– ¿No vas a venir a vernos a Smith e Hijo en nuestra primera actuación?
Kathy se había olvidado del evento en medio de todo aquello.
– Si Dudley va, claro que iré.
– ¿Acaso supones que puede que no acuda? Mejor será que hable con él.
– No lo hagas, por favor. Tiene un trabajo muy importante que entregar y un plazo que cumplir. Te lo podrás llevar esta noche de todas formas.
– No le vendrá mal mejorar su imagen. Quizá no deberías animarle tanto a que escriba lo que escribe.
– Creía que a tu jefe le gustaba.
– Golpe bajo -dijo Monty.
Ella se lo imaginó intentando agarrarle la entrepierna.
– Solo te pido que no lo molestes mientras trabaja porque ya está sometido a bastante presión. Por eso necesitaba el número de Patricia, para posponer su visita de hoy.
– ¿Su visita adónde? Pensaba que no ibais a estar en casa.
Kathy supuso que había dado a entender aquello y se maldijo por su descuido.
– Llegaré pronto.
– Le vas a recordar lo de esta noche, ¿verdad?
– Si es necesario, sí.
Ella sabía que no lo sería. A pesar de lo ferozmente que deseaba que Dudley no interrumpiera su trabajo, estaba segura de que nunca decepcionaría a su padre.
– ¿Dónde actuáis? -preguntó.
– En el Piquete Político, en Everton, al lado del antiguo lavadero, por si te suena.
Cuando Kathy intentó llamar al teléfono móvil de Patricia, recibió como respuesta un silencio que ni siquiera se alegró con la contestación negativa. Sonó como la imitación de una campana y, después de oír seis tonos iguales, escuchó:
– Hola, soy Patricia.
La voz parecía tan real que casi llegó a saludarla antes de que el aparato añadiera:
– No puedo hablar en este momento. Si me necesitas, no seas tímido. Déjame un mensaje.
– Patricia, soy Kathy Smith. Me temo que tendremos que cancelar lo de este fin de semana. Espero que podamos hacerlo la semana que viene, si no es demasiado tarde -dijo Kathy.
Marcó el número de los Martingala.
Apenas había comenzado a sonar cuando contestaron con un ruido:
– ¿Patricia?
– ¿Es usted la señora Martingala? Soy Kathy Smith, la madre de Dudley.
Con notable esfuerzo de educación o profesionalidad, la madre de Patricia dijo:
– ¿Tiene que ver con la revista?
– Así es. ¿Podría hablar con Patricia?
– Ya no trabaja en ello. Si usted desea, puede llamarla a su móvil.
– Lo he hecho, pero no puedo dar con ella.
– Entonces ya somos tres. ¿Gordon? Es la madre de Dudley Smith, el escritor.
En menos de dos segundos, la voz de un hombre dijo:
– ¿Señora Smith? Soy el padre de Patricia.
– Llámeme Kathy. Discúlpeme, ¿he molestado a su esposa de alguna manera?
– Estoy seguro de que no. El problema lo tenemos en casa. O para ser más exactos, al contrario.
– Creo que no le sigo.
– No es usted la única -dijo Gordon Martingala aclarándose la garganta-. ¿Patricia también les ha dejado plantados a usted o a su hijo?
Kathy escuchó una protesta de fondo mientras dijo:
– No sé a qué se refiere.
– Ha dejado la revista de su madre y se ha marchado a Londres.
– Cielo santo, ¿de repente?
– Tan de repente que no podemos ni mencionarlo. La primera noticia que tuvimos fue el mensaje de texto que le envió anoche a su madre.
Su resentimiento comenzaba a contagiar a Kathy. ¿Se había ido Patricia sin decirle a Dudley que lo dejaba a él y a la revista? ¿Tenía otro empleo? Se contuvo y no lo preguntó.
– Parece ser que cree que ha encontrado algo mejor y si no estaba hoy allí se lo darían a otra persona. Ahora usted sabe tanto como se ha molestado en contarnos a nosotros. Me parece que le daba vergüenza contarle nada más a su madre por la rapidez con que debía hacerlo.
