Tras pasarse veinte minutos caminando con las piernas al aire por el fangoso fondo del arroyo, llegó a su primer tributario, que conducía desde las alturas hacia el nordeste. Un pequeño valle en forma de anfiteatro lleno de helechos arborescentes y de bananos lo tentó, pero éste se encontraba todavía demasiado cerca de Arthur's Vale, por lo que siguió adelante, subiendo por la corriente principal hasta que ésta se bifurcó una vez más en la base de una llana extensión que, a su juicio, los siglos habrían depositado allí durante las fuertes lluvias. La rama occidental, que él siguió en primer lugar, era demasiado corta.
La rama suroccidental era, con toda evidencia, la fuente principal del agua de Arthur's Vale que bajaba con gran fuerza y profundidad desde algún lugar de una hendidura muy escarpada. Caminando por el lecho del arroyo fue subiendo hasta que, casi en la cumbre de la colina, encontró la fuente de la que brotaba el agua entre las rocas cubiertas de musgo y liquen, en las cuales crecían toda suerte de helechos…, adornados con volantes, plumosos, lanudos, en forma de cola de pez.
Mirando hacia el sol con los párpados entornados y resbalando poco a poco por el cielo, encontró su perspectiva y penetró en el pinar de la cumbre de la colina. No tardó en descubrir que ésta era muy ancha y bastante llana. Para su asombro, a los pocos minutos salió al camino de Queensborough, a escasa distancia del sendero que conducía por el otro lado hacia la destilería. ¡Ah, qué interesante! A Richard se le ocurrió una idea. Regresó a la fuente del arroyo y se pasó un rato contemplando la hendidura de la roca. No muy lejos de la fuente en la ladera occidental había un saliente rocoso cuya anchura y profundidad habría podido soportar el peso de una casa de gran tamaño y unos cuantos árboles frutales; el terreno de abajo podría servir de huerto.
Su siguiente etapa fue Stephen Donovan, el cual había pasado las horas transcurridas desde que se despidiera de Kitty, jugando al ajedrez contra sí mismo.
– ¿Por qué mi mano derecha gana siempre las partidas? -preguntó cuando Richard cruzó la puerta.
– ¿Porque eres diestro? -preguntó Richard, dejándose caer en una silla con un profundo suspiro.
– Cualquiera diría que has estado caminando a través del agua en lugar de hacer el amor.
– No he estado haciendo el amor sino intentando caminar a través del agua. Y se me ha ocurrido una idea.
– Ilústrame, te lo ruego.
– Ambos sabemos que Joe McCaldren quiere tierras junto al camino de Queensborough, aunque no tan lejos. Y ambos sabemos que lo que realmente quiere Joe McCaldren es vender las tierras en cuanto éstas se hayan medido y él tenga en su mano la escritura de propiedad. ¿No es así?
– Totalmente. Toma una copa de oporto y sigue.
– ¿Me querrías hacer el inmenso favor de medir a continuación las tierras de McCaldren? He encontrado la mejor parcela que se le podría asignar -dijo Richard, aceptando la copa de vino.
– Quieres apartar a Kitty de allí antes de que llegue la siguiente oleada de convictos, naturalmente. Pero ¿tienes dinero suficiente para comprar sesenta acres, Richard? Joe McCaldren pedirá diez chelines por acre -dijo Stephen, frunciendo el entrecejo.
– Tengo por lo menos treinta libras en pagarés, pero él querrá que le paguen en monedas del reino. Además, yo no necesito ni quiero sesenta acres, pues son demasiados para que un hombre los pueda cultivar. ¿Es cierto lo que me dijiste de que todas las parcelas de sesenta acres estarán en contacto directo con una corriente de agua?
– Sí, se lo aconsejé al comandante y él está de acuerdo.
– ¿Se opone el comandante a que una parcela de sesenta acres se divida tras su venta?
– Una vez entregados los sesenta acres, Richard, al comandante le importaría un bledo que éstos huyeran volando con los pájaros de Mt. Pitt. Pero también tiene intención de otorgar parcelas de entre diez y doce acres a los convictos como tú que han sido indultados o emancipados. ¿Por qué no te ahorras este dinero y aceptas la tierra gratuita que te corresponde?
