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Aunque el hombre se volvió de cara al público, mostrando cómo sus orejas competían en prominencia con las de Dudley, Kathy no podía creerse lo que estaba presenciando, o quizá simplemente no quería creerlo. A pesar de la repentina pausa, apenas moderó la voz al proclamar:

– Que todo el mundo sepa que es mi hijo, soy el padre de Dud.

Kathy se quedó mirando fijamente su cara abigarrada y rojiza, coronada de gris, con unos ojos pequeños que harían que la nariz y la boca parecieran demasiado grandes y aplastadas en contraste, y se preguntó cómo pudo haber estado enamorada de él. Aquello no se resolvía girándose hacia su hijo y gritándole:

– ¡Démonos un abrazo!

Y en vez de abrazarlo, fingió pegarle un puñetazo y después haber recibido otro.

– Me ha engañado -gritó tambaleándose hacia atrás.

Dudley estaba visiblemente desconcertado, sin saber ni siquiera cómo moverse. Kathy avanzó hacia él, cosa que distrajo su atención de Dudley.

– ¿Es esa Kath? -pareció preguntar Monty a toda la concurrencia-. Estás muy arreglada. Nunca te había visto así antes, ¿verdad?

– No. El vestido tiene menos de quince años.

– Oh, eso ha sido un golpe bajo. Llamad a la poli porque me han atacado.

El padre de Dudley se dobló hacia delante a medida que decía aquello y de pronto se puso derecho.

– Su madre ha querido que todos os enterarais de que no he estado con ellos tanto como debería haber estado, pero no me habría perdido esto, ni ella tampoco.

– Solo más de la mitad de su vida -dijo Kathy casi para sí misma.

– No he estado ausente tanto tiempo, ¿verdad, Dud? Solía llevarte a los sitios antes de empezar las giras. De todas formas, ahora he vuelto al lugar adonde pertenezco, estoy descubriendo mi lado liverpuliano.

Kathy pensó que su intermitente y creciente acento de Liverpool era casi tan insoportable como el hecho de verlo al lado de su hijo, especialmente porque Dudley parecía helado por la incomodidad que sentía.

– ¿Adónde dices que perteneces? -no pudo resistirse a preguntar.

– Le corresponde a él decirlo, ¿no, Dud? ¿Crees que tengo algo que ver con lo lejos que has llegado?

Dudley se aclaró la garganta y farfulló algo. Después volvió a intentarlo:

– Supongo que tú me animaste a empezar a escribir.

– Díselo a ellos. Soy parte de ti, así que nunca llegué a irme del todo -dijo su padre girándose por completo hacia el público-. Por si alguien se pregunta quién es el imbécil pelón que está armando todo este jaleo, soy Monty Smith, el poeta, orgulloso de escribir versos en liverpuliano -añadió, aumentando su acento y llevándose el puño al corazón-. Los poemas deberían tratar sobre lo que siente la gente real y no sobre mariquitas que se pavonean entre las flores y se bañan en los lagos.

En medio del resentimiento que sentía, Kathy se quedó consternada al escuchar lo ordinario que se había vuelto desde que se habían separado. Tuvo la esperanza de que parte de las risas y los aplausos que había provocado fuesen irónicos, al igual que el grito de Walt desde el otro lado del restaurante:

– ¡Deberías escribir para nosotros! ¿Te has traído alguno de tus poemas?

– Tengo algunos memorizados. Aquí va uno dedicado a una empresa de tarjetas de crédito.

Monty adoptó una postura pugilista y recitó:

Por favor quitadme las deudas.

Aumentadme las cuentas.

¿Por qué no usáis la caja?

Idos de aquí y haceos una paja.

Kathy podía haber fingido no escuchar el alborozo de su alrededor si no llega a ser porque Dudley no dudó en unirse a los demás por educación. Lo que más la desconcertaba era ver a Walt reírse con la cabeza echada hacia atrás. No sabía qué hacer para atraer la atención de Dudley y entonces la voz de una mujer dijo:

– Ese le encantaba a Shell.

– Prefiero oír eso a ser el poeta vaquero. Ya sabéis a qué me refiero, el poeta del lazo -dijo Monty.

