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– Lo que me viene mejor es que me dejes en paz; cien por cien en paz.

– Eso es lo que crees que necesitas para escribir, pero no significa que deba ser así.

Durante los instantes que tardó en comerse el bocado de huevos, pareció haber capitulado, pero entonces continuó:

– Después de todo, estás colaborando con el director de cine.

– Se suponía que me ibas a dejar en paz.

Mientras retiraba la silla de la mesa, el ruido del pino sobre el linóleo le crispó los nervios.

– Tengo que trabajar -se quejó.

– Aún no vas tarde, come algo más.

Al tirar el cuchillo y el tenedor sobre el plato, los cubiertos se hundieron en la ciénaga leguminosa.

– Al menos tómate el zumo de naranja -dijo-. Empieza el día de forma sana.

Agarró el vaso y se lo vació en la boca. Aún no había terminado de tragar, cuando el ácido se le mezcló con la bebida. Se apresuró hacia la puerta y se desvió del camino con el tiempo justo de escupir lo que tenía en la boca detrás del jardín abandonado. Cuando se puso derecho de nuevo, vio a Brenda Staples, una de las hermanas ancianas que vivían en la casa de al lado, inmóvil tras la ventana del piso de abajo sosteniendo la gran cortina que estaba abriendo. La rabia contenida que sintió ante el atrevimiento que la mujer exhibía le empujó a continuar avanzando por el camino. Antes de que pudiera levantar los dedos de la puerta, Kathy fue tras él.

– Podrías intentar escribir en la hora del almuerzo, ¿no?

No sabía si quería tranquilizarle a él, a ella o a ambos.

– Quizá también durante los descansos.

– No -dijo Dudley-. No.

Y lo repitió por toda la calle que conducía colina abajo. Se imaginaba a sus compañeros leyendo sus cosas detrás de él e incluso inventándose historias para llevarlo hasta la sala de personal. Deseó haberle permitido a Kathy que le contara a la señora Wimbourne que no se sentía bien, aunque no era así. Quizá podía fingir en el trabajo y así lo enviarían a casa.

– Piiii, piiii, piiii…

Su mente repetía aquella melodía. Cruzó la calle para evitar escuchar a los madrugadores compradores del supermercado y comenzó a salmodiar aquella sílaba con un tono lo suficientemente estúpido como para avergonzarse y dejar de hacerlo.

– Pis en su cabeza -gruñó con algo de inspiración-. Quería que alguien hiciera pis sobre su cabeza, esa estúpida y vengativa zorra sin imaginación.

El problema era que se sentía así, o al menos como si el sinsentido cayera por su cabeza, gota a gota, lentamente y apagara todos sus pensamientos. Seguramente aquello se debía a la falta de sueño. Lo único que necesitaba era algo que le despertara del todo.

Consiguió guardar silencio cuando llegó a la estación. Cuando el tren partió, el ritmo de las ruedas le hizo repetir:

– Su cabeza, su cabeza, su cabeza…

La joven que estaba sentada enfrente retiró las rodillas de su lado y se quedó con la mirada perdida más allá de él. Antes de poder unir cualquier pensamiento, una voz metálica anunció Birkenhead Park. Se bajaba en la siguiente parada y no tenía sentido seguir intentando pensar mientras estaba enterrado en medio de aquella masa de gente que no tenía ni idea de quién era él. Su alrededor cada vez era más confuso y monótono cuando de pronto una frase atrajo su atención. Decía: «La película sobre el asesinato».

El periódico estaba tres asientos más allá de él. Tuvo que forzar sus ya cansados ojos para poder estar seguro de que se trataba de aquellas palabras. El recordatorio del titular estaba tapado por un pulgar, pálido como una oruga, con un corazón carmesí. El pulgar temblaba como si estuviese a punto de retorcer el periódico, pero al final se deslizó hacia un lado para pasar la página. La parte trasera de su cabeza, una masa de paja ingeniosamente despeinada, casi no dejaba ver a Dudley el titular completo: «La familia de la víctima condena la película sobre el asesinato».

