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– Creí oírte decir que ya te había dado lo que me habías pedido…

Y su mirada se alzó por fin de la página. Tres personas le decían adiós a Walt mientras recogían sus revistas de camino hacia la salida.

Dudley parecía estar atrapado por aquella visión e incapaz de hablar.

– Vamos, hijo -le urgió su padre-. Los he visto peores en el sur.

– Cambió de posición y se colocó de espaldas a él…

Dudley tartamudeó y habló con monotonía hasta el final de la página, que deslizó dentro del sobre. Quizá aquello fue una demostración de cuánto le quedaba aún por leer porque cuatro personas se dirigieron hacia la salida mientras él recuperaba la página para acordarse de por qué frase se había quedado.

– Todo el mundo se agarrará fuerte a la silla cuando lea la escena de Greta y la banda -prometió Kathy echándole una mano a su hijo.

Pero a medida que leía el diálogo, la lectura cada vez era más monótona.

– Debe estarlo, dijo el hombre del medio escupiendo después en medio del pasillo. Está leyendo un libro…

Walt tosió y después de leer la mitad de aquella página, tosió aún más fuerte.

– Bueno, tal vez…

Kathy estaba a punto de gritar que deberían darle a su hijo una segunda oportunidad ya que su padre se había cansado de su actuación, cuando Patricia dijo:

– Quizá necesitaría una voz femenina, Dudley. ¿Podría narrarlo una chica?

Dejó de mirar el manuscrito y vio su cara en el otro lado de la habitación.

– ¿Quieres decir que quieres leer las cosas que dice ella?

– O toda la historia si te resulta más fácil. Solían decir que no se me daba mal el teatro.

Dudley frunció el ceño y después sus ojos se abrieron para dejar paso a la aceptación.

– De acuerdo, deberías ser capaz de hacerlo, ya la has leído antes.

Kathy pensó que la gente confiaba más en ella de lo normal. Le tendió el manuscrito a Patricia y se colocó junto al público.

– ¿Empiezo otra vez desde el principio? -preguntó.

– Empieza por donde Dudley lo dejó -sugirió su madre.

El suyo y varios gruñidos más le harían saber que había gente ansiosa por saber qué ocurriría después, pensó Kathy. Patricia leyó en voz alta y clara, modificándola sutilmente cuando Greta o el joven hablaban y caracterizando a los hombres de la banda con sosa monotonía liverpuliana. Cuando Kathy llegó hasta su hijo, esta vez sin problemas, lo encontró tan cautivado por Patricia, que llegó a mirarla con mala cara cuando esta le tocó el brazo. A veces los oyentes se distraían, pero él era uno de los que no. Hubo algunos gritos satisfactorios cuando Greta fue empujada bajo el tren y un silencio al final del último párrafo seguido de aplausos. Kathy habría pedido una segunda ronda si no llega a ser porque la señora Garrett habló por encima de ella:

– Por eso pensaron que Shell era más importante que esto, ¿verdad? Bien hecho. Es una vergüenza que tengan que publicar ambas cosas.

– No te lo tomes en serio, hijo. Seguramente echa de menos a su hija.

El padre de Dudley lo miró con más sinceridad de la que Kathy pensaba que tenía derecho a mostrar y especialmente cuando dijo:

– ¿Quieres buscar tus raíces como hice yo?

Kathy se dirigía también a él y a cualquiera que lo necesitara cuando levantó la voz para decir:

– Gracias, Patricia. Gracias por hacerle justicia a Dudley.

Vincent, con sus gafas, caminaba entre la multitud que empezaba a disiparse.

– Esto ha sido inspirador -le dijo a Dudley-. La mejor parte de la obra. Me ha dado una gran idea para la película.

– ¿Y de qué se trata?

– He pensado en la profesión del asesino.

– ¿A qué crees que se dedica? -le preguntó Dudley con un recelo que a Kathy le pareció indebido.

