Se sentaron alrededor de la mesa para dar buena cuenta de la comida, los tres demasiado agotados por el esfuerzo para despreciar una dieta vulgar y aburrida en grado sumo.
– Supongo que te has pasado todo el día en Charlotte Field y es posible que no te hayas enterado de lo que le ha ocurrido al agresor de Kitty -le dijo Stephen a Richard cuando terminaron de comer y Kitty estaba lavando alegremente los cuencos y las cucharas en un nuevo lebrillo de estaño… ¡ya no en un cubo!
– Tienes razón, no me he enterado. Cuéntame.
– A Tommy Segundo no le gustaba en absoluto que lo encadenaran a la piedra del molino, por lo que anoche abrió con ganzúas las cerraduras de sus hierros y huyó al bosque, para reunirse sin duda con Gray.
– Ahora que los pájaros se han ido, se morirán de hambre.
– Yo también lo creo. Acabarán regresando a la muela.
Richard se levantó y lo mismo hizo Stephen. Después Richard rodeó con su brazo los hombros de Stephen y se encaminó con él hacia la puerta, lejos del oído de Kitty.
– Podrías comunicar al comandante -dijo en voz baja- que cabe la posibilidad de que se esté organizando una pequeña conspiración; al parecer, Dyer, Francis, Peck y Pickett están cultivando caña de azúcar robada en las inmediaciones del camino, y los cuatro han estado haciendo averiguaciones acerca de cosas como cacharros de cobre y tuberías de cobre.
– ¿Y por qué no se lo dices tú mismo al comandante? Eres tú el que está implicado en esta clase de actividad.
– Precisamente porque no quiero ser yo quien se lo comunique al comandante. En este sentido, Stephen, camino con pies de plomo. Si fuera yo quien se lo dijera, el comandante podría pensar -en caso de que empezara a circular bebida ilegal entre los convictos y los infantes de marina- que he sido yo el que me he inventado la historia para disimular mi culpa.
¿Qué estarán murmurando?, se preguntó Kitty mientras secaba los cuencos y las cucharas con un trapo y los colocaba en su estante antes de empezar a lavar los nuevos platos, jarras y utensilios de cocina de peltre. ¡Cuánto me molesta su comportamiento!
Aunque su mundo se limitaba todavía al acre de Richard, Kitty estaba demasiado ocupada para pensar en la posibilidad de explorar; su única visita a Sydney Town, aparte de las que hacía para asistir a los oficios religiosos, había sido la que había efectuado para identificar a su agresor, y ninguna de ambas ocasiones se prestaba a los recorridos por los alrededores. Todos sus huesos de campesina estaban deseando hacer valer sus derechos; Richard no habría podido elegir a una clase de mujer más apropiada que Kitty para la vida que ésta debería llevar.
Kitty oía hablar constantemente de los «gusanos» y el 18 de octubre tuvo oportunidad de entrar directamente en contacto con ellos. El trigo del acre de Richard ya estaba espigado y ofrecía muy buen aspecto mientras que el trigo del Gobierno de las zonas más abiertas del valle había recibido el azote de los vientos salados y se había añublado, aunque no todo se había perdido, ni mucho menos. El año era seco y las cosechas sólo se salvaban gracias a las ocasionales noches de fuertes lluvias que cesaban a la mañana siguiente. Puede que por esta razón los gusanos no hubieran aparecido durante el invierno. De pronto, todas las plantas quedaron cubiertas por una palpitante manta de color verde: las orugas eran de un intenso color verde, muy delgadas y de aproximadamente una pulgada de longitud. Richard volvió a tener suerte, pues Kitty no les tenía miedo ni a los gusanos, ni a las orugas ni a ningún otro tipo de bicho. Asía las criaturas sin experimentar la menor repugnancia, a pesar de que la solución de tabaco jabón resultaba más eficaz. Todas las mujeres de la isla menos las que servían a los marinos o trabajaban en los aserraderos tuvieron que ponerse a recoger bichos y a rociarlos. En cuestión de tres semanas, los bichos desaparecieron. Muy pronto podrían cosechar el maíz, y el trigo se cosecharía a principios de diciembre. Aunque, de acuerdo con el nuevo plan elaborado por el comandante Ross, todo lo que cosechaba el liberado Richard era suyo, éste era muy escrupuloso en el envío de los excedentes a los almacenes, a cambio de lo cual iba acumulando pagarés. Lo que conservaba se dedicaba al consumo de las personas o de Augusta o bien se guardaba para la obtención de semillas.
