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– Lo haré -dijo.

– Antes de que te pongas con ello, hay alguien que quiere hablar contigo. Va a escribir a tiempo completo.

Mientras Dudley asimilaba su último comentario, su padre dijo:

– ¿Dud? ¿Qué es lo que ha dicho el jefe, vas a unirte a los artífices de la palabra?

Aquello le sonó inapropiado a pesar de la presencia de su padre en la revista.

– Ya lo soy desde hace mucho tiempo -objetó Dudley.

– Entonces, ¿vas a dejar el trabajo? Espero que lo sustituya alguien que sepa lo que es estar en el paro. No te lo tomes como algo personal pero tú solías tratar con tipos normales como yo, ¿es eso justo? Supongo que tienen derecho a esperar que cualquiera que maneje los trabajos sea de su misma clase. Es mi opinión -dijo Monty-. Ahora tendrás tiempo para fijar tu imagen.

– ¿Qué tiene de malo?

Dudley se acercó al pasillo más cercano con la intención de que nadie lo escuchara cuando hiciera su próxima llamada, pero había unas chicas que lo estaban llenando de bolsas de basura.

– No sé adónde quieres llegar -se quejó.

– ¡Es una pena! Dar vueltas por la acera, eso es malo, ¿crees que estoy acabado? No me volveré loco, bueno, solo un poco. Debería buscar un lugar, si no lo tuviera no sería tu papá. Esto podría empezar una moda, mejor lo escribo en mi memoria.

Después de haberse quedado sin rimas, al parecer, Monty dijo:

– Solo quiero ayudarte a conseguir un nombre.

Dudley apareció en un patio de cemento cuyas paredes eran las partes traseras de las tiendas.

– Ya tengo uno -protestó.

– Está bien, tienes el mío. Creo que nos podrían poner a ti y a mí en algún viejo espectáculo.

La improbabilidad de que aquello ocurriera hizo que Dudley dijera de pronto:

– ¿De qué tipo?

– Mejor que el último que diste. Créeme, la primera actuación es siempre la peor.

Monty se detuvo como si buscara más rimas y dijo:

– La asociación de pensionistas quiere que actúe una noche para ellos. ¿Te gustaría ser la segunda parte del acto? Seguro que a muchos de ellos aún les encanta un poco de suspense. Les podrías leer una historia o dos que no sean demasiado fuertes. Es por caridad, pero puede ayudarte a dar buena imagen.

Dudley no sabía por qué debía de hacer aquello, pero ahorrar tiempo era más importante.

– ¿Cuándo es?

– A finales de este mes. ¿Puedo decirles que cuento contigo? Tendrán que hacer los carteles.

– De acuerdo -dijo Dudley ya que no podía pensar en ningún otro modo de terminar la conversación.

– Guay. Será la primera de muchas veces, ¿vale? Seremos una empresa familiar.

Dudley interrumpió la conexión y marco el número de un directorio de información. Primero lo saludó una de las muchas voces indias con sus respectivas fórmulas.

– Liverpool -tuvo que decir primero- Eamonn Moore -dijo después.

– ¿Puede deletrearlo, por favor?

– Eamonn. Eh mon. Aim on.

Ninguna de esas sílabas le sirvió para deletrearlo dos veces. Igual que Moore. ¿Y si Eamonn no quería que diesen con él y hubiera ocultado su nombre de la lista? Sin embargo, los murmullos de las voces extranjeras le gritaron al informante de Dudley los datos.

– ¿Quiere que le conecte? -preguntó.

¿Haría aquello que su número fuese menos identificable? No estaba seguro y no quería correr el riesgo. Le colgó y se concentró en retener el número en la memoria mientras pulsaba las teclas para ocultar el suyo. El teléfono de Eamonn sonó varias veces y otras más, así que Dudley tuvo que recordarse a sí mismo que no debía hablar con el contestador automático. Entonces la voz de una mujer contestó:

– ¿Diga? -dijo con una voz más entrecortada que de bienvenida.

– ¿Es la señora de Eamonn Moore?

– Soy Julia Moore, sí.

– Debo pedirle disculpas. -Por muy irracional que encontrara su actitud, podría sacarle partido-. No necesito hablar con su marido si usted es también señora de la casa.

