Richard se inclinó y tocó madera.
– Esta vez, por lo menos -rectificó-. Ha tenido el sentido común de comprender que lo que yo le decía era la pura verdad.
– Pues entonces, aún cabe esperar algo de él. ¿Has oído lo que te he dicho al principio, Richard?
– No, ¿qué?
– Hay una caja para ti en los almacenes. Llegó en el Queen. Pesa demasiado para llevarla, por consiguiente, toma el trineo.
– ¿Cenas con nosotros esta noche? Después me podrás ayudar a explorar la caja.
– Allí estaré.
Tomó el trineo al mediodía y Tom Crowder, acogido inmediatamente bajo la protección del señor King, lo acompañó al lugar donde se encontraba la caja. Alguien la había abierto, pero no era nadie de los almacenes, pensó. A bordo del Queen o en Port Jackson. Quienquiera que la hubiera inspeccionado había tenido la amabilidad de volver a clavar la tapa. Al empujar la caja, llegó a la conclusión, a juzgar por el peso de la misma, de que le habrían confiscado muy poca cosa, de lo cual dedujo que contenía libros. Muchos libros, puesto que su tamaño era más grande que el de una caja de té y estaba hecha de madera más resistente. Cuando se inclinó para recogerla y colocarla en el trineo, Crowder soltó un grito.
– ¡No lo puedes hacer tú solo, Richard! Voy a buscarte un hombre.
– Yo soy un hombre, Tommy, pero gracias por el ofrecimiento.
RICHARD MORGAN. CONVICTO DEL ALEXANDER, figuraba escrito en letras de gran tamaño en las seis caras de la caja, pero no había el nombre del remitente.
Aquella tarde se la llevó a casa. Aún quedaban algunas horas de luz. Por la naturaleza del trabajo, los aserraderos cerraban antes que las actividades laborales corrientes. Además, él era un hombre libre y, de vez en cuando, podía regresar a casa más temprano.
– Estás más bella cada vez que te miro, esposa -le dijo a Kitty cuando ella bajó los peldaños para recibirlo.
Se dieron un prolongado beso en cuyo transcurso los labios de Richard prometieron amor para aquella noche; éste sabía que físicamente la seducía.
Temiendo causar daño al bebé, él quería hacer una pausa, pero ella le había mirado con asombro.
– ¿Cómo puede algo tan dulce causar daño a nuestro bebé? -le había replicado, sinceramente perpleja-. Ni que fueras un mazo del carajo, Richard.
Richard esbozó una sonrisa al oírla utilizar un lenguaje que algunas veces era un reflejo de su larga permanencia a bordo del Lady Juliana.
– ¿Qué hay dentro? -preguntó Kitty mientras Richard sacaba la caja del trineo.
– Como todavía no la he abierto, no lo sé.
– ¡Pues hazlo de una vez, por favor! ¡Me muero de curiosidad!
– Llegó en el Queen y no en el Atlantic desde Port Jackson, sino en el Gorgon desde Inglaterra. La retención en Port Jackson es un misterio. Puede que alguien quisiera averiguar el nombre del remitente.
Richard abrió la tapa con un martillo de carpintero sin ninguna dificultad. No cabía duda de que habían abierto la caja y habían examinado su contenido.
Tal como suponía, eran libros. Sobre los libros y sin lo que lo debía de rodear a modo de paquete -probablemente, ropa-, había una sombrerera. Jem Thistlethwaite. Desató las cintas y sacó el sombrero más sombrero de todos los sombreros, de paja carmín cubierta de seda, con una enorme ala combada y todo un revoltijo de plumas de avestruz blancas, negras y escarlata sujetas por una absurda cinta de raso a rayas blancas y negras. Se ataba bajo la barbilla con unas cintas de raso también a rayas.
– ¡Ooooh! -exclamó Kitty boquiabierta de asombro cuando él lo sacó.
– Por desgracia, esposa mía, eso no es para ti -dijo Richard, antes de que ella pudiera pensarlo-. Eso es para la señora Morgan.
– ¡Me alegro mucho! Es impresionante, pero yo no tengo la estatura ni la cara -y tampoco la ropa- adecuada para llevarlo. Además -reconoció-, creo que algunas personas como la señora King y la señora Paterson lo considerarían tremendamente vulgar.
– Te quiero, Kitty. Te quiero con todo mi corazón.
A lo cual ella no contestó; jamás contestaba.
