Soy dios supremo donde soy dios supremo, ni un palmo más allá. A mí me llaman padre de los dioses porque soy padre de los que son mis hijos; yo mismo, sin embargo, soy hijo, y tuvieron padres los que lo son míos. Nadie sabe si la falta de fin de todo es por andar siempre hacia adelante, hacia donde nunca se llega, o por andar siempre en círculo, hacia donde no hay adonde llegar.
Hombres y dioses serían así, según Júpiter, apenas puntos, diferentes etapas en una espiral sin fin. También el Diablo afirma a cierta altura de este cuento:
Son eras sobre eras, y tiempos tras tiempos, y no hay más que andar por la circunferencia de un círculo que tiene la verdad en el punto que está en el centro.
Inmediatamente antes en este monólogo suyo, el Diablo había introducido otro elemento en la escala-escalera vertiginosa dios-hombre-animal.
El hombre no difiere del animal sino en saber que no lo es. Es la primera luz, que no es más que tiniebla visible. Es el comienzo, porque ver la tiniebla es tener su luz. Es el fin, porque es saber, por la vista, que se nació ciego. Así el animal se torna hombre por la ignorancia que en él nace.
Y de nuevo nos acuden ecos de Fausto: "El saber es la inconsciencia de ignorar".
Por este recorrido, el dios que antecede al hombre tiene un paisaje apenas más amplio de su ignorancia. Es más amplia la circunferencia de su horizonte más allá del cual no conoce nada; sabe apenas un poco más que nada sabe.
No presume este Diablo de enseñar a encontrar la verdad, que es inalcanzable; sólo quiere habituar la mirada a saltar los obstáculos que habitualmente le interponen, para colocarlo ante el vértigo del abismo:
Todo es mucho más misterioso de lo que se juzga, y todo esto -Dios, el universo y yo- es apenas un rincón misterioso de la verdad inalcanzable.
La verdad es un punto situado en el centro de un círculo inabarcable; tal vez ése en que piensa Bernardo Soares cuando escribe: "Y yo, verdaderamente yo, soy el centro que no existe en esto sino por una geometría del abismo"8.
En la "Oda triunfal" Campos escribe:
En la noria del terreno de mi casa
el burro camina alrededor, camina alrededor,
y el misterio del mundo es del tamaño de esto.
Pero esa circunferencia -para que la inalcanzable verdad sea aún más vertiginosa y huidiza- es una órbita dentro de otras órbitas, ilimitadamente.
Todo este universo, y todos los otros universos, con sus diversos creadores y sus diversos Satanes, más o menos perfectos y diestros, son vacíos dentro del vacío, nadas que giran, satélites, en la órbita inútil de ninguna cosa.
Las enseñanzas para administrar las cuales fue creado Alberto Caeiro, el Maestro, van en sentido contrario a las del Diablo, Maestro también, y, como él, un subversor. Es que Caeiro enseña a no mirar más allá de la curva del horizonte para no tener vértigos, a dormir la vida como "el animal humano" que él nos quiere enseñar a ser. "Felices los que duermen, en su vida animal", no deja de comentar el Diablo, en un momento de cansancio de su divina condición.
Como la verdad es inalcanzable, el Diablo se limita a presenciar, desde lo alto, su manifestación pluraclass="underline"
Aquí, en estas esferas superiores, de las cuales se creó y transformó el mundo, nosotros, para decirle la verdad, no percibimos nada. Me inclino a veces sobre la tierra vasta, echado a la orilla de mi meseta por encima de todo -la meseta de la Montaña de Heredom, como la he oído llamar- y cada vez que me inclino veo religiones nuevas, nuevas grandes iniciaciones, nuevas formas, todas contradictorias, de la verdad eterna, que ni Dios conoce.
El Diablo sabe que la verdad no puede ser revelada por ninguna de esas "nuevas religiones" porque esa "verdad eterna, que ni Dios conoce" no está especialmente en ninguna pero no deja de estar en todas. Ninguna la abarca, pero todas dan señal de ella. Por eso afirma:
Todas las religiones son verdaderas, por más opuestas que parezcan entre sí. Son símbolos diferentes de la misma realidad, son como la misma frase dicha en varias lenguas.
Ésta es, además, una convicción profunda de Pessoa, expresada en otro fragmento9 en su propio nombre.
La actitud del Diablo en relación con la verdad se aproxima a la de Pessoa: siendo ella el centro inalcanzable de las tales concéntricas circunferencias, ambos se contentan con presenciar su plural manifestación en el mundo de los hombres. Pessoa afirmó que, siendo la perfección absoluta -la Unidad- es imposible de alcanzar, tenía que contentarse con la perfección relativa que se manifiesta a través de la pluralidad. Por eso fue plural su manifestación como poeta:
Y así se contentaba con presenciar, desde lo alto, como el Diablo, la dinámica del diálogo de sus propias contradicciones encarnadas por cada uno de esos seres en que se multiplicó. Y podría decirse de él, Poeta, lo que el Diablo dice de las religiones: que su verdadera voz no está particularmente en ninguno de los heterónimos sino en todos ellos, juntos y separados.
Ha sido mi preocupación mostrar que este cuento no es un caso separado de la obra de Pessoa. Por diferentes razones.
Ante todo, porque a través de él se manifiesta ese espíritu religioso que Pessoa asumió ser, pero siempre incapaz de instalarse en una verdad cualquiera que sólo admitía en su forma plural. Eso no le impedía, sin embargo, buscarla incesantemente.
Pessoa es un místico que quiere creer, pero descree por tentación y por principio. "Creer es morir; pensar es dudar", afirma. El espíritu religioso que es, lo lleva a querer creer, pero el pensador pone todo en duda. Ricardo Reis afirma, en prosa: "La religión es una metafísica recreativa"10. Y porque "cada uno de nosotros debe tener una metafísica propia, pues cada uno de nosotros es cada uno de nosotros"11, también la religión que le corresponde tiene que ser individual. Es el propio Pessoa quien lo dice, mediante la voz de una de sus personalidades literarias, Antonio Mora: "Para la metafísica es fácil pasar a la actitud religiosa. Muchas metafísicas no pasan de ser religiones individuales"12.
Todo el peligro radica en institucionalizar ya sea la religión, ya sea la filosofía. En una nota autobiográfica escrita en el año de su muerte, el 30 de marzo de 1935, se declara "cristiano gnóstico, y por lo tanto enteramente opuesto a todas las Iglesias organizadas, y sobre todo a la Iglesia de Roma". Mediante la pluma de Bernardo Soares, escribe en el Livro do Desassossego (Libro del desasosiego):
Y éste, que en un breve momento ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se difunde y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como vestidura que no ven, y los que creen en la religión pasan a ponérsela como máscara de la que se olvidan13.