– ¿A quién creerá que se parece? -se vio provocado a preguntarse en voz alta.
– ¿A quién crees tú? -preguntó Patricia.
– A una prostituta.
– Sospecho que no sabes demasiado del caso.
¿Defendía a la chica o le acusaba de inexperto?
– No estaría vendiéndose con tanta gente alrededor -objetó-. Ni siquiera está oscuro.
Se detuvo al poco de decir que había habido… una tormenta que había vaciado las calles, pero la chica se había refugiado bajo una parada de autobús enfrente de la que él solía tomar, al otro lado. Mientras revivía la sensación de ir tras ella por seis calles, Vincent dijo:
– ¿Estás teniendo alguna idea?
A Dudley, la actuación de la chica le parecía más confusa que inspiradora; ya había escrito sobre la escapada y no iba a desperdiciar más tiempo repensándola.
– ¿Y tú? -le preguntó al señor Matagrama.
– Yo estoy aquí para aprender de ti.
– Espero que si la vieses allí, sola y sin ningún coche a la vista, irías y hablarías con ella. Si ella no se moviera de donde está al verte llegar, sería culpa suya, ¿verdad?
El señor Matagrama sonrió, probablemente por aquel comentario.
– ¿Crees que las víctimas provocan sus asesinatos y que no debemos culpar a los asesinos?
– A este, no. No me refería a nadie más.
– Aún no me has dicho por qué lo hizo.
Dudley lo miró para adivinar lo que había en su interior. Cuando el señor Matagrama le devolvió la misma mirada inquisitiva, Dudley dejó que la impaciencia tomara su voz:
– ¿Por qué no?
– Se abalanza siempre que tiene la oportunidad, ¿no? Es lo único que le interesa.
En aquel caso preciso, no era así de sencillo. Dudley había necesitado patrullar la zona durante semanas después de decidir que la localización equivalente al otro lado del río estaba demasiado cerca de su casa.
– No siempre tiene que propiciar las situaciones -dijo-. Están ahí para él.
Vincent le dio un empujón a sus gafas para colocárselas más arriba y abrió la boca, pero pasó por el lado de Dudley en vez de hablar. Dudley no se había girado cuando una mujer se hizo escuchar tras él.
– Disculpen, ¿por qué esperan aquí?
¿Qué derecho tenía la actriz para hablarle a él y al señor Matagrama de aquella manera? Incluso Vincent y Patricia se merecían algo mejor siempre que estuviesen con él.
– Quizá eso mismo deberíamos preguntarle a usted -le dijo guiñándole un ojo a Vincent-. Si está buscando a un director, aquí hay uno que puede decirle cómo realizar la escena.
– Dudley… -murmuró Vincent con un pequeño movimiento de cabeza.
– El mismo. El señor Smith para los extraños -dijo Dudley, a la vez que se giraba para ver a la agente de policía que le estaba preguntando.
No lo podía haber reconocido por otra cosa que no fuese por ser el creador del señor Matagrama, lo cual le hizo relajar la rigidez que habían adoptado sus labios.
– Oh -dijo tomándose un tiempo para reír-. Creí que se trataba de la actriz.
Ella no supo si sentirse halagada o no.
– ¿Qué actriz?
– La que está detrás de usted y está esperando a que alguien la arroje a la carretera -dijo Dudley.
Y se dio cuenta de que debía añadir:
– Parece.
– También es policía.
Dudley señaló con el dedo a la sustituta.
– ¿Por qué se supone que debe estar ahí?
– Ayuda a que la gente recupere sus recuerdos. ¿Le ha venido a usted alguno?
Si creía que podría atraparlo, no tenía ni idea de a quién se estaba enfrentando.
– ¿Por qué iba a hacerlo? -dijo Dudley-. Nunca la he visto antes.
– Investigamos -dijo el señor Matagrama.
– ¿Para qué?
– Una película. Como bien ha dicho antes, él es Dudley Smith, nuestro escritor. Vas a basar el guión en hechos reales, ¿no es así, Dudley? Yo seré el hombre que lleve a cabo lo que salga de su cabeza.
Dudley comenzaba a lamentar el entusiasmo del señor Matagrama.
– No es así, los asesinatos también serán inventados.
– Eso no es lo que yo entendí. Siento mucho haber hablado sin saber.
¿Le había decepcionado de alguna forma? La agente no le dio tiempo para pensar a Dudley.
– Si se trata de ficción, no tienen ningún motivo para estar aquí -dijo.
– Queremos hacerlo tan real como nos sea posible -dijo Vincent.
Ella lo miró poco convencida e intentó pasarle la misma mirada a Dudley.
– ¿Creen que puede llegar a ser muy real?
– Se sorprendería.
– Si hubiesen visto el hecho real no querrían hacer su película basándose en él. Hemos oído hablar de usted y de la película. Voy a tener que rogarles que se marchen.
– No puede hacer eso. Díganos que hemos hecho en contra de la ley.
– Obstruir el paso a la policía si continúan aquí. Necesitamos la zona despejada para que se lleven los coches.
Aunque estaba seguro de que la agente había preparado la excusa para desbancarlo, no tenía ningún motivo para quedarse allí; la reconstrucción simplemente le había traído el recuerdo de la chica verdadera.
– Me voy, pero solo porque quiero.
Le habría gustado que la agente se hubiese tomado aquello como un intento de ofensa, pero Vincent le dijo:
– Hablemos.
Se alejó de la agente y de la actriz de los pasos mecánicos. Mientras Dudley y los otros se marchaban, Dudley comenzó a recrear la escena en su mente: la chica agitando las piernas en el aire mientras se desvanecía en la reja, el frustrante movimiento mientras él se levantaba demasiado tarde para verla caer, el suave golpe le hizo esperar ver su cuerpo extendido y enorme.
– Estaría trabajando si no estuviese aquí -protestó.
– Lo siento si crees que no deberías estar aquí.
Vincent levantó la mano para levantarse las gafas, pero en vez de hacerlo los miró a todos como si quisiera que los comentarios fuesen más amables.
– Me gustaría comenzar a rodar la semana que viene -dijo.
– No sé si tendré suficiente para entonces.
– Seamos honestos, ya estoy bastante contento con mi guión.
– Me necesitas para hacerlo bien. Lo dijiste.
– Yo no diría eso.
Vincent empezaba a correr peligro al haberse olvidado de lo importante que era Dudley.
– Walt también quiere que empecemos -dijo-. No quiere que nadie más impida la realización de la película. Dice que es mejor que dejemos la controversia hasta que la hayamos sacado.
– ¿No soportas que te malinterpreten?
– Aún no nos has dado nada que entender.
Un poco más amable, Vincent dijo:
– Que Walt te hiciera un contrato no significa que tengas nada que decir en la película, pero a mí no me importa que nos acompañes para pedirte consejo si lo necesito.
– Yo también quiero que te quedes -dijo el señor Matagrama.