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– Oh, sí, estás bien preparado -dijo a mi lado. Parecía que nunca íbamos a separarnos el uno del otro.

– Y se supone que he de creer que tú eres el Hombre Justo ahora -dije.

Sonrió al oírme. Pude verlo con el rabillo del ojo.

– El Hombre Justo -repitió en tono suave-. No. No soy el Hombre Justo. Soy Malaquías, un serafín, ya te lo he dicho, y estoy aquí para ofrecerte una oportunidad. Soy la respuesta a tu plegaria, Lucky, pero si no quieres admitirlo, digamos que soy la respuesta a tus sueños más locos.

– ¿Qué sueños?

– Durante todos estos años siempre has rezado por que el Hombre Justo fuera de la Interpol. Porque formara parte del FBI. Porque estuviera del lado de los chicos buenos y todo lo que te pedía que hicieras fuera para bien. Es lo que siempre has soñado.

– Eso no importa, y lo sabes muy bien. Yo los maté. Hice un juego de todo ese asunto.

– Sé que lo hiciste, pero aun así era tu sueño. Ven conmigo y no tendrás dudas, Lucky. Estarás del lado de los ángeles, de mi lado.

Nos miramos el uno al otro. Yo temblaba. Mi voz no era firme.

– Si eso fuera cierto -dije-, yo haría cualquier cosa, todo lo que me pidieras, por ti y por el Dios del cielo. Aceptaría todo lo que exigieras.

Sonrió, pero muy despacio, como si mirara muy dentro de mí en busca de alguna reserva mental, y tal vez descubrió que no había ninguna. Tal vez fui yo quien se dio cuenta de que no tenía ninguna.

Me dejé caer en el sillón de cuero, al lado del sofá. Él se sentó frente a mí.

– Voy a mostrarte tu vida ahora -dijo-, no porque yo necesite hacerlo, sino porque tú tienes que verla. Y sólo después de haberla visto creerás en mí.

Asentí.

– Si puedes hacer eso -dije, tristemente-, bueno, creeré en todo lo que me digas.

– Prepárate -dijo-. Escucharás mi voz y verás lo que yo te voy a describir, tal vez de una forma más vívida que como nunca has visto nada, pero el orden y la organización serán cosa mía, y puede que sean más difíciles de soportar para ti que una simple sucesión cronológica. Es el alma de Toby O’Dare lo que vamos a examinar, no simplemente la historia de un joven. Y recuerda que a pesar de todo lo que veas y lo que sientas, yo estoy realmente aquí contigo. Nunca voy a abandonarte.

4 Malaquías me revela mi vida

Cuando nosotros los ángeles elegimos un ayudante, no siempre empezamos por el principio. Al explorar la vida de un ser humano, podemos empezar por el presente palpitante, pasar después a la tercera parte del camino, retroceder desde allí a los comienzos y avanzar luego hasta el momento deseado, con el fin de reunir todos los datos acerca de sus propios vínculos emocionales y reforzarlos.

Nuestras emociones son distintas, pero las tenemos. Nunca observamos con indiferencia la vida o la muerte. No hay que malinterpretar nuestra aparente serenidad. Después de todo, vivimos en un mundo de confianza perfecta en el Creador, y somos muy conscientes de que los humanos carecen muchas veces de ella, y sentimos por ellos una compasión positiva.

Pero no pude dejar de advertir, tan pronto como empecé a investigar a Toby O’Dare cuando era un chico inquieto y cargado con preocupaciones incontables, que nada le gustaba más que ver por la televisión, en el horario de noche, las series de detectives más brutales, y que de ese modo apartaba sus pensamientos de las horribles realidades de su propio mundo tambaleante; y que el disparo de las armas de fuego siempre producía en él la catarsis deseada por los productores de esas series. Aprendió a leer muy pronto, acababa temprano sus deberes de clase y leía por placer los libros que llaman de «crímenes reales», pero también se sumergía con delicia en la cuidada prosa de Sangre y dinero o La serpiente, de Thomas Thompson.

