– Pues claro.
– Había setecientas personas. Córtalo por la mitad y añade una de las dos mitades a toda la gente que allí había. Eso es más de mil.
– ¿Tanto? -exclamó ella, impresionada-. ¿Y adónde irán?
– Algunos a Queensborough, otros a Phillipsburgh y otros al lugar que ocupaban los marineros del Sirius, aunque me parece que el comandante podría acabar por instalar allí a los soldados del cuerpo de Nueva Gales del Sur.
– No se llevan bien con los marinos -dijo ella, asintiendo con la cabeza.
– Exactamente. Pero esta parte del valle se llenará de casas, pues no está dedicada a los cultivos del Gobierno. Por consiguiente, yo preferiría irme un poco más lejos. -Richard se reclinó contra el respaldo de su silla y se dio una palmada en el estómago con una sonrisa en los labios-. Al ritmo con que me alimentas, tendré que ponerme a trabajar más duro para no engordar.
– No engordaréis porque no bebéis -dijo ella.
– Ninguno de nosotros bebe.
– ¡Y un jamón, Richard! ¡No soy tan ingenua como para eso!Los infantes de marina beben y los soldados también… y algunos convictos también. En caso necesario, se elaboran ellos mismos el ron y la cerveza.
Richard enarcó las cejas, sonriendo.
– Tendría que prestarte al comandante como asesora. ¿Cómo te has enterado tú de eso?
– En los almacenes. -Kitty tomó los platos vacíos y los llevó al mostrador que había al lado de la chimenea-. Había oído decir que no os gusta la compañía -dijo, sacando el lebrillo y el salva-jabón- y, en cierto modo, lo comprendo. Pero, si os fuerais de aquí, tendríais que volver a empezarlo todo por el principio. Sería un esfuerzo muy grande.
– Ningún esfuerzo es demasiado si ello significa proteger a mis hijos -dijo Richard en tono inflexible-. Me gustaría que crecieran incontaminados, lo cual no sería posible cerca de Sydney Town. Aquí hay muy buena gente, pero también muy mala. ¿Por qué crees tú que el comandante se devana los sesos, tratando de inventarse castigos para atajar la violencia, la embriaguez, los robos y todos los restantes vicios que surgen cuando la gente vive demasiado hacinada? ¿Crees que Ross disfruta enviando a hombres como Willy Dring a la isla Nepean durante seis semanas con raciones de dos semanas? Si lo hiciera, yo no le tendría el menor respeto, y se lo tengo.
La primera parte de aquella perorata tan larga (para Richard) hizo que a Kitty le diera vueltas la cabeza, pero Kitty optó por responder a la segunda.
– A lo mejor, si supiéramos comprender mejor lo que piensa la gente, podríamos encontrar la manera. Muchas cosas ocurren cuando la gente bebe. Miradme a mí.
– Sí, ya te miro. Estás creciendo a pasos agigantados.
– Todavía crecería más si supiera leer y escribir y hacer sumas.
– Yo te enseñaré, si quieres.
– ¿De veras? ¡Qué alegría, Richard! -Kitty se quedó inmóvil con el jabón en la mano y la misma expresión que tenían los ojos de William Henry tras su primer día en la escuela de Colston-. ¡Dios Padre Todopoderoso! Ahora comprendo lo que quería decir Stephen. Necesitáis que la gente dependa de vos, tal como los niños dependen de su padre. Sois muy fuerte y muy sabio. Stephen también lo es. Pero, en su fuero interno, no se siente un padre. Siempre seré vuestra hija.
– En cierto sentido, sí. En otro sentido, quiero engendrar hijos de ti. Yo no soy Dios… Stephen hablaba en broma, no con intención blasfema. Pretendía simplemente clasificarme con un título para poder colocarme en su biblioteca mental, tal como suele hacer siempre.
– Vos ya tenéis una esposa -dijo Kitty-. Yo no puedo ser vuestra esposa.
– Lizzie Lock figura en el registro del reverendo Johnson como mi esposa, pero jamás lo ha sido. En Inglaterra, podría conseguir la anulación del matrimonio, pero los confines de la tierra no recurren a los obispos ni a los tribunales eclesiásticos. Tú eres mi mujer, Kitty, y no dudo ni por un momento de que Dios lo comprende. Dios te me dio a mí, lo supe en cuanto te miré a los ojos. Te presentaré a la gente como mi esposa y te llamaré esposa. Mi otro yo.
