– No has cambiado nada -dijo bruscamente.
– Mejor así.
Había hablado la madre de Shell. Kathy no entendió ni su comentario ni por qué miró a la señora Garrett con algo más que disgusto, ni tampoco la respuesta que le dio Walt:
– Pensamos que nadie podría imaginarse de quién se trataba.
– ¿Me da una? -preguntó Kathy.
– Claro que sí -dijo Walt, aunque después de un gesto de duda que ella no malinterpretó.
Apenas había empezado a leer por encima el texto de la última actuación de Shell, cuando el frío y el alboroto de las conversaciones parecieron apiñarse a su alrededor como un suave pero irregular bloque de hielo. La mitad de la página estaba llena de burlas sobre un funcionario que había sido atacado por el hermano de una de sus clientes. Algunos de los comentarios eran tan vergonzosos que se negó a tenerlos en cuenta, pero sí lo hizo al ver la palabra «imbécil» al lado de la de «Dud».
– ¿Se supone que eres tú? -preguntó ella con la esperanza de que tardara en contestar.
Dudley miró la página con no menos disgusto.
– Quizá.
Después de aceptar una copia de la revista, Monty se volvió hacia él.
– ¿Es esto lo que se supone que debe hacer una persona de Liverpool? -preguntó ella entre dientes-. ¿A esto llamáis verdad?
– Eh, me estás salpicando.
Se frotó los ojos, intentando parecer cómico.
– ¿Qué?
Le hizo una seña para que la leyera fuera. Caminó con paso nervioso y con una rabia frustrada.
– ¿Crees que habla de Dud? -preguntó.
– Deja de llamarlo así. Le hiciste sentir tan inseguro de sí mismo que ahora ni siquiera es capaz de contarle a su madre que se ha visto envuelto en un acto de violencia.
– Eso no es violencia; son dos jóvenes discutiendo en la calle. No hay duda de que pensó que no merecía la pena gastar saliva.
Sin embargo, Monty miró hacia el restaurante.
– Ven aquí un momento, hijo -gritó.
Dudley dobló la revista en la mano con tanta fuerza que Kathy sostuvo la suya de forma protectora. No entendió por qué se mostró tan dispuesto a contestar:
– ¿Qué?
– Tu madre dice que no te llame Dud. No te fastidia que lo haga ¿verdad?
Dudley contuvo la emoción.
– Ya no quiero que me llamen así.
– Me parece justo si eso significa que vamos a seguir manteniéndonos en contacto. Haré cualquier cosa que pueda para extender tu buena reputación. Y escucha, no dejes que lo que Shell dijera te toque las narices. Solo aprovechó una idea, como solía hacer siempre. Deberías sentirte orgulloso por haber sido parte de su actuación. Quizá no necesites ser un esclavo del Estado ahora que van a publicar tu historia.
Kathy se tomó aquello como un ataque personal también hacia ella, pero había temas más importantes a los que hacer frente.
– Dudley, ese incidente del que hablaba, ¿es por lo que has tenido problemas para caminar?
– ¡Ay! -dijo Monty con un sincero gesto de dolor.
– Estoy bien -murmuró.
– Si tú lo dices… ¿Por qué me contaste que habías tenido una pelea con tu novia?
– Porque siempre estás encima de mí -dijo Dudley mirando a su padre.
Ella intentó no pensar que le era desleal.
– Pensé que intentabas esconder lo que te había hecho porque no querías que pensara mal de ella. No creo que puedas decir que siempre estoy encima de ti; ni siquiera te lo mencioné al principio.
Estaba muy furiosa porque hablaba a la vez que intentaba impresionar al padre con aquello.
– Aunque el fin de semana pasado sí tuviste una pelea con ella, ¿verdad?
Mientras se tapaba los arañazos con la mano libre, miró a la señora Garrett con aversión. Kathy había hablado demasiado alto, claro, y él se sintió avergonzado. La mayor parte de su respuesta se quedó tras sus dientes apretados.
– Eso dije.
– Cielo santo, hijo, parece que has tenido peor suerte con las chicas que conmigo.
– También dijiste otras cosas, Dudley.
Estaba tan ocupada ignorando a su padre que la visión de dos personas saliendo del restaurante tuvo poca importancia para ella.