Eran los libros sobre las mafias del crimen, sobre los asesinos patológicos, sobre los más repugnantes pervertidos, los que elegía de las estanterías de una librería de Magazine Street en Nueva Orleans, donde vivía entonces, incluso en los días en que no soñaba ni por un instante en que algún día iba a ser protagonista de ese tipo de historias.

Odiaba el glamur del mal en El silencio de los corderos,y habría arrojado ese libro a la basura. Los libros de no ficción no se escribían hasta que el asesino había sido atrapado, y Toby necesitaba ese desenlace.

Cuando no podía dormir, en la madrugada veía a policías y asesinos en la pequeña pantalla, desdeñando el hecho de que el nudo de aquellas historias era la comisión de un crimen, y no la indignación mojigata ni las acciones del teniente de policía artificialmente heroico o del detective genial.

Pero aquel gusto temprano por la ficción criminal era casi la característica menos importante de Toby O’Dare, de modo que permitidme volver a la historia que percibí en cuanto fijé en él mi mirada inalterable.

Toby no creció soñando con ser un asesino o un policía. Toby soñaba con ser un músico y ayudar a todos los componentes de su pequeña familia.

Y lo que me atrajo de él no fue la rabia que hervía en su interior y lo devoraba vivo en el tiempo presente, o en el tiempo pasado. No, me parecía tan difícil ver a través de aquella oscuridad como lo habría sido para un humano caminar contra el viento helado del invierno, que le hiere en los ojos y la tez y le congela los dedos.

Lo que me atrajo de Toby fue una bondad brillante y resplandeciente que nada podía ocultar por completo, un enorme sentido del bien y del mal que nunca se vio desfigurado por la mentira, a pesar de lo que la vida hizo con él.

Pero dejadme aclarar una cosa: el hecho de que elija a un mortal para mis propósitos no quiere decir que el mortal vaya a estar de acuerdo en venir conmigo. Encontrar a uno como Toby resulta bastante difícil; y convencerlo de que me acompañe, todavía más complicado. Podéis pensar que se trata de una oferta irresistible, pero no lo es. Lo más normal es que la gente se escabulla cuando se les ofrece la salvación.

Con todo, eran demasiados los aspectos de Toby O’Dare que me convenían para que me alejara de él y lo abandonara a la custodia de ángeles inferiores.

Toby había nacido en la ciudad de Nueva Orleans. Era descendiente de irlandés y alemana. También había en él sangre italiana, pero él mismo no lo sabía, y su bisabuela por parte paterna fue judía, pero él tampoco lo sabía porque venía de una familia en la que se trabajaba duro y nadie se preocupaba de esas cosas. También había en él un poco de sangre española por el lado paterno, que databa de la época en que la Armada Invencible se perdió en las costas de Irlanda. Y aunque se hablaba de que algunas personas de la familia tenían cabellos negros y ojos azules, él nunca se preocupó del tema. Nadie en la familia hablaba de genealogías. Hablaban de sobrevivir.

En la historia humana, la genealogía es cosa de ricos. Los pobres aparecen y desaparecen sin dejar huella.

Sólo ahora, en la era de la investigación del ADN, se ha aficionado la gente corriente a conocer su herencia genética, y luego no sabe muy bien qué hacer con esa información, pero se está produciendo una especie de revolución porque la gente intenta comprender la sangre que corre por sus venas.

A medida que Toby O’Dare se fue convirtiendo más y más en un sicario conocido en los bajos fondos, tanto menos se preocupó de lo que había sido antes, o de quiénes le habían precedido. De modo que cuando tuvo los medios que le permitían la posibilidad de investigar su propio pasado, se fue alejando más y más de la cadena humana a la que pertenecía. Después de todo, había destruido su «pasado» hasta donde lo conocía. De modo que, ¿por qué preocuparse de lo que había ocurrido mucho antes de su nacimiento a otras personas que luchaban contra sus mismas presiones y miserias?

Toby creció en un apartamento de la parte alta de la ciudad, a sólo una manzana de calles de prestigio, y en esa vivienda no colgaban de las paredes retratos de antepasados.