– Ahí hay un esquema.
Se refería a un dibujo que había dentro del bar y que mostraba las obras del barco: una vista lateral de las tripas sobre otra ilustración de cada una de las tres cubiertas. Aquello le recordaba a Patricia las instrucciones de una maqueta, pero sospechó que para Dudley tenía otro significado.
– ¿Para qué crees que sirve? -preguntó.
– ¿Y tú?
– Supongo que servirá por si alguien cae al agua.
– Ahogarse no es interesante.
No pudo evitar sentirse molesta por aquel comentario.
– Nadie podría caer en las hélices, están por debajo.
Se dio cuenta de que aquella observación era decepcionante.
– Si te caes por la popa, acabas en la estela del barco.
– ¿Y si te caes por uno de los laterales?
– Puede que te arrastrara debajo.
La plancha se levantó con el sonido de las cadenas y la barrera metálica se encajó en su sitio con un estruendo en la cubierta del fondo.
– Vamos a ver qué podemos observar -dijo Dudley.
Mientras Dudley se acercaba a la barandilla que había al lado de la popa del ferri, la embarcación se dirigió hacia la península Después de ponerse en paralelo, comenzó a navegar por el medio del río, desde Birkenhead hacia Seacombe. Patricia se agarró a la barandilla y se asomó sobre un salvavidas que estaba atado en el exterior. Los tubos líquidos de neón corrían por los erosionados flancos del barco y emergían en el batido de la estela.
– ¿Qué ves? -preguntó Dudley impaciente por saberlo.
– Nada que tú no veas, creo.
– ¿Puedes ver las hélices? ¿Ni se te ocurre nada que puedas hacer con ellas?
– ¿Como qué?
– No lo sé, tú estás mejor situada que yo. Ha sido idea tuya.
Patricia se puso de puntillas y se inclinó hacia delante. De pronto perdió el equilibrio con la silenciosa vibración del motor sobre la cubierta. Las ondas de neón le dificultaban la visión. El salvavidas se movía bajo sus dedos mientras ella perdía la sujeción a la barandilla. Quizá por todo aquello deseó que Dudley la agarrara por los hombros, pero él ya no se encontraba a su lado. ¿Por qué querría él verla en aquella situación? Era más alto que ella, como la mayoría de la gente. Dio un bandazo hacia atrás y hacia un lado, antes de girarse intentando volver a agarrar la barandilla.
– Sigo sin ver nada -dijo-. Mira tú, si quieres.
Tenía los dedos sobre la boca en una postura que sugería una oración. También parecía tener problemas para mantener los pies quietos, como si las sensaciones del motor los alteraran. Se abalanzó sobre la barandilla y se inclinó con más cuidado del que lo había hecho ella. ¿Sería aquello una muestra de su falta de atrevimiento? Se echó hacia atrás mucho más rápido que ella.
– Yo tampoco. De todas formas, me gustaría traer a Vincent.
– Es una opción. ¿Le dejarán rodar una escena así aquí?
– Tendrá que hacerlo; es su trabajo.
A medida que el ferri viraba hacia Seacombe, Patricia vio el bar a más de medio kilómetro del paseo del río. Hasta pasado un buen rato, más del que se sentía orgullosa, no se dio cuenta de por qué el ferri Egremont le sonaba familiar.
– ¿No es ahí donde Shell…?
– ¿Donde ella qué? Puedes decirlo, no me molesta.
– De todas formas ojalá no hubiese estado a punto de caerme ahora.
– Ella solo se ahogó. Tu idea es mejor.
A Patricia no le importó mucho aquel halago. Observó que el ciclista desembarcó en Seacombe, donde nadie más subió a bordo. Cuando el ferri comenzó el trayecto hacia Birkenhead, no fue capaz de contener la pregunta:
– ¿A qué te refieres con mejor?
– Más interesante, más espectacular.
– ¿En qué clase de espectáculo estás pensando? ¿En el del cuerpo de una chica haciéndose trizas ahí abajo? ¿Con los huesos machacados y hechos astillas? ¿Desangrada completamente?
