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El sol es más intenso que nunca sobre el lapiaz, los vientos ölandeses son más frescos, el aire más claro y las flores lucen en todo su esplendor. La hierba está verde, el sol del verano no la ha agostado aún. Pequeñas líneas borrosas y titilantes crecen en el cielo durante unos instantes hasta convertirse en golondrinas que se precipitan hacia la planicie con movimientos circulares como flechas negras, toman velocidad de nuevo con las alas y revolotean antes de aparecer en el cénit una vez más.

La primavera ha llegado por fin a Öland, y Nils Kant nota el cambio en el aire. Ahora tiene casi veinte años, por fin es adulto y completamente libre. Tiene toda la vida por delante y presiente que pasarán grandes cosas. Lo siente en todo el cuerpo.

Empieza a ser demasiado mayor para pasearse en silencio por la isla cazando conejos. Tiene otros planes. Ahora que la guerra ha terminado viajará por el mundo, a cualquier parte. Le gustaría llevarse a Maja Nyman, la chica que vive en la casa junto al cantil en Stenvik. La recuerda y piensa mucho en ella. Pero en realidad nunca han hablado, sólo se han saludado al encontrarse, cuando nadie la acompañaba. Si no halla pronto una oportunidad para hablar con ella viajará solo.

Este día se aleja de Stenvik más de lo acostumbrado, casi llega hasta el lado oriental de la isla. Antes de cruzar el camino comarcal ha cazado dos conejos que ha dejado bajo un arbusto para recogerlos de vuelta a casa de su madre. Antes de regresar piensa dispararle a uno o dos más, y a alguna golondrina, por pura diversión.

El agua derretida de la nieve de invierno aún forma anchos charcos por todo el lapiaz, que producen la sensación de caminar por un paisaje de musgo repleto de pequeños lagos. El agua se evapora rápidamente al sol. Nils tiene unas botas altas y gruesas y puede vadear los charcos si quiere. Unas veces lo hace, otras los rodea. Es completamente libre y posee el mundo entero.

Adolf Hitler ha intentado apoderarse del mundo. Ahora está muerto, se ha suicidado en Berlín. Después ha llegado el final para Alemania. Ya no les quedaban fuerzas para luchar contra los rusos y los americanos.

Nils salta por encima de un charco y continúa andando entre un grupo de enebros. Recuerda que cuando era más joven le gustaba Hitler, o al menos había tenido un gran respeto por su fuerte voluntad.

Escuchaba extasiado fragmentos de sus discursos altisonantes desde Alemania cuando su madre tenía la radio del salón encendida, y durante años había esperado que los bombarderos alemanes se abalanzaran sobre Öland, que llegara finalmente la guerra; pero ahora Hitler está muerto y la gran Alemania ha sido destruida en su totalidad por las bombas de los aviones ingleses.

Alemania ya no es tan interesante. En cambio, le atrae visitar Inglaterra. Y América aparece grande y llena de promesas, pero hasta allí ya han viajado muchos ölandeses y nunca han regresado; en el siglo XIX desaparecieron miles sin dejar rastro. Nils quiere viajar por el mundo y luego regresar a Stenvik como un emperador.

Nils oye algo, un ruido apagado y seco, y se detiene.

No se ve ni un solo conejo, pero Nils no obstante siente que…

No está solo.

Hay alguien ahí.

Ha oído algo en el viento, un breve sonido que no es ni el canto de un pájaro, ni el zumbido de los insectos, ni el relincho de caballos. Ha paseado por el lapiaz durante años, sabe cuándo las cosas están como deben estar y cuándo no. En este preciso momento hay algo que no está nada bien. Un escalofrío de desconfianza le recorre cuello y espalda.

No es un conejo, es otra cosa.

¿Lobos? La abuela de Nils, muerta hace tiempo, le contaba historias de lobos en el lapiaz. Antes había lobos allí. Pero ahora ya no.

¿Gente?

¿Lo vigila alguien?

Nils se descuelga lentamente la escopeta Husqvarna del hombro, la levanta con ambas manos lista para disparar y le quita el seguro con el pulgar. Dos cartuchos de la fábrica de munición de Gyttorp están listos para salir por los cañones.