Reprimiendo un suspiro, Richard descubrió que la sombrerera también contenía unos cuantos objetos de pequeño tamaño envueltos en paquetes de papel, todos los cuales habían sido abiertos y vueltos a cerrar. ¡Qué extraño! ¿Quién había abierto la caja y por qué? El sombrero lo habría podido comprar el varón menos apuesto de Port Jackson para agasajar a la mejor prostituta del lugar y, sin embargo, no se habían quedado con él. Y tampoco se habían quedado con los objetos envueltos en papel. Abrió uno de ellos y encontró un sello de latón con un pequeño mango de madera; cuando evocó mentalmente el emblema, vio que éste consistía en las iniciales RM entrelazadas con unos inconfundibles grilletes o unas esposas. Los otros seis paquetes envueltos en papel contenían varillas de lacre carmesí. Una indirecta.
En el fondo de la sombrerera había una abultada carta cuyo sello formado por las iniciales JT y una pluma de ave estaba visiblemente intacto, aunque las huellas digitales del exterior indicaban que había sido cuidadosamente examinado y apretado. En aquel momento comprendió por qué le habían abierto la caja y quién lo había hecho.
En los almacenes del Gobierno en Port Jackson, un alto funcionario en busca de monedas de oro. Si hubieran encontrado alguna, ésta habría ido a parar a las arcas del Gobierno, que no andaba muy sobrado de oro. Richard sabía que la caja contenía oro, aunque, a juzgar por el estado de la caja, él dudaba mucho que lo hubieran encontrado. Los altos funcionarios no tenían mucha imaginación.
Encontró el manual de Jethro Tull sobre horticultura y una colección de la segunda edición de la Encyclopaedia Britannica; docenas de novelas en tres volúmenes; toda la colección de Félix Farley's Bristol Journal y varias gacetas de Londres, las obras de John Donne, Robert Herrick, Alexander Pope, Richard Dryden, Oliver Goldsmith, más libros de la obra maestra de Edward Gibbon sobre Roma, algunos informes parlamentarios, una resma de papel de la mejor calidad, más plumas de acero, frascos de tinta, láudano, tónicos, tinturas, laxantes y un emético; varios tarros de ungüentos y pomadas; y una docena de estupendos moldes de velas.
Kitty saltó apoyando alternativamente el peso del cuerpo en uno y otro pie, un poco decepcionada por el hecho de que la caja contuviera libros en lugar de una vajilla de Josiah Wedgwood, pero contenta de todos modos porque Richard estaba contento.
– ¿Quién lo envía?
– Un viejo y querido amigo, Jem Thistlethwaite. Con algunas cosas de mi familia de Bristol -contestó Richard con la carta en la mano-. Ahora, si me disculpas, Kitty, me voy a sentar en la puerta a leer la carta de Jem. Stephen viene a cenar esta noche, entonces os contaré a los dos todas mis noticias.
Kitty tenía previsto preparar para aquella noche una cena a base de pan y ensalada, pero quiso estar a la altura de las circunstancias preparando un estofado de carne de cerdo salada con bola de masa hervida aderezada con pimienta; la carne era exquisita y reciente, pues procedía de su propia producción.
Cuando vio el sombrero, Stephen se partió de risa e insistió en colocárselo a Kitty en la cabeza, atándole artísticamente las cintas.
– Me temo -dijo sin dejar de reírse- que es el sombrero el que te lleva a ti y no tú al sombrero.
– Lo sé muy bien -contestó ella con orgullo.
– ¿Qué tal está tu familia? -preguntó a continuación Stephen, volviendo a dejar el sombrero en su sitio.
– Todos muy bien excepto el primo James el farmacéutico -contestó tristemente Richard-. Ha perdido casi por completo la vista, los hijos se han tenido que hacer cargo del negocio y él se ha retirado a vivir a una preciosa mansión en las afueras de Bath en compañía de su mujer y de sus dos hijas solteronas. Mi padre se ha trasladado a la Bell Tavern de la vuelta de la esquina porque el Ayuntamiento está en pleno furor constructor y ha derribado el Cooper's Arms. El chico mayor de mi hermano está con ellos, lo cual es un gran consuelo. Y el primo James el clérigo ha ascendido a la categoría de canónigo de la catedral para su gran alegría. Mis hermanas también están bien. -Una sombra cruzó por delante de su rostro-. La única muerte que se ha producido entre los que yo conozco es la de John Trevillian Ceely Trevillian, el cual murió de un empacho… De qué clase de empacho es un misterio.