Antes de que pudiera advertirla de que era cualquier cosa menos eso, siguió:
– Me sorprende que quieras darle esa impresión a Colette.
– No quiero darle nada.
Vera le hizo un mohín de reproche sobre las cabinas mientras Colette se marchaba rápidamente a la sala de personal.
– Ten en cuenta lo que te he dicho -dijo la señora Wimbourne-. Estoy segura de que quienquiera que sea con quien tengas que hablar atenderá a razones si le dices que estás poniendo en peligro tu trabajo.
– Aún no sabe si va a ser así. No me puedo creer que pueda serlo.
Se sentía como si ella estuviese decidida a robarle todos sus méritos y después vio cómo podía transferirle parte de la impotencia que le estaba haciendo sentir.
– Entonces, ¿asumirá la responsabilidad? -preguntó.
– Más bien creo que debería ser tuya, pero ¿sobre qué?
– Del dinero que pedirán. Ya han imprimido mi historia. Les costará mucho dejarlo ahora.
– No me digas que te lo reclamarían a ti.
– Lo dice en el contrato, si les impido que publiquen la historia.
Ya que parecía que se estaba creyendo la mentira, añadió:
– Tendría que pagarles a ellos mucho más de lo que me han pagado a mí.
– Me parece que tendrías que haber pedido consejo antes de firmar nada. ¿Cuánto te han pagado?
– Hasta que no la publiquen, nada -dijo Dudley, regresando a la verdad-. Quinientas.
– El premio del concurso, por lo que veo.
No estaba tan impresionada como habría esperado que lo estuviese alguien al oírlo.
– ¿Y cuánto por la película que dijiste que te habían propuesto hacer?
– Nada hasta que esté hecha. Un uno por ciento de todos los beneficios.
– Debo decir que sé tan poco como tú de estas cosas, pero no me sorprendería que intentaran aprovecharse de tu inexperiencia.
Dudley sintió como si todo el calor se le estuviera acumulando debajo de la piel. Tuvo que contener su rabia con una dolorosa respiración hasta que supo cómo hacer que su atrevimiento se volviera contra ella. Soltó el aire en silencio mientras ella lo miraba con desagrado.
– Déjame que te diga que te has metido en un buen lío. Esperemos que los que tengan que decidir se pongan de tu parte. Ahora será mejor que te prepares para trabajar.
Esperó a que él le levantara la tapa del mostrador. Mientras se dirigía al aseo de señoras, apareció Vera seguida de Colette.
– No has estado muy agradable antes -le dijo Vera-. Ten cuidado, no te vayan a volver a arañar.
– ¿Qué quieres decir? -objetó, aunque ya lo sabía.
– A la vista está que ha tenido una especie de pelea desde la última vez que lo vimos, ¿verdad, Colette? -dijo Vera señalando los arañazos que Dudley tenía en la mano-. ¿Fue por algo que dijiste, Dudley? ¿O intentaste llegar demasiado lejos?
– Se comportó como una zorra, eso es todo.
– Eso no nos gusta nada, ¿verdad? Las chicas tenemos que permanecer unidas.
Mientras que Colette intentaba expresar asentimiento, Vera dijo:
– ¿Nos estás tomando el pelo, Dudley? Pensé que te habías peleado con un gato o un arbusto en la colina donde vives.
Se sintió como si hubiese caído en una trampa que ni siquiera era capaz de identificar.
– Entonces no te crees que haya podido estar con una mujer.
– Con ninguna que te haya podido hacer eso. No me había imaginado que fueses de la clase de hombres capaces de forzar a nadie. Aunque, son los más calladitos con los que hay que tener cuidado, ¿no es así, Colette?
Colette pareció tomarse aquello, y mucho más, como una invitación a ser una de esas mujeres. Con más frustración de la que era capaz de ocultar, Vera dijo:
– ¿Qué querías preguntarle a Dudley afuera, cuando nos interrumpió la directora?
– Sobre tu revista, si es que vas a seguir en ella.
– Sí, nadie va a detenerme.
– ¿No era la revista para la que se suponía que trabajaba Shell Garridge?