– De todas formas no podría hacerlo. Y sí, lo soy.

Comenzó a visualizarla: Tenía el codo del brazo que sostenía el auricular apoyado sobre la otra mano, en una postura de agresividad, con las piernas abiertas, como los hombres y la nariz y la barbilla en señal de desafío. Todo aquello le vino a la mente cuando ella dijo:

– ¿Con quién hablo?

Estaba listo para aquello, por eso sonreía.

– Mi nombre es Killan, señora Moore.

– Nunca había oído ese nombre antes.

– Es real, se lo prometo. Es irlandés.

En su mundanal vida pasada, una vez había tenido un cliente con aquel nombre.

– ¿Me puede decir para qué llama, por favor?

Estaba tomando aire para empezar su interpretación cuando escuchó un ruido detrás de ella: el lento zumbido y el traqueteo de un tren eléctrico alejándose.

– ¿Está cerca de una estación? -preguntó esperanzado.

– Sí, estamos cerca. No me diga que vende cristales dobles.

– No, señora Moore. ¿Tienen hijos usted y su marido?-fingió no saber.

– Dos pequeñas, ¿por qué?

– Entiendo por qué no desearía tener cristales dobles si eso significa no poder oírlas.

– Y si podemos, ¿para qué vamos a quererlos?

– Exacto. ¿Y qué diría de un nuevo y revolucionario sistema de insonorización que puede conectar y desconectar cuando lo desee?

– No tengo ni idea de qué me habla.

– No lo sabrá hasta que no lo vea funcionar. Le garantizo que no puede ni imaginarse la tranquilidad que le proporcionaría.

Con total convencimiento, sin haberlo ensayado antes, dijo:

– ¿Puede oír ahora a sus hijas?

– Claro que no, están en el colegio.

– Discúlpeme. Claro que lo están. Debería haber pensado que usted no es de la clase de las que las mantiene al margen.

Su absoluta convicción de que todo iba bien le hizo arriesgarse a preguntar:

– ¿Prefiere esperar a que todo el mundo esté en casa? ¿Será el señor Moore el responsable de la decisión?

– ¿De qué decisión habla?

– Le hablo de la demostración que les haré con mucho gusto.

– Yo soy completamente capaz de ocuparme de ello.

– Eso es lo que quería oír. Estoy en la zona de Aigburth, puedo llegar donde usted en una hora.

– No.

– ¿Cuándo le vendría bien? Por desgracia, solo estaré en este distrito hasta esta tarde.

– Entonces, no le entretengo. Buena suerte en su búsqueda de otra persona.

Dudley respondió antes de que ella hubiera terminado porque estaba claro por su tono que no le estaba deseando ninguna suerte.

– No tiene ninguna obligación por su parte, señora Moore, pero le puedo prometer personalmente una verdadera experiencia especial. Tiene usted mi palabra de que no puede imaginarse lo que es hasta que lo haya comprobado por usted misma.

– No debería sorprenderme puesto que no tengo ni la menor idea de lo que me está hablando.

– Entonces, ¿se lo enseño? No le robaría demasiado tiempo y, créame, cambiará su forma de vida.

– Somos completamente felices con ella, gracias. Debería haberle dicho mucho antes que nunca invitamos a ningún vendedor a pasar. Ahora debe disculparme, realmente tengo que…

– ¿Le podemos enviar información, al menos? Podrá ver mejor lo que está en oferta en vez de decírselo yo por teléfono. Puede tirarla a la basura si lo desea, pero le probaré que estoy haciendo mi trabajo.

– No tiramos el papel a la basura, lo reciclamos. Nos llega mucha propaganda de empresas como la suya. Por cierto, ¿cuál es el nombre?

Dudley tuvo que idear uno.

– Silencio Mortal -dijo antes de pensarlo-. Todo lo que usamos es reciclado.

– Algo es algo, aunque no es un nombre muy atractivo, ¿verdad?

Aquellas parecían ser sus últimas palabras hasta que suspiró y añadió:

– De acuerdo, envíenos la propaganda, supongo que eso no le hará daño a nadie.