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King se animó y dijo con entusiasmo:

– Ya os hablé del pájaro estival que gime como un fantasma, pero hay también un pájaro invernal. Es un ave marina muy gorda y sabrosa que llega hacia abril y permanece aquí hasta agosto. Habita en la montaña y por eso nunca nos hemos molestado en intentar comerla…, la caminata resulta demasiado larga y peligrosa no habiendo senderos. No obstante, el pájaro es tan dócil que un hombre puede acercarse directamente a él y agarrarlo. Hay miles y miles de ellos. Se pasan todo el día pescando en el mar y regresan a sus nidos al anochecer, exactamente igual que los pájaros fantasma del verano. Si la situación llegara a ser desesperada, podrían ser una fuente de alimento. Lo único que tendríais que hacer sería abrir senderos.

– Os agradezco la información, señor King. -Ross carraspeó-. Que sea lo que Dios quiera, pero a mí lo que más me preocupa es un amotinamiento. -Miró enfurecido a sus oficiales de marina-. No me refiero necesariamente a un amotinamiento de los convictos. Muchos de los reclutas que yo tengo son unos bribones a los que hay que abastecer de ron. Y cuando yo dije que nos quedaban provisiones suficientes para tres meses, incluía el ron en mis cálculos. Tengo que conservar suficiente ron para mis oficiales, los cuales reducirán las raciones de los reclutas. Además, los marinos del capitán Hunter también exigirán el ron que les corresponde… ¿no es cierto, capitán?

Hunter tragó saliva.

– Sí, comandante Ross, me temo que sí.

– En tal caso -dijo Ross-, sólo queda una solución. La ley marcial. El robo por parte de cualquier hombre, libre o convicto, será punible con la muerte sin previo juicio. Y yo haré cumplir la ley, señores, no os quepa la menor duda.

El anuncio fue acogido con un silencio sepulcral. Los ruidos de los que se estaban afanando fuera en reunir a los hombres y los suministros del Sirius penetraban a través de las paredes de la casa del Gobierno, un recordatorio del caos que reinaba en la colonia.

– El lunes -añadió Ross- toda la dotación de la isla se reunirá a las ocho en punto de la mañana bajo el asta de la bandera de la Unión y allí comunicaré a los hombres la nueva situación. Hasta entonces, caballeros, cerrad tan bien la boca como el trasero de un pez; lo digo en serio. Si la noticia de la ley marcial trasciende antes del lunes por la mañana, mandaré azotar al culpable por muy alta que sea su graduación. Ya os podéis retirar.

Las pertenencias y las provisiones seguían saliendo del Sirius; el ganado -cerdos y cabras- fue arrojado simplemente por la borda y trasladado por medio de botes y de nadadores hasta la orilla, con unas bajas sorprendentemente exiguas. A pesar de tener la quilla rota, el velero no daba la impresión de estar a punto de partirse o de hundirse; los toneles, los barriles, los barriletes y los sacos fueron transportados por medio de botes a la orilla. El barco se encontraba a veces con la popa en el arrecife y a veces con la popa fuera, siempre inmovilizado por su parte central y azotado sin piedad por el oleaje y el vendaval, pero, con el paso de los días, su estado no pareció agravarse.

A las ocho de la mañana del lunes, todo el mundo ocupaba su posición bajo el asta de la bandera de la Unión, los infantes de marina y los marineros alineados a la derecha y los convictos a la izquierda, con los oficiales en el centro, justo debajo de la bandera.