Enseguida escuchó la respuesta que había esperado para bajar el tono:

– Entonces, ¿conocía bien a Shell?

– Mejor que nadie -dijo una mujer regordeta de pelo gris desde una esquina-. Yo era su madre.

– Aún lo es, encanto. Siempre que alguien la recuerde, lo es y nadie la va a olvidar nunca. Esa es la noticia más triste que he escuchado este año. Una gran liverpuliana que vio su carrera truncada demasiado pronto. Decía la verdad y nos hacía reír y si eso no es lo que se supone que debe hacer un liverpuliano, entonces yo soy un árabe y acabo de poner una bomba -dijo.

Se frotó el ojo derecho con tanta fuerza que se le enrojeció la mejilla y perdió su forma natural. Después, pareció calmarse.

– Trabajar con Shell fue un honor para mí y el estar ahora en la misma habitación con la mujer que nos la trajo al mundo también lo es. Es un honor para todos los presentes esta noche. Creo que sabrá cómo hacérselo saber.

Aunque su padre empezó a aplaudir, Dudley pareció no estar seguro de si unirse o no al aplauso. ¿No le importaba la forma en que el público había perdido el interés en él? Cuando Vincent, con sus anteojos, comenzó a aplaudir también, a Dudley le pareció bastante fácil imitar el gesto.

– Debo decir que hemos dedicado este número a Shell -gritó Walt.

– No me dejéis acaparar vuestro espectáculo, aunque todo lo que dije me salió del corazón. No pude contenerme.

– Estoy seguro de que nadie habría querido que lo hicieras. Ha sido una historia fantástica -les dijo Walt a los periodistas-. Nuestra revista ha hecho que padre e hijo vuelvan a estar juntos. Y ahora, aquí viene lo que todos habéis estado esperando.

Aquella era la clase de anuncio que daba paso a Dudley. ¿Era tan modesto que no se había dado cuenta de que hacía referencia a él? Kathy permanecía muda, pero animando a que Dudley o Walt hablaran cuando escuchó un ruido como si alguien se hubiese desmayado y después otro golpe. Se dio la vuelta y vio dos montañas de revistas que un mensajero había depositado en el interior del restaurante.

– Que nadie se vaya sin una revista gratis -instó Walt.

Con el cuchillo que una camarera con kimono le había dado, cortó la cinta de ambos montones. Dudley fue adonde Walt estaba quitando los envoltorios de plástico. Sin dudarlo, le dio un ejemplar a Dudley, que tenía la mano extendida.

– ¿Dónde está la parte que habla sobre mí? -preguntó Dudley enseguida.

– En la trasera. La próxima portada será para ti, te lo prometo.

Cuando Kathy se unió a ellos tuvo el tiempo justo, antes de que Dudley pasara la última página, para ver la fotografía de la portada en la que se veía Liverpool al amanecer con la silueta de la estatua del ave Liver sobre un gigantesco sol. La página estaba ocupada por un resumen de su obra y encabezada por el titular: «El mes que viene, gran historia de ficción del ganador de nuestro concurso: Dudley Smith». Le habría gustado regodearse en el elogio pero él siguió pasando las páginas hacia atrás. Se detuvo en una fotografía.

Mostraba la cabeza en forma de bala y los hombros de la chica que había ocupado las seis páginas centrales, quitándole algunas a Dudley, pensó Kathy con un poco de vergüenza. Tampoco estaba contenta con el titular: «Conociendo a Shell», impreso el doble de grande que la leyenda de Dudley. Le dio la impresión de que Shell miraba a la cámara sin compartir con el público el chiste que le había provocado la sonrisa en los labios. ¿Sería aquel el motivo por el que Dudley parecía estar enfrentándose a la foto? Antes de que Kathy pudiera preguntárselo, Dudley se dirigió hacia las páginas que reproducían la actuación de Shell. Rápidamente negó con la cabeza como si rechazara las líneas que estaba leyendo y después se acercó más la revista. Fuese lo que fuese lo que estaba leyendo, le tenía tan preocupado que el manuscrito de su historia empezó a resbalarse fuera del sobre de papel manila que tenía bajo el brazo, pero Kathy los rescató a ambos.