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– ¿Qué te ha parecido tu primera Navidad en las antípodas? -le preguntó Richard.

– ¿Qué Navidad habéis dicho? ¡Pero sí, la verdad es que lo he pasado muy bien!

– Las antípodas. Así se llama este rincón del mundo… Las antípodas. Viene del griego y significa algo así como «los pies al revés».

El sol se había ocultado detrás de las colinas del oeste y el acre de Richard estaba envuelto en unas frías y profundas sombras.

– ¿Quieres que encendamos la chimenea?

– No, preferiría irme a la cama -contestó ella con cierta tristeza, pensando todavía en Stephen y en la forma en que la había rechazado y se había apartado de ella.

Como es natural, ella sabía muy bien por qué: era la fealdad personificada, a pesar de que había engordado un poco y sus pechos eran ahora casi tan bonitos como los de la mayoría de las mujeres, y tenía una fina cintura y unas caderas debidamente redondeadas.

– Cierra los ojos y extiende la mano, Kitty.

Ella obedeció, sintió algo pequeño y cuadrado en la palma de la mano y abrió los ojos. Un estuche. Con trémulos dedos, lo abrió y vio que contenía una gargantilla de oro.

– ¡Richard!

– Feliz Navidad -dijo él, sonriendo.

Ella le arrojó los brazos al cuello, juntó la mejilla con la suya y, en un arrebato de gratitud y felicidad, le estampó un beso en la boca. Por un instante, Richard permaneció completamente inmóvil; después le rodeó la cintura con las manos y le devolvió el beso, el cual se transformó de un simple gracias en algo distinto por completo. Demasiado inteligente para confundir la reacción de Kitty con lo que no era, Richard se conformó con saborear la dulzura de sus labios. Ella no huyó ni protestó; en su lugar, se acurrucó junto a él y dejó que la siguiera besando. Una vibrante sensación de calor la invadió por dentro y entonces se olvidó de sí misma y de Stephen para dejarse arrastrar hacia el lugar donde la estaba llevando la boca de Richard, pensando, con la poca capacidad de pensar que le quedaba, que aquel primer auténtico beso de su vida era una experiencia tremendamente exótica y maravillosa y que Richard Morgan era mucho más interesante de lo que ella pensaba.

Richard la soltó bruscamente y salió fuera; se oyó de inmediato el sonido de su hacha. Kitty permaneció inmóvil, inmersa en la sensación residual de bienestar, y, de repente, recordó a Stephen y se sintió dominada por el remordimiento. ¿Cómo era posible que hubiera gozado del beso de Richard siendo así que era a Stephen a quien amaba? Con lágrimas en los ojos, se retiró a su habitación y se sentó en el borde de la cama para llorar en silencio.

Aún conservaba en la mano el estuche con la gargantilla de oro; cuando se le secaron las lágrimas, tomó la gargantilla y se la ajustó alrededor del cuello, pensando que, antes del siguiente baño, contemplaría su imagen reflejada en el estanque. ¡Qué amable había sido Richard! ¿Y por qué razón una parte de sí misma seguía deseando que Richard no la hubiera soltado?

El 6 de febrero de 1791, la gabarra Supply llegó finalmente al fondeadero con una carta del gobernador Phillip, en la que éste ordenaba a todos los tripulantes y oficiales del Sirius subir a bordo de la mencionada gabarra para dirigirse a Port Jackson, pero prometiendo a los que prefirieran instalarse en la isla de Norfolk sesenta acres de tierra en aquel lugar y su regreso a la isla en el siguiente viaje del Supply. El exilio de once meses del capitán John Hunter ya había terminado, y ya era hora. El odio que le inspiraba la isla de Norfolk ya jamás lo abandonaría… e influiría en buena parte de su conducta y de su carrera posterior. Su odio se extendía también al comandante Ross y a todos los malditos infantes de marina del mundo. El capitán Hunter se llevaría consigo a Johnny Livingstone, de vuelta finalmente al redil.

El barco almacén Gorgon, cuya llegada a Nueva Gales del Sur procedente de Inglaterra se esperaba desde hacía varios meses, aún no había llegado. Y tampoco había llegado ningún otro barco, excepto el Supply que había regresado el 19 del pasado mes de noviembre desde Batavia con una mísera cantidad de harina, pero con gran cantidad de arroz, el alimento que menos apreciaba la gente. El velero fletado Waaksamheid lo había seguido desde Batavia y había llegado a Port Jackson el 17 de diciembre, cargado con más toneladas de arroz y, entre otras cosas, té, azúcar y ginebra holandesa para los oficiales; la carne salada que transportaba resultó ser una putrefacta masa integrada en buena parte por huesos.

Según el teniente Harry Ball del Supply, su excelencia fletaría el Waaksamheid para trasladar al capitán Hunter y a la tripulación del Sirius a Inglaterra. En su afán de regresar cuanto antes a Port Jackson, el Supply zarpó el 11 de febrero. Entre los que embarcaron, pero tenían intención de regresar como colonos, se encontraban los tres hombres del Sirius que habían ayudado a proteger y dirigir la destilería del comandante Ross, ahora ya clausurada mientras el contenido de sus barriletes maduraba tranquilamente en algún lugar secreto. John Drummond se había enamorado de Ann Read, del Lady Penrhyn, la cual convivía con Neddy Perrott y, aunque Drummond comprendía que no podía tenerla, tampoco podía soportar zarpar rumbo a Inglaterra. William Mitchell se había ido a vivir con Susannah Hunt del Lady Juliana y ambos tenían previsto instalarse definitivamente en aquel rincón del mundo. Peter Hibbs había caído en las redes de otra chica del Lady Juliana, una tal Mary Pardoe que había sido la «esposa» de un marinero y había dado a luz una niña hacia el final de la travesía, en cuyo momento el muy miserable la había abandonado, dejando que se la llevaran a la isla de Norfolk.

El 15 de abril el Supply regresó. La primera carga que dejó en la orilla fue un destacamento del nuevo cuerpo de Nueva Gales del Sur, especialmente encargado desde Londres de la vigilancia del gran experimento y de liberar a los marinos de sus obligaciones y permitirles regresar a casa, si bien cualquier marino, al término de sus tres años de servicio, tendría la posibilidad de incorporarse al cuerpo de Nueva Gales del Sur en lugar de regresar a casa. El capitán William Hill, el teniente Abbott, el alférez Prentice y veintiún soldados sustituirían al mismo número de marinos, pero cuatro oficiales de marina se irían: tres por voluntad propia y el cuarto por una lamentable necesidad. El capitán George Johnston se iría a Port Jackson con su amante convicta Esther Abrahams y George, el hijo de ambos; el jovial teniente Cresswell, descubridor del territorio sin pinos de Charlotte Field, se iría tan solo como había venido; el teniente Kellow, tan odiado por sus compañeros oficiales, se iría con su amante convicta Catherine Hart y sus dos hijos, el menor de los cuales era suyo; y el teniente John Johnstone sería trasladado a bordo del Supply, gravemente enfermo. Del grupo inicial, sólo quedarían el comandante Ross, el teniente primero Clark y el subteniente Faddy. Y, como es natural, el subteniente Little John Ross.

El Supply transportaba también a otros dos médicos: Thomas Jamison, que acababa de pasar unas vacaciones en Port Jackson; y James Callam, del Sirius. Lo cual era una mala señal. Puesto que D'arcy Wentworth y Denis Considen ya estaban en la isla, el contingente de médicos ascendería a cuatro. ¿Cuatro para atender a una población ya diezmada en más de setenta personas?