Hubo una pausa de silencio y ninguno de los dos se movió durante lo que aparentemente fue una eternidad. La mirada de Kitty se clavó en la de Richard, con todo el consentimiento y toda la participación necesarios.
– Y ahora, ¿qué ocurrirá? -preguntó casi sin resuello.
– Nada hasta después del toque de queda -contestó Richard, disponiéndose a salir-. No quiero que me moleste ningún visitante, esposa mía. Sigue cavando en el huerto, pero ten en cuenta que casi todos los plantones serán trasplantados a otro lugar. Ahora voy corriente arriba a buscar la fuente. Aunque eras casi un esqueleto cuando viniste, los nueve meses que llevas en la isla de Norfolk, disfrutando de su sol, su aire y su comida, te han convertido en una nueva mujer. Una mujer que no quiero que trabaje sola en el huerto, estando tan cerca de Sydney Town.
La intensidad del trabajo no le había permitido explorar corriente arriba de su baño, y la curiosidad tampoco había sido suficiente para espolearlo hasta que la verdad acerca de Kitty lo había dejado deslumbrado. ¿Cuánto tiempo habría estado dispuesto a esperar si Stephen no hubiera perdido los estribos? El hecho de amarla había sido una simple idea; el regalo que Dios le había hecho era demasiado valioso para mancillarlo con un comportamiento similar al de casi todos los hombres, obligándola por medio de halagos a hacer algo, acerca de lo cual ella sólo conocía los peores aspectos. La cárcel de Gloucester le había mostrado lo que debía de haber sido la Newgate de Londres, con parejas copulando por doquier. No creía ni por un instante que ella hubiera sido víctima de la lujuria de ningún hombre, pero debía de haber sido testigo de la lujuria a lo largo de todos los días y todas las noches que había pasado allí. Por suerte, no fue un período muy largo, pero, a pesar de todo, lo fue demasiado. La atracción que ella sentía por Stephen había marchitado sus esperanzas, pero no las había destruido por entero; él sabía muy bien que Stephen era un imposible. Estaba dispuesto a soportar otra larga espera y a apartarse a un lado, cuidando de ella mientras ella asimilaba el hecho de que el objeto de sus amores era incapaz de corresponderle.
No creía que ella lo amara, pero jamás lo había esperado. Casi veintitrés años los separaban y la juventud pedía juventud. Y, sin embargo, cuando aquella mañana ella le miró a los ojos desde el otro lado de la mesa, sintió que su cuerpo se estremecía y experimentó el deseo de abrirse a ella desde lo más hondo de su ser. Entonces ella había salido corriendo en busca de Stephen, pero con profunda emoción y sin el menor temor. La revelación de sí mismo había encendido en ella unos sentimientos enteramente nuevos y enteramente relacionados con él. El hecho de comprobar que podía ejercer semejante poder lo había llenado de júbilo. No era un hombre acostumbrado a dedicar su tiempo libre a examinarse por dentro, por lo que, hasta que no ejerció aquel poder en Kitty, no comprendió por qué era como era: Dios Padre Todopoderoso, tal como decía Stephen. Todos los hombres y todas las mujeres necesitaban ver y tocar a alguien de su misma clase que, sin embargo, pareciera ser superior a ellos. Un rey, un primer ministro, un jefe. Él había asumido a regañadientes la tarea de cuidar de los demás porque había sido testigo de su naufragio y no podía soportar la idea de que se hundieran. Y, poco a poco, aquella envoltura superficial de serena calma y decisión había ido penetrando hasta su médula, y lo que antaño hiciera con un suspiro interior de resignación había acabado por convertirse en una presunción automática de autoridad. El germen debía de haber estado siempre en su espíritu, pero, si hubiera seguido viviendo en Bristol, jamás se habría despertado. Nacemos con muchas cualidades, pero puede que algunas jamás lleguemos a saber que las tenemos. Todo depende de la clase de camino que nos traza Dios.