– Espero que te guste. Podemos pasar ya a trabajar en el guión. Incluso podrías encargarte de hacerlo tú -Vincent sonrió antes de seguir-. Dinos cómo consigue atrapar a la gente, Patricia. ¿Cómo crees que actúa un asesino? Quizá tú estés demasiado unido a él para verlo, Dudley. Un escritor de crímenes como tú, por eso nadie sospecha de él.

13

Cuando Patricia entró en Les Internacionales, refugiándose del sol de mediodía, una camarera vestida con una blusa de los colores de la bandera italiana salió a recibirla.

– ¿Tiene una reserva, querida?

– Tengo una cita con el señor Moore.

Aquella frase sonó como título de muchos géneros e hizo que un hombre se pusiera de pie en medio de la gran sala llena de ejecutivos y mesas con manteles de los colores de varias banderas.

– ¿Señorita Martingala? -dijo-. ¿O debería decir señora?

– Me da igual señora o señorita siempre que no me llame «señora de».

Se reunió con él y recibió un apretón de manos rechoncho y flojo. Su gran cara pálida y más que bien alimentada esbozó una sonrisa. Tenía la barba sin afeitar, quizá por celebrar el día libre de trabajo y adornada con rizos pelirrojos. Vestía una camisa blanca y un traje negro tan discretamente estampado que las rayas parecían subrepticias. Lo único que no hacía juego con el traje del funcionario era la corbata con dibujos de cerditos rosa.

– Yo estoy tomando el almuerzo combinado -dijo Eamonn Moore-, pero usted puede tomar lo que desee.

La carta que enumeraba los platos estaba entre los botes de salsa de soja y de aceite de oliva en medio de la mesa llena de comida griega tradicional. Gazpacho, dim sum, gumbo, baklava…

– Gracias -dijo Patricia-. Yo tomaré lo mismo -se vio obligada a añadir.

Llamó con el dedo curvado hacia arriba a una camarera vestida al estilo tradicional francés. Mientras la camarera se dirigía a la barra, cubierta de banderines, para servirle una copa de fino, Eamonn comentó:

– Entonces no está demasiado dispuesta a casarse.

– ¿Eso dije? Lo único que quería decir es que no estoy casada.

– No debería hacerlo hasta que encuentre a la persona adecuada. ¿Se ha casado ya Dudley?

– No, no está casado.

– No seguirá viviendo con su madre, ¿verdad?

– Me temo que sí. Bueno, no me temo, no debería temerme nada. Si no llega a ser por Kathy no publicaríamos su historia. ¿Ha perdido el contacto con él?

– Más bien sí. Por eso me sorprendió que quisiera hacerme una entrevista a mí.

– Él dice que usted tuvo mucho que ver con el género que escribe.

– No sé a qué se refiere.

– Debería haber venido a nuestra comida de la semana pasada. Me habría escuchado leer su historia -dijo Patricia.

Al decirle aquello, tuvo aún menos seguridad de cómo funcionaban las cosas. La única forma que había encontrado para hacerlo fue yendo directamente al grano, con la esperanza de que sus oyentes lo interpretaran como una ironía.

– Es la historia de un asesinato visto a través de los ojos de la chica que va a convertirse en víctima.

– Debería haber imaginado que se trataba de eso.

– ¿Lo dice por las películas que solían ver juntos?

Eamonn no respondió hasta que la camarera se retiró después de servirle el jerez a Patricia.

– ¿Qué dijo que hacíamos?

– Creí entender que veían muchas películas de suspense, pero no me quedó clara la edad que tenían.

– Estábamos en primaria. Él se sentaba a mi lado en la clase de primero. Debí contarle que mis padres tenían una videoteca y me pidió que viésemos algunas películas.

– ¿Alguna en especial?

– De terror, cuando vio que las teníamos. Mis padres no sabían lo malas que eran hasta entonces. Un tipo con una furgoneta solía pasarse por las tiendas de vídeos y venderlas baratas.