– Aún lo hace, a no ser que haya molestado tanto a alguien que se hayan deshecho de ella.
Mostró un poco de pánico, cuidándose de no sonreír, mientras continuaba:
– ¿Queréis decir que ha ocurrido algo con la revista?
– Con la revista, no. Ella está muerta. Se ahogó en el río.
Disfrutaba con su secreto delante de la gente de la oficina, pero se había olvidado de preparar su reacción ante la noticia. Lo mejor que pudo improvisar fue:
– ¿Cómo acabó allí?
– Aún no lo saben. Supuestamente condujo más allá del paseo del río. No sé cómo pudo hacer tal cosa con tanta lluvia, ni siquiera alguien como ella.
Para su gusto, aquello sonó demasiado parecido a una acusación. Y más aún:
– No pareces muy alterado. ¿La llegaste a conocer?
– No -enseguida se arrepintió de su prudencia, que le hizo parecer demasiado insignificante-. Claro que sí -dijo-. Quiso conocerme después de leer mi historia.
– ¿Era tan genial en persona como en el escenario?
Aquello le molestó tanto que respondió:
– No creo que lo fuese de ninguna de las dos formas.
– A algunos hombres no les gustaban las cosas que decía sobre ellos -le aseguró Vera a Colette-. Deberías haber intentado comprender su punto de vista, Dudley. Podría haberte convertido en más que un escritor.
– La verdad es que sí me dio algunas ideas.
– Espero que se lo agradezcas cuando las escribas. Me refiero a agradecérselo por escrito.
Mientras intentaba no contestarle, Colette continuó:
– ¿Dónde la viste, entonces?
– Ya te lo he dicho.
– No, no lo has hecho. Colette se refiere a dónde la viste actuar.
Solo fue capaz de pensar una respuesta segura.
– En la televisión.
– ¿Qué estaba haciendo allí? -preguntó Colette-. Solía decir que estaba en contra porque no dejan que las mujeres se expresen, que solo sale lo que los hombres quieren oír.
– No lo sé -dijo Dudley sonriendo acordándose de la verdad-. La apagué.
– No creo que haya mucho de lo que reírse cuando muere alguien -dijo Vera.
– Tampoco lo había cuando estaba viva -dijo Trevor.
– Solo es tu opinión -dijo Colette.
– Entonces, escuchemos lo que tú tienes que decir, tesoro. ¿Qué tenía de genial? ¿Que les hacía sentir incómodos a los tipos como Dudley? Miradle. Yo diría que lo hacía.
Mientras Dudley pensaba en cómo rechazar la ayuda de Trevor, que se había convertido en cualquier otra cosa menos en eso, Colette dijo:
– ¿Recuerdas cuándo la conociste?
– ¿Qué te hizo, Dudley?
Vera quería que todo el mundo se enterara.
– Nada, no podía hacerme nada.
No sabía qué más podía haber dicho para poner fin al fastidio que estaba sintiendo, pero la señora Wimbourne salió del aseo de las damas desprendiendo su perfume, y dijo:
– ¿Estáis todos listos para las aventuras de hoy?
Al menos estaba distrayendo la atención de él, una atención no bien recibida, no de la clase que él merecía. Casi había alcanzado su cabina cuando su teléfono móvil comenzó a sonar con el tema de la película Halloween.
– Sé rápido con quienquiera que sea si no es urgente -dijo la señora Wimbourne-. Abrimos en menos de cinco minutos.
– Dudley Smith -dijo, como si hablara desde su oficina privada.
– ¿Qué tal estás esta soleada mañana?
Walt debió pensar que la pregunta se había contestado a sí misma porque añadió inmediatamente:
– ¿Has tenido nuevas ideas este fin de semana?
– Podría ser.
– ¿Algo que quieras compartir?
– Aún no lo sé -dijo Dudley queriendo decir que no.
– De acuerdo. Supongo que estás en el trabajo. ¿Sabes que eres una de las últimas personas con las que Shell Garridge habló?
Durante unos instantes que se prolongaron peligrosamente, Dudley no fue capaz de decir nada.
– ¿Cómo lo sabe? -consiguió decir al final.