– ¡Como comandante de esta colonia inglesa, anuncio el establecimiento inmediato de la ley marcial que entrará en vigor en este momento! -gritó el comandante Ross cuya estentórea voz fue transmitida eficazmente por un viento del sur del sudoeste-. Hasta que Dios y su majestad británica envíen ayuda, estamos abandonados a nuestra suerte. Para poder sobrevivir, hasta el último hombre, la última mujer o el último niño tendrán que trabajar teniendo en cuenta dos objetivos: construirse refugios contra los elementos y producir comida. Según mis cálculos, aquí habrá quinientas cuatro personas cuando el Supply se haga a la mar. ¡El triple de gente que hace una semana! No puedo ocultar el hecho de que nos enfrentamos a la muerte por inanición, pero una cosa os puedo asegurar, ¡nadie, pero nadie de aquí comerá una sola migaja más de comida que los demás! Dios nos está sometiendo a prueba como sometió a los israelitas en el desierto, pero no podemos alardear de las virtudes de aquel antiguo y admirable pueblo. ¡Lo que nos ocurra dependerá enteramente de nuestro ingenio, de nuestra voluntad de trabajar duro, de nuestra voluntad de comportarnos teniendo en cuenta los intereses de todos, de nuestra voluntad de sobrevivir en presencia de las más terribles adversidades! -Hizo una pausa y los que estaban más cerca pudieron ver la amarga expresión de su rostro-. ¡Vosotros no sois israelitas, lo repito! Entre vosotros está la escoria de la Tierra, la hez de la humanidad, y yo os trataré en consecuencia. Los que soporten su desgracia con buen talante y generosidad serán debidamente recompensados. Los que les roben la comida de la boca a los demás serán castigados con la pena de muerte. ¡A los que roben para hacer trueques, para disfrutar de más comodidades, para emborracharse o por cualquier otra razón los azotaré hasta que les asomen los huesos desde el cuello hasta los tobillos! Da igual que sean hombres o mujeres, y ni siquiera los niños se irán de rositas. La ley es marcial, lo cual significa que yo seré vuestro juez, jurado y verdugo. No me importa que forniquéis, no me importa que en vuestros ratos libres cultivéis un poco la tierra u os dediquéis a construir vuestra casa, ¡pero no toleraré la menor infracción que afecte al bien común! Durante las primeras seis semanas, toda la verdura y la fruta irá a parar a los almacenes del Gobierno, pero espero que, a partir de ahora mismo, todos los hombres y las mujeres empiecen a cultivar verduras y fruta para incrementar los suministros del Gobierno, lo cual quiere decir que, al término de estas seis semanas, todos los huertos productivos entregarán tan sólo dos tercios de lo que producen a los almacenes del Gobierno. Mi lema es productividad mediante el esfuerzo, y eso se aplica tanto a los convictos como a los hombres libres. -Levantó el labio superior en gesto despectivo-. ¡Soy el comandante Ross y mi fama me precede! ¡Soy el teniente gobernador de la isla de Norfolk y lo que digo es una ley tan importante como si hubiera brotado de la boca del propio rey! ¡Y ahora os pido tres vivas por su real majestad el rey Jorge, y gritad bien fuerte! ¡Viva! ¡Viva!

– ¡Viva! -gritaron todos una vez y dos veces más.

– Y ahora, ¡tres vivas por el teniente King que ha obrado maravillas! Señor King, yo os saludo y os deseo buen viaje. ¡Viva! ¡Viva!

Los vivas por el rey fueron más entusiastas que los que se dedicaron a King, el cual se los quedó mirando con expresión radiante y profundamente satisfecha. Durante un minuto estuvo casi a punto de querer al comandante Ross.

– ¡Y ahora exijo que todos vosotros paséis por debajo de la bandera de la Unión e inclinéis la cabeza en señal de afirmación de vuestro juramento de lealtad!

La gente empezó a desfilar, impresionada por la solemnidad del acto.

Aunque Richard se encontraba al frente de los aserradores y más cerca de la bandera de la Unión que los convictos recién llegados, ya había descubierto con gran alegría muchos rostros conocidos: Will Connelly, Neddy Perrott y Taffy Edmunds; Tommy Kidner, Aaron Davis, Mikey Dennison, Steve Martin, George Guest y su compañero del alma Ed Risby, y George Whitacre. Entre los nuevos infantes de marina vio a su aprendiz de armero Daniel Stanfield y a dos soldados de la época del Alexander, Elias Bishop y Joe McCaldren. Estaba seguro de que los convictos se acercarían corriendo a saludarle: ¿cómo explicar que el comandante Ross había hablado muy en serio y no aceptaría de buen grado que el jefe de sus aserradores se dedicara a perder el tiempo, charlando con sus antiguos amigos? El comandante Ross resolvió su dilema llamándolo en voz alta.