¿Ayudaba aquello a la historia menos de lo que debería? Probablemente Dudley lo pensó. Kathy retiró los cuencos, aunque él se había dejado todos los champiñones en el suyo. Patricia no hizo ningún comentario, pero se le leyó en sus ojos.
– Viscosos -le dijo-. Solo me gusta el sabor.
Kathy depositó los champiñones en el cubo de basura de pedal y sacó del horno una bandeja repleta de costillas de cordero.
– Espero que no se deje ni los huesos -le dijo a Patricia-. Su padre solía decir que era demasiado indulgente con él, pero nunca he visto que tenga sentido forzar a un niño a hacer algo.
Aquello fue seguido de un decidido silencio. Antes de traer los platos a la mesa, solo se escuchaba el sonido de la carne y las patatas cocidas que Kathy estaba sirviendo; las zanahorias no hicieron ruido y las verduras produjeron un leve golpe.
Después de que Patricia rociara el plato con salsa de menta de una jarrita con forma de un historiado tulipán rosa y después de probar el primer bocado de todo aquello con bastante vehemencia, se sintió obligada a resumir las preguntas en una:
– Vincent quería que te preguntara un par de cosas -dijo-. Está intentando comprender a tu personaje.
– ¿No se supone que solo tiene que grabar lo que Dudley escribió? Eso debería ayudarlo a comprender lo que sea, aunque no sé qué tendrá que entender.
– Vincent no entiende muy bien por qué el señor Anónimo…
Cuando Dudley frunció el ceño al oír aquello, Patricia dijo:
– ¿Ha buscado ya un nombre para él?
– No, porque nadie sabe nunca quién es.
– Entonces siempre escribes sobre el mismo asesino, ¿no?
– Claro. Todas mis historias tratan sobre él.
En vez de hablar por las víctimas, que no existían, Patricia dijo:
– ¿Sabe más cosas sobre él de las que escribe en las historias?
– Quizá.
Dudley cortó un trozo de cordero y no se lo llevó a la boca hasta que terminó de decir:
– ¿Como cuáles?
– Disculpe por volver a interrumpir, Patricia, pero, cómete también las verduras, Dudley. Seguro que tienen vitaminas que te ayudan a ser creativo.
Dudley intensificó su mirada hacia Patricia. Con mucha menos claridad, ya que tuvo que limpiarse los labios con la mano, repitió:
– ¿Cuáles, por ejemplo?
– Sé que no he leído las historias como debía, pero no sé por qué el señor Anónimo mata a la gente.
Quizá le disgustó que volviera a mencionar aquel nombre. Una expresión de pocos amigos estrechó su mirada a la vez que decía:
– Porque ellas piden que lo haga -dijo.
– Se refiere a que eso es lo que su personaje cree, ¿no?
– Mmm, sí.
A la vez que relajaba la frente, pareció sonreír.
– El señor Matagrama -dijo-. El contrario de Besograma. [5]
– ¿Lo ha llamado así por la película?
– ¿Por qué no lo ponéis como título? -dijo Kathy.
– Tendremos que ver qué piensa Vincent, ¿no? Entonces, Dudley, de alguna manera él culpa a sus víctimas.
– No las culpa. No llegan a importarle tanto.
– Debe tener una razón mejor que la de que no le importan.
– Ellas no saben que él está allí, eso es todo.
– Eso es más bien lo que hace y no la razón de por qué lo hace, ¿no? -dijo Kathy.
– Ambas cosas.
Quizá se sintió interrogado por partida doble, ya que añadió algo de irritación al decir:
– Entonces es cuando todo le va bien.
– Creo que no entiendo eso -dijo Kathy.
– Es el momento en que no hay nadie más que él y su víctima. El lugar también ayuda; es como si todo aquello tuviese que pasar -declaró Dudley, negando con la cabeza con tanta violencia que el bocado de carne que iba a comerse le manchó los labios. -No como si tuviese que pasar; cuando tiene que pasar.
Sin tener en cuenta la relación tan directa e íntima que tenía con su personaje, aquello incomodó a Patricia.