– Por dos motivos. El primero es que a los colonos libres se les tiene que atender primero. Eso llevará un año, un año en cuyo transcurso todos esperamos ver a más de mil personas por aquí. Algunos de los convictos serán hombres a quienes su excelencia considera demasiado depravados para que se les pueda controlar eficazmente en Port Jackson. El segundo es que, cuando nos concedan las tierras, éstas estarán situadas la una al lado de la otra. Sí, separadas por muchas yardas, pero en fila. Y yo no quiero vivir de esta manera, Stephen. Por consiguiente, quiero que mis doce acres estén rodeados por bloques de sesenta acres y quiero que mi casa se levante junto a una corriente de agua en cuya proximidad no haya nadie más.
– La corriente de Morgan.
– Justamente. La corriente de Morgan. He encontrado el lugar. Es el principal tributario del arroyo de Arthur's Vale y nace de un caudaloso manantial, situado en lo alto de un estrecho valle. Por encima de él se encuentra la llana extensión de tierra que desemboca en el camino de Queensborough, en el mismo lugar en el que se encuentra el sendero que conduce a la destilería del comandante. Está a sólo treinta minutos de camino de Sydney Town, lo cual será muy del agrado de McCaldren, y junto a una buena corriente de agua. Pero yo quiero que la medición abarque ambas orillas de la corriente, pues el mejor lugar para construir una casa se encuentra en la ladera occidental. Si procuras que la parcela situada al oeste de la de McCaldren tenga una superficie de sesenta acres, ésta se extenderá hasta las corrientes de agua que discurren por el oeste a través de la propia Queensborough.
Stephen miró a Richard con admiración.
– Ya has resuelto todos tus problemas, ¿verdad? -Se encogió de hombros y se golpeó las rodillas con las manos-. Bueno, estoy yendo precisamente en esa dirección, pues empecé por la parte de Cascade. Allí alterné parcelas de sesenta acres con parcelas de veinte -parcela grande, terreno duro, parcela pequeña, terreno fácil-, con lo cual se podría decir que se equilibra un poco el precio de venta. En este momento, estoy con la parcela de James Proctor y Peter Hibbs. No queda muy lejos. Y procuraré incluir la Corriente de Morgan dentro de los sesenta acres de MacCaldren de tal manera que el manantial del arroyo sea para ti solo.
– Me bastarán doce acres, Stephen. Valle arriba a ambos lados de la corriente y cerca del camino de Queensborough. Lo que haga McCaldren con los cuarenta y ocho acres restantes no me importa -dijo Richard sonriendo-. No obstante, si procuras que mi parcela sea más o menos cuadrada, el resto de las tierras podría tener acceso a mi corriente muy por debajo de mí. Puedo pagar hasta veinticinco libras de oro.
– Deja que te preste el resto de los sesenta acres en oro, Richard.
– No, no es posible.
– Entre hermanos, todo es posible.
– Ya veremos -fue lo único a lo que Richard estuvo dispuesto a llegar. Dejó la copa de vino en el mostrador y se inclinó para tomar en brazos a Tobías, que estaba maullando alrededor de sus pies con conmovedores gemidos-. Eres un cuentista, Tobías. Pareces el huérfano más desgraciado del mundo, pero yo sé muy bien que vives como un rey.
– ¡Que tengas una buena noche! -dijo Stephen a su espalda, agachándose para recoger al gato del suelo-. Tú y yo, gatito, vamos a cenar a base de pájaro de Mt. Pitt. ¿Por qué será que los gatos y los perros comen cada día lo mismo sin cansarse mientras que nosotros los seres humanos nos hartamos al cabo de una semana de monotonía?
La noche bajaba lentamente al valle cuando Richard subió por el sendero y MacTavish salió corriendo a saludarlo, dando saltos mortales de alegría. El perro habría preferido acompañar a Richard, pero aceptaba el hecho de que Richard le hubiera encomendado la vigilancia de Kitty, la cual, afortunadamente, amaba a todos los animales menos a los que ella llamaba la «escoria». Las palabras más insólitas de su vocabulario procedían de la Biblia o bien eran el resultado de la cárcel o del Lady Juliana.