– Me refería al periódico de hoy.
– Me temo que aún no lo he leído -dijo Kathy sintiendo una punzada de inquietud.
– Entonces me parece que debería hacerlo.
Brenda entró en su casa con determinación, desde donde dijo:
– ¿Me dejas el periódico unos minutos, Cynthia? El periódico, Cynthia. El periódico. El que tienes ahí.
– No quisiera causarles tanta molestia -dijo Kathy intentando ignorar la silenciosa respuesta del cuidado jardín de las hermanas.
Pero Brenda ya venía de vuelta. Abrió el periódico antes de pasárselo a Kathy por la valla.
– No compramos el periódico de la mañana. Ya me imagino la cantidad de cosas malas que suceden sin tener que leerlas -dijo Kathy.
Entonces vio el titular que Brenda quería que viera. Mientras miraba rápidamente los dispares párrafos y se saltaba las frases y pensamientos que se interponían, sintió como si la oscuridad llegase a su mente y la luz del sol de la mañana se hubiese resquebrajado para dejarla entrar. Mantuvo los ojos fijos sobre la historia hasta que las palabras se redujeron al sinsentido y le ocultó sus emociones a Brenda.
– Me parece que están llevando demasiado lejos una coincidencia -dijo levantando la mirada.
– Si usted cree que lo es…
Kathy se dio cuenta de que estaba enrollando el periódico como si tuviera la intención de utilizarlo como un garrote.
– ¿Qué otra cosa quiere que crea?
– Nada. Estoy segura de que lo es si Dudley lo dice. ¿Le importaría no hacer eso con nuestra propiedad?
– Lo dice -dijo Kathy, desenrollando el garrote antes de devolverlo-. Dice que lo es.
– Si una madre no cree en su hijo, entonces nadie puede hacerlo.
Brenda alisó el periódico contra su plano pecho antes de añadir:
– De todas formas, la testarudez no le hace bien a la reputación de nadie.
– ¿Quién piensa que necesita ayuda?
Brenda la miró fijamente suponiendo que aquello era suficiente respuesta, pero habló:
– Espero que esta urbanización no vaya a necesitarla por culpa de toda esta publicidad. En especial espero que no vayamos a ser invadidos por la prensa. Bueno, no la entretengo. ¿No está ya de camino al trabajo a estas horas?
– Hoy no -dijo Kathy entrando en su casa.
El recibidor parecía mucho más oscuro ahora que había dejado la despejada luz de la mañana. Al principio creyó que se debía a su enfado, pero cuando cerró los ojos para calmarse, aquello fue como resbalarse y caer irremediablemente en su propia profundidad; en una oscuridad que ninguna cantidad de luz podría aliviar porque se debía a sus propios miedos y a la soledad. ¿Que Dudley no compartiera con ella sus secretos no era igual que estar sola? Hasta que la revista no lo dijo, no se enteró de que le habían atacado en el trabajo. Tuvo que enterarse por Patricia de que no iban a publicar su historia y ahora, insoportablemente, por Brenda de lo de la película. Seguramente no habría más revelaciones y al menos le había contado el problema que tenía. Aquello tenía que haber sido una petición de ayuda, aunque no lo admitiera. Tan pronto como fue capaz de marcar los dígitos, llamó a la oficina.
Le contestó su propia voz enumerando las horas de apertura de la oficina e invitando a dejar un mensaje. El señor Taylor la persuadió para que ella grabara la cinta con la excusa de que su voz era la más simpática.
– Soy Kathy -dijo tras su propio silencio-. No iré hoy. Me temo que es un virus veraniego.
No fue directamente a la habitación de Dudley. Se quedó mirando el desayuno que se había dejado en la cocina. A veces comía con ganas y a veces incluso repetía, ahora que Kathy lo pensaba, siempre después de haber estado con su novia. Seguramente él podría hacerlo si Kathy le pudiera hacer la vida más fácil. Vació los dos platos en el cubo de la basura y los puso en el fregadero antes de apresurarse a subir al piso de arriba.