– De todas formas no vamos a discutir ahora -dijo levantando la mano para detener a las dos jóvenes-. Todavía no se van, ¿verdad? Dudley Smith está a punto de leer.
– Buena suerte a quienquiera que sea -dijo una mientras se escapaban de Kathy por ambos lados-. Esperábamos a Shell Garridge.
– No era tan noticia como ella pensaba -comentó Dudley.
Kathy tuvo la esperanza de que la señora Garrett no hubiese escuchado aquello a través de la puerta.
– ¿Les decimos que se preparen para escucharte antes de que se vaya alguien más?
– Ya no me apetece leer.
– Mira cómo has hecho que se marcharan -le dijo a Monty, casi gritándole.
Pero decir aquello era tan poco útil como culparse a sí misma.
– No te vengas abajo -le dijo a Dudley-. La revista quería que vinieras; sé que no te gustaría decepcionar a nadie.
– Lo arreglaré -dijo Monty dirigiéndose hacia el restaurante-. Walt, ¿les digo yo que va a leer o se lo dices tú?
– Mejor se lo dices tú, que quede en familia.
Aquello empujó a Kathy a entrar en el restaurante con tanta rapidez como pudo azuzar a Dudley delante de ella.
– Silencio -gritaba Monty-. Silencio para Dudley Smith.
– ¿Quién? -preguntó alguien a quien a Kathy le habría gustado localizar.
– Una patata frita de la zona antigua, solo eso. Una patata sin pescado, ¿Qué vas a leer, hijo?
Kathy contuvo la respiración hasta que Dudley dijo:
– La historia que habrían publicado si no llega a ser por Shell.
– Saldrá en el próximo número -gritó Walt.
– Entonces nos estás dando un adelanto, ¿cómo decías que se llamaba?
– Los trenes nocturnos no te llevan a casa -articuló Kathy mientras Dudley hablaba.
– Porque las compañías ferroviarias anteponen los beneficios a las personas. Ese debería ser el eslogan: «Beneficios antes que las personas», ¿verdad? Por el tiempo que los trabajadores y los pasajeros emplean en el transporte público, si me preguntáis mi opinión. Bueno, ya habéis tenido bastante conmigo esta noche. Aquí está Dudley.
Kathy oyó el trabajo que le costó pronunciar la última sílaba de su nombre. Pensó que aquella fue una de las razones por las que Dudley titubeó sin alejarse mucho de la salida hasta que Patricia se apiadó de éclass="underline"
– Podrías colocarte aquí -dijo señalando la esquina más lejana de la puerta-. Después puedes sentarte, si quieres.
Algunas personas también se dirigieron hacia allí a medida que Dudley buscaba un taburete. Ahora parecía más decidido y con más ganas. El público ya estaba en silencio cuando sacó el manuscrito del sobre. Kathy no habría sido capaz de distinguir las primeras palabras que dijo si no las hubiese leído antes.
– Espera -dijo Monty-. Grita un poco más, hijo.
– Los trenes nocturnos no te llevan a casa, por Dudley Smith. Cuando el tren llegó a la estación, empezó a hablar…
– No se oye nada -anunció la señora Garrett, aunque pareció más un triunfo que una queja.
– No leas tan rápido, Dudley -dijo Kathy-. Y un poco más alto, no querrás que nadie se pierda nada, ¿verdad?
La miró con cara de pocos amigos aunque podría habérsela ahorrado para la señora Garrett. Entonces volvió a su tarea.
– Los trenes nocturnos no te llevan a casa, por Dudley Smith. Su primer error fue pensar que estaba loco. Cuando el tren llegó a la estación, empezó a hablar en voz baja y apasionada…
Quizá había intentado convencerles de su voz baja, pero ciertamente no de su pasión. Pasó de leer el texto aturulladamente a reducir a la mitad su velocidad, y su monotonía amenazaba con ser un plomo. Aún peor, aún seguía leyendo aunque no había visto las palabras antes. Alzó un poco la voz al llegar a: «…sacaba del bolso el último éxito galardonado de Dudley Smith», pero aquello solo provocó un revuelo de vergüenza y algunas risitas. Su frente había comenzado a brillar, aunque Kathy tuvo que contener sus temblores.