– Eso suena bien.
Su intento por impresionarlo apenas había conseguido que ella se sintiera incómoda con sus propios pensamientos. Al menos, había conseguido que se callara. No dijo nada más hasta que desembarcaron en Woodside y recorrieron toda la rampa. Él se dio prisa al pasar por un grupo de autobuses parados hasta llegar a Hamilton Square, y ella se preguntaba si seguía alguna idea.
La charla de dos chicas que iban detrás de ellos hacia el ascensor espacioso de la estación pareció distraerlo. Sin embargo, ella deseó que continuara con su idea ya que aquello le había hecho olvidarse de lo de cenar con ella. No la miró a los ojos hasta que se sentó enfrente de ella en el vagón vacío y parecía tan preocupado que ella se dispuso a dejarlo tranquilo dondequiera que estuviese. Entonces él extendió las manos con las palmas levantadas hacia ella como para indicarle su presencia a alguien invisible.
– Avísame cuando tengas algo, si quieres -dijo-. Si tengo apagado el teléfono, puedes dejarme un mensaje.
– Pensé que así era mientras estábamos juntos.
Qué gran imaginación, estuvo a punto de decir Patricia. Sin embargo, se contuvo y dijo simplemente:
– No por mucho más. Tendrás que disculparme, pero me voy a casa.
El tren dio una sacudida que apagó todas las luces. Después de un momento de completa oscuridad, se encendieron e iluminaron a Dudley agachándose hacia ella.
– ¿Qué hay de la cena? -preguntó.
Patricia no se aguantó.
– ¡Caramba! No sabía que una comida pudiera sonar tanto a amenaza.
Él la miró a la cara antes de volver a sentarse..
– Depende de con quién creas que vas a estar.
– Esta noche, con nadie. Siento que pensaras que iría contigo. Estoy algo cansada.
Más por educación que con sinceridad, añadió:
– Quizá en otra ocasión.
– ¿Entonces no te importa decepcionar a Kathy?
– No sabía que lo hiciera.
– Le dije que íbamos a reunimos y ella dijo que podías venir a cenar, pensé que habías entendido lo que quise decir.
Patricia podría haber accedido si él no hubiese parecido tan secretamente divertido.
– Tendrías que haberme dicho que la invitación partía de Kathy. Espero que no sea mucha molestia. Preséntale mis disculpas. Bueno, yo lo haré.
Iba a buscar su teléfono cuando Dudley sacó el suyo.
– Yo lo haré. Es culpa mía, ¿no? Es mi madre.
Marcó nada más que el túnel salió al cielo abierto en Conway Park. Aún no había recibido respuesta cuando el tren volvió a entrar en su oscura madriguera. Patricia podía haberle preguntado cuándo había escrito Los trenes nocturnos no te llevan a casa, si no llega a ser porque empezó a ponerse muy nervioso. Quizá ya tenía suficiente tensión con la explicación que tenía que darle a Kathy.
Volvió a marcar nada más que el tren salió de nuevo a la luz. Patricia había empezado a contar el número de tonos que podía oír cuando él dijo:
– No contesta.
– Oh, vaya. Espero que no esté ocupada por mi culpa.
– No, no será para tanto.
Él le tendió el teléfono a Patricia para que pudiese oír el pequeño sonido agudo con más claridad. Después lo presionó contra sí con tanta fuerza que la mejilla se le enrojeció por debajo de la oreja.
– No creo que esté preparando la cena -dijo.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas con mucha más emoción de la que Patricia le había visto nunca.
– ¿Qué ocurre, Dudley? -tuvo que preguntar.
– Tuvimos una pelea.
– Como todo el mundo. ¿Fue de las malas?-dijo, preguntándose si Kathy al final no había cedido.
– Algunas de las cosas que dije puede que sí lo fueran. Se metió en mi ordenador y terminó una de las historias que yo estaba escribiendo.
– Seguramente lo hizo para ayudarte, ¿no?
Algo menos convencida, dijo:
– ¿Era buena?
– No querría que la publicaran.