Tras oír otra objeción a través del teléfono, Kathy dijo:
– Espero que le transmitan el deseo de que tenga buena suerte de mi parte y de la de Dudley cuando vuelvan a recuperar el contacto.
– No me cabe la menor duda de que aparecerá cuando necesite su ropa. Solo por curiosidad, ¿para qué deseaba hablar con ella?
– Iba a decirle que teníamos que anular nuestra cita. Dudley está demasiado ocupado este fin de semana. Dígale a su esposa que no esté triste, que tenemos que dejar que nuestros hijos sean ellos mismos -dijo Kathy, recibiendo como respuesta un murmullo de poco convencimiento.
Sin embargo, no se sintió demasiado resentida al finalizar la llamada. Lo principal era que Dudley no corriera ningún peligro por culpa de Patricia. Ahora Kathy tenía que dedicar el día en asegurarse de que no se sintiera tentada de molestar a Dudley.
27
Patricia se despertó con un leve ruido. Más que oírlo, lo sintió en su cabeza. Algo se había movido y había golpeado el extremo de la bañera. Hizo lo posible por no jadear por la nariz y después intentó no respirar ni moverse. El dolor de la espalda y de la cabeza disminuyó a medida que escuchaba. Con los ojos enterrados en la oscuridad, sentía no estar completamente despierta. Era mucho más difícil poder pensar cuando ni siquiera creía poder quedarse dormida.
A su alrededor todo estaba en calma, como un sueño sin soñar. Podría haber pensado que estaba dormida si no llega a ser porque sentía la cinta muy apretada y pegajosa en la cara. ¿Estaba sola en la habitación? Si él se hallaba trabajando en la habitación de al lado, escucharía el sonido del teclado a pesar de la pared y la cinta. Si estaba durmiendo al lado de la bañera quizá no lo podía oír respirar, pero no podría ignorar su presencia. Quizá su trabajo lo había hecho salir de casa por alguna razón. Tenía que aprovechar la oportunidad; no tendría otra.
Empezó a empujarse a sí misma para salir de la bañera solo con los pies para hacer menos ruido, pero creyó oír un sonido que no era suyo. Se sentía examinada como un insecto a través de un microscopio. No sabía decir lo que había sido ni si se había producido fuera de su cabeza. Cuando se dio cuenta de que no se repitió, volvió a deslizarse para salir de la bañera. A pesar de que podía ser que lo único que hubiera oído fuese un crujido de huesos en su cráneo, se movía con la misma lentitud que un caracol y se sentía tan blanda e indefensa como uno de ellos. Tampoco sabía si la humedad que sentía venía de la bañera o era su propio sudor. Cuando por fin deslizó la nuca por el borde de la bañera, levantó la cabeza y la giró, buscando el más leve sonido.
La habitación estaba a su izquierda. Tocaba la bañera con los dedos desde atrás para poder levantar el torso hacia delante e inclinarse hacia ese lado. Estaba convencida de que él no estaba allí abajo. Se puso derecha y giró su cara enrollada hacia la habitación, buscando a ciegas como un topo en el exterior incapaz de ver a su captor con toda la luz a su alrededor.
– Así que puedes oírme, después de todo -dijo.
Su voz venía del sitio adonde ella estaba mirando. Seguramente había notado su presencia, aunque no se había dado cuenta de ello. Quizá había percibido el aroma a loción de después del afeitado, lo que implicaba que poco antes había tenido una cuchilla en sus manos. Fingió no haber oído nada y siguió moviendo la cabeza, pero se traicionó a sí misma al tambalearse y detenerse.
– ¿Puedes hablar? -preguntó-. ¿Puedes decirme cómo te sientes?
Seguramente aún la consideraba su colaboradora. ¿La dejaría ir si lo satisfacía? Intentó hacer salir sus palabras, pero no estaba segura de si solo las oía en la cavidad de su cabeza.
– Así no -intentó decir.
– No te molestes si eso es lo mejor que puedes hacer. Ni siquiera pareces una persona.
Ella levantó la cabeza hacia él e intentó rogarle sin utilizar ninguna palabra.
– Mmm. Mmm -decía.
– ¿Estás cantando? Seguro que estás contenta de trabajar conmigo.