Mientras encendía el ordenador deseó con todas sus fuerzas que Dudley no tuviera contraseña. Parecía que confiaba en que ella no entraría a su habitación y no se había molestado en poner una. No tuvo tiempo para avergonzarse mientras buscaba el último documento que él había abierto.
Liquidada para bien. La experiencia de leer una nueva historia de Dudley antes de estar siquiera imprimida, le hizo sentir tan especial que no dejó de sonreír hasta que llegó al final de la primera frase.
¿Qué estaba intentando hacer? ¿No se daba cuenta de que la revista nunca publicaría aquello? Cada frase que Kathy leía la hacía sentirse más nerviosa por él. Ni siquiera sonrió al ver que había llamado Mish Mash a aquella mujer. ¿Estaba tan distraído que había pensado que aquello divertiría a la editora y así se aseguraría de que no rechazaba la historia? Aquello no se iba a publicar. En la mitad de la segunda hoja se quedaba colgada extendiéndose con una palabra que parecía no tener fin.
Mientras miraba las estridentes letras extra y la raya roja del corrector de ortografía bajo la alargada palabra, recordó cómo en los meses posteriores a haber dejado las drogas, a veces había visto que las palabras que leía empezaban a andar por la página. Parecían tan desesperadas por salir como ella por escapar de allí y cada una de ellas parecía sacar de quicio a las otras, haciendo que ella cayera más en la profundidad del abismo de su pánico. ¿Podía tener algo que ver el estado mental que había producido aquella chillona palabra con el anterior, del que se recuperó a base de tranquilizantes? Seguramente aquella palabra solo era un grito de desesperación al haberse dado cuenta del tiempo que le había hecho perder esa historia, o quizá una protesta por una interrupción en su trabajo. Toda la historia debía de ser una protesta por la forma en que se estaban resintiendo su trabajo y su reputación. Estaba escribiendo de manera deliberada una historia desafiante que no iba a ser publicada, una historia que fingía estar basada en su propia imaginación o en hechos reales que le habían hecho responder así ante los comentarios que Shell había hecho sobre él. Su salvajismo había sorprendido a Kathy, pero seguramente no podía ser capaz de escribir otra historia para la revista hasta que no se hubiese ocupado de la de Shell. ¿Podría ayudarle Kathy? No había ninguna necesidad de cambiar su plan. Alcanzó el teclado y borró las redundantes letras de la última palabra.
Aquello era como aceptar el mayor atrevimiento de su vida sin dar marcha atrás. Aunque podía borrar luego todo lo que escribiera y ese pensamiento la animó a comenzar. Tecleó: «pis sobre él», y leyó la frase que había completado: «Espero que se sienta como si alguien hiciese pis sobre él».
Aquello era lo que Dudley quería decir. Era la burla que él y ahora Kathy habían imaginado que Shell Garridge habría hecho sobre él, aunque no era peor que los comentarios con los que la revista había reemplazado su historia. Kathy miró el resto de insultos que Mish Mash le había dedicado y comenzó a escribir con furia para ir a la par con sus pensamientos.
¿Por qué ya no se reían las demás mujeres? Algunas de ellas parecían pensar que Mish había dejado de ser graciosa. Quizá veían que temía parar. Si no seguía bromeando, sus miedos la atraparían por completo. Quería que estallaran en risas para poder tener una oportunidad para gritar. Seguía hablando de lo mojado que estaría el hombre al que estaba insultando bajo la lluvia porque lo que realmente temía era mojarse de miedo ella misma. Si él había estado escuchando ahí fuera, había llegado demasiado lejos. Aquel pensamiento la hizo precipitarse. Lo único que podía hacer era decir lo peor que fuese capaz de imaginar sobre los hombres, y sobre él en especial, para convencerse a sí misma de que él no estaba allí.
Kathy no sabía cuándo había sido la última vez que se había sentido tan cerca de su hijo. Se alegró de estar escribiendo las ideas que él hubiera añadido si hubiese tenido tiempo. Ciertamente estaba compartiendo su furia con el personaje que él había inventado para despejar su mente. No importaba lo viciosa que fuese escribiendo sobre alguien que no existía y sobre hechos que nunca habían tenido lugar. Su hijo era lo único que le importaba y él sería el único lector.