El clima de la isla de Norfolk, pensaba de vez en cuando Kitty cuando trabajaba con la azada o se agachaba para arrancar malas hierbas, era auténticamente delicioso…, suave y templado, nunca demasiado caluroso a causa del sol. Y, cuando las plantas empezaban a marchitarse por falta de agua, una noche caía un fuerte aguacero que amainaba al amanecer. En aquella tierra rojo sangre y muy friable, se podía cultivar cualquier cosa. No, la isla de Norfolk no se podía comparar con el Kent de sus amores, pero tenía una cualidad mágica. Noches lluviosas y días soleados…, la esencia de las hadas.
Algunas de las mujeres que ella había conocido a bordo del Lady Juliana les habían tocado en suerte a los amigos de Richard. Aaron Davis, el panadero de la comunidad, se había quedado con Mary Walker y su hijo. A George Guest le había tocado Mary Bateman, a quien Kitty conocía y apreciaba, a pesar de percibir en ella algo extraño, algo así como una demencia futura. Edward Risby y Ann Gibson eran muy felices juntos y pensaban casarse en cuanto una autoridad con facultad para oficiar bodas visitara la isla. Aquellas mujeres y Olivia Lucas la visitaban… ¡Qué agradable le resultaba poder ofrecerles una jarra de té con azúcar! Mary Bateman y Ann Gibson estaban embarazadas; Mary Walker, cuyo hijo estaba al cuidado de Sarah Lee, también esperaba su primer hijo de Aaron Davis. La única estéril era Kitty Clark.
No había pescado. El cúter del Sirius, que habría podido alejarse considerablemente de la laguna para pescar, quedó destrozado tratando de desembarcar a seis convictas del Surprize, una de ellas con un niño. Los remeros se ahogaron, al igual que un hombre que se acerco a nado para acudir en su ayuda; una de las mujeres que sobrevivió fue la madre del niño ahogado. Por consiguiente, todas las ocasionales capturas de la barca de fondo plano iban a parar a los oficiales y los marinos; ni los marineros del Sirius ni los convictos liberados recibían jamás una parte de ellas. Pero el Justinian también transportaba plantas, entre ellas, bambú, y a Richard le entregaron un trozo muy pequeño para que pudiera cultivar unas cuantas cañas de pescar. Con los sedales manuales no pescaban nada desde las rocas.
Hubo pánico en Charlotte Field, donde los prados estaban cercados por una mezcla de enredadera y un arbusto muy espinoso. Una de las vallas prendió fuego accidentalmente y las llamas se extendieron por los maizales maduros. Al principio, en Sydney Town se dijo que todo el maíz se había quemado, pero el teniente Clark se desplazó allí a toda prisa y comunicó al desolado comandante Ross que sólo se habían perdido dos acres gracias a la incansable labor de los convictos que extinguieron el fuego. Tan agradecido estaba el teniente Clark a las malditas putas de Charlotte Field que regaló a cada una de ellas un par de zapatos nuevos procedentes de las existencias del Gobierno.
D'arcy Wentworth tendría que trasladarse a Charlotte Field con su amante Catherine Crowley y el pequeño William Charles en cuanto se le pudiera construir una casa; sería el superintendente de los convictos y también el médico de Charlotte Field. Sus deberes como médico oscilarían entre la asistencia a los partos y la decisión acerca de cuándo un convicto azotado ya no estaba en condiciones de resistir más azotes. En caso de que el culpable fuera una mujer, Wentworth solía ser indulgente mientras que el teniente Clark, que despreciaba a las mujeres de Charlotte Field, prefería que Richardson utilizara un «gato» más duro con las reincidentes.
Para gran alegría de Kitty, la variedad de comida había aumentado. Richard había colocado un estante de hierro a tres tercios de altura de la gran chimenea y una barra por encima de las llamas del otro tercio. Tenía ollas con tapadera para brasear, otras destapadas para hervir o estofar, sartenes para freír y una olla con pitón en un fresco rincón de la parte de atrás para poder prepararse un té o preparárselo a sus visitantes o echar un poco de agua caliente en el lebrillo de lavar los platos. Richard le había construido incluso lo que él llamaba un salva-jabón: un cesto de alambre con un mango de alambre en el que ella podía colocar un trozo de jabón e introducirlo en el agua sin malgastar ni una pizca.