No podía abrir los ojos. Cuando lo intentaba, el adhesivo le tiraba de las pestañas como unas pinzas. Los intentos por abrir la boca solo hicieron que la piel de sus labios corriera el peligro de separarse de la carne. Intentó abrirlos con la lengua, pero no pudo por el sabor a pegamento. Sus dedos escarbaban con algo peor que frustración en la pared que había detrás de ella y enseguida su dura suavidad le permitió identificar su apretada prisión. Estaba tendida sobre el lado derecho en una bañera.
Tenía que tratarse del cuarto de baño de los Smith, pero aquello era todo lo que sabía. Ni siquiera podía acordarse de dónde estaba la puerta según salía del baño. Ni tampoco tenía la más remota idea de si la habitación estaba iluminada o a oscuras. Que sintiera que estaba sola a la hora más negra de la noche no significaba que tuviera que ser así. Debía de haber estado inconsciente durante algún tiempo; quizá lo suficiente para que Dudley se durmiera a pesar de tenerla capturada. Quizá aquella satisfacción le hubiera dado sueño.
O quizá se hallaba escribiendo sobre su difícil situación. Necesitaba creer que no la estaba mirando si alguna vez iba a moverse. Si se agitaba, a lo mejor él le hacía saber que estaba allí. Aquella posibilidad la paralizó como la misma pesadilla en la que estaba y entonces la furia del pánico le dio fuerzas. A medida que se aliviaba el escozor que sentía en las manos cruzadas, levantó los pies al borde de la bañera.
Nada se lo impidió. Dudley no se movió ni habló. Seguramente ella lo habría escuchado a pesar del clamor de su propio pulso. Ni tampoco la tocó. Sin tener en cuenta lo observada que podía sentirse, tenía que creer que él estaba en otra parte. Al presionar los dedos de los pies contra el extremo final de la gran bañera y la cabeza contra el más cercano, pudo darse la vuelta y ponerse de espaldas. Al menos estaba completamente vestida aunque un reguero de humedad le empapaba la camiseta y los vaqueros. Sus manos no podrían aguantar su peso mucho más, pero tampoco quería ponerse bocabajo y darse en la cabeza con el grifo. Levantó el torpe bulto que formaban sus pies atados para determinar si el grifo estaba en aquel extremo, pero solo hallaron un objeto delgado y suelto que entendió que era una cadena cuando quitó el tapón. No lo oyó caerse, pero sintió el impacto y la cadena que arrastró con él sobre los empeines de camino al caerle en los tobillos. No tenía ni la mejor idea de cuántos minutos habían pasado mientras permaneció inmóvil deseando poder introducir aunque fuese un poco de aire en su temblorosa nariz. Se estaba magullando la lengua al presionarla contra los dientes apretados. Cuando el dolor regresó a sus atrapadas manos y comenzó a volverse agónico cuando los nudillos parecieron incrustársele en la espalda, se dio cuenta de que no importaba el tiempo que esperase, la sensación de ser observada no disminuía. Seguramente Dudley habría intervenido al oír el ruido. Con tanto cuidado como su ceguera y sordera le permitían, se deshizo de la cadena de los pies. Una vez que estuvo segura de haberse liberado, comenzó a moverse lentamente para salir de la bañera.
¿Cuánto ruido estaba haciendo y no era capaz de oír? Quizá los tacones sonaban en la superficie cuando perdían el apoyo. Seguramente aquello no lo podía oír nadie fuera de la habitación. No tenía sentido tener miedo de hacer ruido. Debía trepar por la bañera lo más rápido que pudiese. Ya tendría otros problemas una vez que hubiese salido.
Se echó hacia atrás, agarrando la superficie de debajo de su espalda para ganar sujeción. Volvió a doblar las rodillas y puso los hombros a ras del borde. Otro empujón con los pies hizo que también lo alcanzaran sus manos atadas. Intentó agarrarse con las yemas de los dedos y sintió que las uñas comenzaban a doblarse y separarse de la carne. Antes de que pudiera levantar el torso los tres centímetros que le faltaban para agarrarse a algo más firme, los pies perdieron su apoyo y la base de la columna golpeó la bañera.