Estuvo a punto de gritarle que no pasara la página. ¿Quién más estaba leyendo aquel periódico? Cuando ya había terminado de revolverse sobre el asiento, ignorando las tonterías que la joven estaba haciendo para que sus rodillas no se contaminaran al tocar las suyas, localizó tres copias. El tren seguía con la charla sobre el tema que había en su cabeza mientras las luces incrustadas en las paredes del túnel penetraban en su visión con más rapidez de la que era capaz de formar pensamientos. Intentó no agarrar el periódico más cercano mientras se dirigía a las puertas. Cuando se separaron, se llevó los dedos a los carnosos labios y corrió hacia el otro lado del andén.

Podía haber subido corriendo los noventa y nueve escalones que había hasta la calle si el ascensor no hubiese estado abierto y a la espera. En el momento en que vio la luz del día, Dudley se escabulló entre la gente, salió por las puertas y corrió por la agostada y desnivelada calle. Los coches pitaron cuando cruzó como una flecha la calle principal. Pasó corriendo por el edificio del bingo dirigiéndose hacia el callejón donde estaba el puesto de periódicos de al lado de la oficina de empleo. «Artículo: Insuficientes policías nuevos en Mersey», rezaba el cartel del puesto, el cual no tenía nada que ver con él. Cogió el primer periódico del montón y se obligó a sí mismo a entretenerse hasta que el hombre sin afeitar y vestido con pantalones cortos le dio el cambio de la moneda de una libra, por si la prisa lo traicionaba de alguna manera. Pasó las páginas casi a arañazos mientras se dirigía hacia el banco más cercano.

La falta de candidatos para entrar en la policía ocupaba la página delantera. Sin embargo, el tema de la película no era ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto, ni el quinto… Aquel titular no podía tener nada que ver con él si estaba tan en el interior del periódico. Al abrir la siguiente página y agacharse sobre ella volvió a sentir el retortijón en el estómago.

La familia de la víctima condena

la película sobre el asesinato

La familia de Angela Manning, que murió atropellada por un tren en la estación de Moorfields en agosto de 1997, ha criticado los planes que hay para hacer una nueva película sobre los alrededores del Mersey.

Basada en una novela sin publicar del escritor Dudley Swift, la película va a incluir una escena en Moorfields donde un asesino en serie arroja a una chica al tren.

En nombre de Producciones Polywood, el empresario americano Walt Davenport ha dicho que la escena puede que no aparezca en la película. Es improbable que esto vaya a contentar a la familia de Angela.

«Dicen que no tiene nada que ver con Angela, pero al eliminar la escena lo están confirmando, comenta su padre, Bob Manning. En la película aparece un hombre que asesina a una chica como ella. Esto no nos va a dejar llorarla en paz y también hará que se extienda la idea de que los alrededores del Mersey están llenos de criminales.»

Dudley supuso que si se refería a que la zona estaba llena del señor Matagrama, debería tomárselo como un cumplido. Pero le enfurecía que le pusieran la etiqueta de criminal, pero no tanto como que se refirieran a él con un nombre equivocado. Le resultó difícil mantener los dedos quietos para llamar a La Voz del Mersey. Le respondió una máquina con la voz de Patricia Martingala.

– Soy Dudley -protestó-. Dudley Smith. Que alguien me llame cuando lleguéis.

Cerró el periódico y se dirigió hacia la papelera más cercana. Nada más llegar, escuchó a la señora Wimbourne decir:

– Dudley, no lo tires. Yo me lo quedaré.

– No -murmuró mientras lo tiraba en el cubo de cemento.

Se quedó abierto por la historia que hablaba de él. Se agachó sobre el cubo con tanta prisa que los bordes de su campo visual se quedaron en blanco al igual que los bordes de una vieja fotografía. Nada más cerrar el periódico, la señora Wimbourne estaba a su lado.

– ¿Me lo das ahora? -preguntó.