– Quizá debería hablar de esto con Vincent -se sintió aliviada al sugerir-. ¿Ha decidido en cuál de sus historias quiere que él piense?
– Permitidme que…
Kathy se volvió de espaldas y arrancó un pedazo de rollo de cocina con el que le limpió la boca a Dudley.
– Aún sigue utilizando la línea uno del metro, ¿no?
Él echó la cabeza a un lado y miró a Patricia hasta que esta admitió:
– Por desgracia, no lo haremos si eso molesta a la familia de la chica.
– Pero al final tendrán que publicar algo.
– No utilizaremos esa, pero estoy segura de que cualquier otra cosa que utilicemos ayudará igual a la reputación de Dudley.
– Pensé que habían firmado un acuerdo para publicar esa historia.
Patricia creyó que aquello era una acusación contra ella y contra su madre.
– No hay ningún compromiso de publicación por parte de la revista -dijo.
– Eso es algo injusto, ¿no?
Al ver que Patricia no asentía, Kathy continuó:
– Además, ¿cómo saben lo que piensa la familia? Solo se trata de la misma estación, después de todo.
– Se enteraron de la lectura de la historia y no les hizo gracia. No sabemos cómo llegó a sus oídos.
– ¿Quién querría arruinarle esto a Dudley? -protestó Kathy, respirando profundamente después-. No, lleva razón. Debería tenerse en cuenta a la familia. No sé qué sería de mí si perdiera a mi hijo. ¿Has terminado ya, Dudley? Aún hay muchas cosas buenas delante de ti.
– Ya he tomado lo que me apetecía -dijo Dudley tirando el cuchillo sobre la pasta de verduras.
Kathy no habló hasta que retiró todos los platos de la mesa.
– Tomemos algo dulce -dijo.
Mientras Kathy sacaba del horno un pastel tan aplastado que parecía doblado para invalidar su propia forma, Patricia no pudo resistirse a preguntarle a Dudley:
– ¿También es su favorito?
– No. Lo hice porque teníamos invitados -dijo Kathy.
Patricia hizo lo que pudo para no preguntarse qué había hecho para crear una pasta tan parecida a la piel mientras cortaba un trozo con la cuchara. Después de averiguar que el relleno era a base de miel y manzana por igual, fue capaz de elogiar el postre, esperando que no fuese demasiado tarde. Pensó que no había sido capaz de convencerla, cuando Kathy dijo:
– ¿Qué historia cree que debería enviar, entonces?
– No creo que tenga tiempo para decidirlo.
Patricia no sabía en qué medida la impresión que tenía era debida a aquellas historias (la misma cara pálida y tímida mirando desde cada relato), o a los comentarios de Dudley:
– ¿Cuál enviaría usted? -preguntó.
– No ganaría ninguna, ¿verdad? -objetó Kathy antes de dejar a un lado su amargura con una sonrisa dedicada a su hijo-. A no ser que todas sean ganadoras. ¿Qué tal la de cuando finge que va ayudarla a que no se hunda en el lodo de la playa y la empuja en vez de sujetarla? Esa me provocó muchos escalofríos. ¿O sería demasiado desagradable para tratarse del héroe de la película?
– No creo que lo fuese -dijo Patricia.
– El personaje central, entonces. La persona que todo el mundo quiere que regrese -dijo dirigiéndose a su hijo-. La que más me asustó de todas fue cuando conoce a una chica caminando por el campo en un día como este y le ofrece agua envenenada con éxtasis. La forma en que la ve bailar hasta la muerte ya es bastante horrible, pero que alguien te ofrezca una droga como esa sin saberlo, es aún peor.
– ¿Puede ser ese su error? -sugirió Patricia-. Le pueden seguir la pista a través de la droga.
– No. Estaba paseando, como ella dijo, y se la encontró donde alguien la había escondido. Entonces la diluyó en el agua de la botella, que ni siquiera era suya.
– ¿Y qué hay de las huellas de la botella?
– Se la llevó después de que ella se bebiera toda el agua, después de sentirse acalorada por los brincos que daba. No la tiró allí mismo; la cogió y la puso en el contenedor de la basura porque sabía que nadie miraría allí.