Sus ojos y su boca luchaban por abrirse bajo la cinta, que le aplastaba las lágrimas contra los párpados. Para que el dolor disminuyera, se quedó sentada y quieta. No sabía lo audible que había llegado a ser el impacto. Contó hasta cien lentamente y después volvió a hacerlo, intentando disipar la sensación de ser observada como un espécimen. Si no había nada que pudiera ayudarla a deshacerse de ella, no debía dejar que la apesadumbrara. Levantó el torso tanto como pudo, a pesar del nuevo dolor de espalda, presionando los pies contra el suelo de la bañera con todas sus fuerzas. En un momento, sus dedos volvieron a alcanzar el borde.
Enseguida empezaron a temblar. No podría sostenerse durante mucho tiempo más. Se agarró con tanta fuerza que vibró cada uno de sus dedos, al igual que los pulgares en la región baja de la espalda cuando intentó levantar las piernas por fuera. Aquella tarea era más ardua de lo que había temido. Si hubiera sido capaz de apoyarse sobre una pierna mientras la otra intentaba liberarse, seguramente lo habría logrado, pero al tener ambas piernas atadas, era el doble de torpe y pesada. Al intentar pasar ambas por fuera de la bañera, de pronto temió que la pared de la habitación se lo impidiera. Cayeron cerca del borde y se le resbaló el pie izquierdo dentro de la bañera.
Intentó que al caer, apenas sonara. Tomó aire que arrastró olores a pegamento y plástico hasta su cabeza. Con un esfuerzo final que le magulló los dedos, agarró el borde a su espalda y apoyó el peso de todo el cuerpo sobre él mientras tiraba hacia arriba. Tembló de pies a cabeza cuando su tobillo izquierdo alcanzó el lateral de la bañera, pero al menos no se encontró la pared. Iba a dejarse caer poco a poco sobre el suelo del cuarto de baño para no alertar a su captor. Tan pronto como ambos pies estuvieron sobre el lateral, descansó los tobillos sobre el borde aunque estos perdieron el apoyo y todo el peso fue a parar a sus manos atrapadas. Tuvo que aguantar la postura mientras recobraba algo de fuerza, pero no podía permanecer así mucho tiempo. Se agarraba al borde para no volcarse hacia el suelo, pero las manos se le quedaron dolorosamente entumecidas y entonces escuchó la voz de Dudley.
Se agarró con más fuerza para no caerse y agudizó el oído. Parecía tan distante que no pudo distinguir sus escasas palabras. ¿Había llegado su madre? Aquella posibilidad fue tan parecida a un atisbo de esperanza que Patricia casi dejó que sus pies cayeran al suelo para hacer notar su presencia. Sin embargo empezó a balancear las piernas por el borde. No se había movido ni tres centímetros cuando se posó un objeto sobre su cabeza.
Era duro y rugoso. Se trataba de la suela de un zapato, del zapato de Dudley que la empujaba hacia abajo. El pensamiento de que había estado observando todos sus esfuerzos fue incluso peor que aquello. La postura le hizo sentir calambres en su abultado estómago hasta que él le volvió a meter las piernas dentro de la bañera de una patada.
– Patosa -le dijo al oído.
¿Esperaba una respuesta? Pensó que su cabeza seguiría cerca de la suya.
– Mejor prueba una postura más cómoda -dijo-. No vas a ir a ninguna parte.
Su voz se oía a la vez alta y distante. Patricia emitió un murmullo a través de la nariz. Su falta de articulación no importaba. De hecho, podría traerlo más cerca de ella para darle un cabezazo. Seguramente si lo hacía con la suficiente fuerza, podría aturdido el tiempo necesario para poder escapar de alguna manera. Pero su voz sonó aún más distante cuando él dijo:
– No te entiendo.
Patricia luchó para poder sentarse y volvió a intentarlo con algo menos que un intento de discurso.
– Suena como si te hubiese enterrado viva -dijo Dudley-. Eso ayuda, podría escribirlo en una historia.
Esta vez hizo todos los sonidos vocálicos que pudo. Sonó alto y en señal de protesta, pero quiso creer que no tan incontrolado como un grito. Cuando finalmente recuperó el aliento, él dijo: