su nuevo secreto, la única había sido Shell, antes de ser demasiado tarde. La mejor parte del trabajo de aquella noche fue que ella lo había ayudado. Su sesión con Vincent le había hecho sentirse inseguro de sí mismo, pero ya no había necesidad. Lo de Shell probaba que no se había quedado sin ideas.
10
Patricia intentaba hacer café en la cafetera eléctrica cuando su padre dijo:
– ¿Por qué te has despertado del sueño embellecedor, Trish? No tenemos que levantarnos para trabajar los sábados.
– Me gustaría ver cómo te haces la comida si nosotras no la hiciésemos, Gordon -dijo su madre-. ¿Y no crees que ya es lo bastante guapa?
Se dio un golpecito en la frente como para desorganizar sus líneas paralelas y arrugó su pequeña boca juntando así las dos mitades del cuidado bigote. Después levantó ambas cejas negras a la vez economizando el espacio entre las líneas que había bajo el poco pelo mientras abría los grandes ojos azules que reflejaban su honestidad. La chata y grande nariz no se unió a la actividad.
– Trish sabe que lo sé -dijo el padre de Patricia.
– No hace falta que lo digas, papá. Ya sabes que no me considero así.
– Ganarías muchos honores si lo hicieras. Las damas, o se dice las mujeres, ahora, me tendréis que perdonar por despertar y sentirme anticuado. Toda la culpa de esto la tienen los ordenadores del banco.
– Mientras estés aquí para la comida, lo haremos -dijo Valeria-. ¿Cómo te va con Dudley Smith, Trish? ¿Debería conocerlo?
– No hay otro como él -dijo Patricia mientras se servía huevos revueltos de la fuente cretense rojiza con una cuchara-. Amigos.
– ¿No había un tipo de la universidad que era más que eso?
– Gordon. Espero que muestres un poco más de tacto cuando la gente acuda a ti pidiéndote consejo.
– Vale, mamá, ya lo he superado. Él quería ser algo más e insistió hasta que me volví muy desagradable con él y no me importaría volver a mostrarme así.
– Dios mío, si te refieres a lo que estoy pensando…
– Casi, papá, pero como digo, pude con él. Me dio la impresión de que no volvería a intentarlo con nadie más. Ahora, si no os importa… no pongas esa cara de preocupación, mamá, es algo que no iba a contaros nunca.
Para asegurarse de que ahí terminaba todo, miró más allá de donde estaban sus padres y por las ventanas que llegaban hasta el suelo del comedor. Más allá de la esbelta alheña que rodeaba el gran jardín y que brillaba con la luz del sol, había un golfista madrugador en un carro que daba resoplidos según subía hasta lo alto de un montículo y después se alejaba por el lado más lejano con la parsimonia de los jubilados. A Patricia le hizo gracia el parecido con un juguete mecánico. Entonces Valeria dijo con algo de neutralidad:
– Dudley Smith es el joven escritor de misterio, Gordon. Nos habrás escuchado mencionarlo. Trish tiene que llevar la entrevista a la imprenta el lunes.
– Creo que ya hemos cubierto casi todo lo que necesitamos. Encontré dónde trabaja su viejo profesor de lengua, pero no estará disponible esta semana, por enfermedad.
– Se supone que debemos presentar a Dudley Smith a nuestros lectores. No me gustaría incluir cosas que él no deseara -dijo Valeria, a la vez que sonaba el teléfono en el recibidor.
– Hablando del rey de Roma… Quizá quiera reunirse con Trish -le dijo Gordon con una sonrisa de algo más que de disculpa que pronto se desvaneció. Unas cuantas desgarbadas zancadas lo llevaron hasta el recibidor.
– Martingala -dijo-. Buenos días. ¿Con cuál de las creativas desea hablar? La mayor viene de camino.
Patricia observaba una pelota de golf que se reducía cada vez más hasta convertirse en una manchita de tiza en el mar cuando su padre se reunió con ella.
– No estaba en lo cierto, entonces. Vuestra revista tiene que estar en pie y preparada casi tan temprano como los viejos directores de banco -dijo.
Parecía listo para retomar el primer tema cuando Valeria llamó a su hija. Patricia se dirigió deprisa hacia el gran recibidor color claro decorado con las flores prensadas entre cristales que ella recogió en su infancia durante las meriendas en el campo. No podía definir con exactitud el grado de preocupación que expresaba Valeria con motivo de la llamada.
– Es Walt -dijo Valeria.
– Walt -dijo Patricia mientras su madre la dejaba a solas.
– Hola.
Después de una pausa innecesaria, dijo:
– Siento tener que decirte que hemos perdido a Shell Garridge.
– ¿Quieres decir que deja una vacante?
– No en ese sentido. Se mató anoche o esta madrugada.
– ¡Vaya! -Patricia estaba sorprendida, pero también intentó parecer afectada-. ¿Cómo ha sido?
– Aún no han dicho mucho en las noticias locales. Un tipo que paseaba a su perro la encontró en su coche en la playa. Todo lo que he conseguido que la policía me diga es que de alguna forma se cayó al río conduciendo. Supongo que todos vimos cuánto le gustaba beber.
– Es horrible. Qué lástima.
Patricia guardó un momento de silencio que esperó que pareciese tristeza y continuó:
– Entonces quieres que yo…
– ¿Cuánto tardarías en escribir su necrológica?
Patricia se sintió un poco culpable por no haberse anticipado a la petición, pero también estaba un poco desconcertada.
– ¿Cuánto tardaría?
– Mucho más de dos mil palabras sería un problema.
– ¿Menos, entonces?
– Supongo que te costará hacerlo así de escueto. Tenemos cuatro páginas con algunas fotos y subtítulos. La imprenta lo necesita el lunes a primera hora. Lo puedes mandar directamente por correo electrónico, ¿de acuerdo? Si es necesario, que Valeria lo edite antes de enviarlo. Envíame a mí un boceto también.
Patricia tenía que haber admitido que no sabía mucho sobre Shell, pero aquello perjudicaría la elección del periodista que su madre llevó a cabo.
– Consigue todos los testimonios que puedas de la gente que la conocía -dijo Walt-. Quizá puedas encontrar una cinta suya para escucharla. De acuerdo, no dejes que te quite más tiempo. Pásame a Valeria.
– Al teléfono, mamá -gritó Patricia, sintiéndose absurdamente como si pidiera ayuda.
– Espera, ¿has enviado algo de Dudley Smith ya a la imprenta?
– Iba a darle un retoque esta mañana.
– Que llegue a tiempo también el lunes. Déjame hablar con Valeria.
– ¿Qué tendremos que eliminar? -preguntó Valeria-. Tendremos cuatro páginas extra, claro -le dijo a Patricia-, como si eso resolviera el problema.
Patricia se dirigió al cómodo y discretamente despejado comedor y se encontró a su padre esperando, murmurando algo.