Mira alrededor: los enebros crecen por todas partes, la mayoría torcidos y vencidos por el viento; apenas tienen un metro de altura, pero no obstante son frondosos y es imposible ver a través de ellos. Si Nils se pone de pie puede escudriñar el paisaje por encima y ver muy lejos; entonces nadie le puede sorprender, pero cuando se agacha parece que los enebros crezcan y se inclinen sobre él.

Ya no oye ningún ruido; si es que alguna vez ha oído alguno. Quizás haya sido sólo en su cabeza; le ha ocurrido otras veces cuando está solo.

Nils permanece en silencio sobre la hierba sin mover ni un dedo y espera. Respira lentamente, tiene todo el tiempo del mundo. Si espera, los conejos siempre acaban apareciendo; al final los nervios les traicionan y salen de sus escondites dando saltos y corren a ciegas para alejarse del cazador. Entonces sólo hay que llevarse la escopeta al hombro, apuntar a la criatura marrón y apretar el gatillo. Y luego acercarse y recoger el cuerpo ligeramente humeante.

Nils contiene la respiración. Aguza el oído.

Ya no oye nada, pero corre una leve brisa y de repente percibe un claro olor a sudor rancio y tela aceitosa. Con el viento le llega un penetrante olor a un cuerpo humano, o a varios.

Hay gente cerca.

Nils se dirige hacia la derecha con el dedo en el gatillo.

Unos ojos asustados lo observan desde un enebro a sólo unos metros de distancia.

Una mirada humana encuentra la suya.

El rostro de un hombre toma forma en la oscuridad bajo el espeso enebro, el rostro de un hombre tiznado de suciedad y sombreado por un pelo enredado. Detrás de su cabeza un cuerpo se aprieta con fuerza contra el suelo; viste ropa holgada de color verde. Nils reconoce un uniforme.

El hombre es un soldado. Un soldado extranjero sin casco ni armas.

Nils sujeta la escopeta delante de él y siente el latido de su corazón hasta en la punta de los dedos. Levanta el cañón de la escopeta unos centímetros.

– Sal -ordena en voz alta.

El soldado abre la boca y dice algo. No habla sueco, al menos el sueco que Nils conoce. Es un idioma extranjero. Suena a alemán.

– ¿Qué? -dice Nils rápidamente-. ¿Qué dices?

El soldado levanta las manos despacio; las tiene agrietadas y sucias; y al mismo tiempo Nils ve que el hombre no está solo en su escondite. Tras él, debajo del enebro, se oculta otro soldado con un uniforme sucio que lo mira fijamente. Parecen estar huyendo, como si escaparan de horribles recuerdos.

– Bitte nicht schiessen -susurra el soldado que está más cerca de Nils.

8

Julia llamó a Gerlof desde el teléfono de Ernst Adolfsson para contarle que le había encontrado muerto, y dónde.

Gerlof entendió lo que le contaba; sin embargo, consiguió que no le afectara demasiado y se concentró en escuchar la voz de su hija. Sonaba excitada, naturalmente, pero no asustada. Julia conservaba el dominio de sí misma.

– Así que Ernst ha muerto -dijo Gerlof. El auricular permaneció en silencio-. ¿Estás segura? -preguntó.

– Soy enfermera -replicó ella.

– ¿Has llamado a la policía? -preguntó él.

– He llamado a urgencias -respondió-. Van a enviar a alguien. Pero la ambulancia no le servirá a Ernst… Es demasiado tarde. -Guardó silencio durante unos segundos-. Seguro que también viene la policía, aunque haya sido un accidente. Tiene…

– Voy para allá -dijo Gerlof. Lo decidió mientras pronunciaba las palabras-. Seguro que la policía llegará enseguida, pero yo tampoco tardaré. Siéntate a esperar en el sofá de Ernst.

– Sí. Esperaré -dijo Julia-. Te esperaré.

Todavía sonaba tranquila.

Colgaron. Gerlof permaneció frente al escritorio unos minutos antes de reunir fuerzas.

Ernst. Ernst estaba muerto. Gerlof se tomó su tiempo para asimilar estos hechos. Hasta hacía poco contaba con dos amigos íntimos vivos. John y Ernst. Ahora sólo le quedaba uno.