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Patricia ya estaba en camino antes de que Dudley pudiera enviarla.

– Gracias a todos por venir -la escuchó decir-. Queremos volver a reunimos con usted.

Le pilló desprevenido una risilla que disimuló con un ataque de tos. Si tantas ganas tenía de presentarse como alguien importante en el trabajo, también tenía que limitar su deseo.

– Creemos que es usted -le informó Vincent.

La cara del actor era tan dura como la expresión de Dudley, tan afilada como angular, con una boca movible y expresiva, cuyos orificios nasales destellaban con impaciencia.

– Debo decir que me siento halagado -dijo suavizando la voz.

– Colin, este es Dudley Smith, el hombre que hay detrás del señor Matagrama.

– Entonces es el hombre al que deseaba conocer -dijo Colin Holmes.

Dudley se levantó y le estrechó la mano.

– Llámame Dudley -le dijo.

El actor avanzó y le agarró la mano con tanta fuerza que le hizo daño. Dudley cerró la otra mano sobre el puño y lo levantó en señal de victoria.

– Y yo te llamaré señor Matagrama. ¿En qué otros sitios has trabajado?

– He hecho telenovelas, sobre todo. No creo que usted vea ese género. Es demasiado ordinario para usted.

¿Había algo de despecho en sus grandes ojos azules?

– Lo es, pero tú no -dijo Dudley.

– No lo seré -dijo el señor Matagrama.

Mientras la recepcionista los conducía a la habitación, anunció:

– El resto de actores está aquí.

– No necesitamos más -dijo Dudley-. Ya lo tenemos; le presento al señor Matagrama.

Ella le respondió frunciendo el ceño ligeramente, él supuso que intentaba ser encantadora, aunque no se lo dirigió a él directamente.

– ¿Quién?

– El héroe. Es el único hombre que necesitamos ahora mismo, ¿no es así, Vincent?

– No me refería a los hombres -dijo la recepcionista.

Ni Patricia ni Vincent estaban dispuestos a contradecirla. El único que se permitió una mirada divertida fue el señor Matagrama, lo suficiente para convencerse de que tenían más en común de lo que los demás podían imaginar. Cuando la primera víctima, una alta y esbelta criatura llamada Jane Bancroft, hizo lo posible por su aprobación y la del señor Matagrama, sintió como si hablara por los dos al comentar:

– Es un buen nombre para una actriz.

– ¿Podemos probar algo de la escena del tren? -dijo Vincent dirigiéndose a ella-. Solo para ver cómo trabajáis juntos Colin y tú. No saldrá en la película.

El señor Matagrama miró a Dudley a la cara.

– ¿Sería eso mucho problema?

– Lo único que ocurre es que una familia está haciendo que todo esto huela mal. Dicen que la historia se parece a la de una chica que murió hace años y años.

Antes de que Dudley terminara de tener la sensación de que el señor Matagrama se sentía tan indignado como él, el actor cogió el guión que estaba al final de la sala y aguardó a que Jane Bancroft se uniera a él.

– ¿Seguro que está bien? -le preguntó.

Ella irguió hasta el último centímetro de su cuerpo hasta casi alcanzar la altura del actor y Dudley se imaginó que Patricia apenas le llegaba al hombro.

– ¿Por qué no iba a estarlo? -respondió Jane Bancroft.

Su voz se volvió más suave pero no menos audible.

– No me refiero a ti, es ahí por donde he empezado.

– Lo siento, lo siento -se disculpó también ante el público.

– Cuando estés lista. ¿Empezamos de nuevo? ¿Seguro que está bien?

Ella lo imitó como para determinar quién se creía que era.

– Ya te lo he dicho antes.

Aquella era una frase de Dudley y le pareció oír su voz.

– Supongo que no tienes novio -dijo el señor Matagrama.

– Puede ser -dijo Jane Bancroft con más recelo que timidez.

– ¿Estás buscando uno?

– No necesito buscarlo.

– ¿Te gustaría tener a alguien que pudiera demostrar que puede cuidar de ti?

– Yo ya sé cuidar de mí misma.

– Dos pueden hacerlo mejor.

El señor Matagrama se dirigía hacia ella, acorralándola contra la pared.

– Ese no es el camino -dijo abruptamente-. Me he confundido.

– No puede conmigo.

¿Aquella frase era de Vincent? No, era del propio señor Matagrama. Y la forma en que estaba atrapando a la chica con sus mudas maniobras, hizo que Dudley sintiera una deliciosa tensión en el estómago con la anticipación, al igual que su lucha por no parecer nerviosa mientas intentaba caminar.

– ¿Qué pasa contigo? -gritó ella ahogadamente.

– Creo que no deberíamos irnos sin más, ¿no? No, cuando hemos pasado por eso juntos. Déjame que te dé mi número.

– No, gracias.

– O puedes darme tú el tuyo.

– Gracias, pero eso menos -dijo Jane Bancroft mientras daba unos cuantos pasos hacia un lado, cosa que pareció algo cómica-. Mira, antes he fingido que me había perdido.

Aquello podría haber sido un baile de pareja si el señor Matagrama no hubiese caído también en aquella clase de estupideces. El calor y la tensión se extendieron en el estómago de Dudley cuando el señor Matagrama dijo:

– Te escoltaré de todas formas.

El señor Matagrama se había mantenido de espaldas al público a lo largo de todo el diálogo, una posición que le permitía a Dudley realizar sus pensamientos. No veía la expresión del señor Matagrama responsable de que ella estuviese tan tensa, pero ciertamente, se estremecía.

– Lo siento, lo siento -dijo, más por Vincent que por él-. No sabía lo serio que era esto.

– ¿De qué creías que se trataba? -le preguntó Dudley casi sonriendo.

– Creía que era algo más divertido; un trabajo agradable. Espero no haberles hecho perder demasiado tiempo. No creo que me vayan a tener en cuenta para su próxima película -dijo, dirigiéndose a Vincent por completo.

Cuando terminó de hablar, salió.

Vincent levantó las manos y después se quitó las gafas para adornar una segunda gesticulación.

– Intentemos no asustar a nadie más -dijo.

Mientras el placentero dolor que sentía se iba debilitando, Dudley dijo:

– ¿A quién te refieres?

– Deberías dejar de sugerir que no te parecen actores -dijo Patricia.

No tenía que prestarle atención a su desacuerdo.

– Ya.

– ¿Quién es la siguiente? -dijo el señor Matagrama impaciente-. No me digáis que se han ido corriendo.

– Mejor será que bajes el tono o lo harán -dijo Vincent-. ¿Podemos ver tu cara esta vez?

El señor Matagrama se dio la vuelta y desplegó una sonrisa de la que Dudley podía haberse sentido orgulloso.

– Aquí llega -dijo, mientras la siguiente víctima se aventuraba a entrar en la habitación.

¿Acaso pensó que se refería a ella? El señor Matagrama seguramente sí.

– Lorna Major -anunció frunciéndole el ceño.

– Este es el señor Matagrama -dijo Dudley.

– Quiere decir que Colin hace de él -explicó innecesariamente Vincent-. Él te llevará en la escena del tren.

El señor Matagrama se puso frente a ella enseguida, dejando ver su perfil al público.

– ¿Seguro que está bien?

– Ya te lo he dicho.

La rapidez de su respuesta estuvo a punto de desconcertar a Dudley, pero no al señor Matagrama. Mientras representaban la escena, él se echaba hacia delante y hacia atrás, encerrando a la chica mientras le dejaba ver a ella y al público una expresión de amplia racionalidad que parecía reforzar levantando las manos extendidas. La chica se negaba a mirar hacia otro lado y su determinación a enfrentarse a él le impedía poder escapar. Dudley estaba tan seguro de que podía inventarse un destino adecuado para ella que cuando Vincent le preguntó por su opinión, tuvo que detener sus pensamientos.

– Ella quedará bien -dijo-. Me quedo con ella.

– Entonces, estaremos en contacto.

Lorna Major parecía algo menos entusiasmada con la idea de haber sido elegida de lo que Dudley podía esperar, otra razón más para inventarse su fallecimiento. Lo mismo ocurrió con las otras aspirantes, una de ellas siguió intentando sortear al señor Matagrama y se quedó casi atrapada en la pared, mientras que la última tenía la costumbre de añadirle de distintas formas a la misma palabra corta: adjetivo, adverbio o verbo, un fuerte acento liverpuliano a lo largo del diálogo, un rasgo que el señor Matagrama no había sido capaz de evitar. Después de que finalizaran todas las audiciones, Dudley se agachó hacia adelante, exacerbado por el espectáculo del señor Matagrama y el desfile de víctimas y tuvo algo de dificultad al sentarse derecho, hasta que se calmó.