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– Me han despedido -consiguió decir Lizzie hipando entre sollozos-. La señora King me lo acaba de comunicar.

– Tomad, bebeos el té. Vamos, os sentiréis mucho mejor, os lo aseguro -dijo Kitty, acariciándole el negro cabello.

Lizzie se enjugó las lágrimas con el delantal y miró con tristeza a su pesadilla.

– Sois una buena chica -añadió mientras el té le empezaba a calentar el estómago.

– Así lo espero -dijo Kitty, tomando delicadamente un sorbo de té. ¿Por qué sabría el té tan maravillosamente bien tomado en una taza de porcelana?-. ¿Os gusta vuestro sombrero?

– Tal como vos habéis dicho, es un sombrero precioso. El comandante Ross habría lanzado un silbido y me habría dicho que parecía una reina, pero la señora King sólo se esfuerza en ser amable. Es una persona muy simpática y educada y no puedo decir que ella sea la culpable de mi partida. El culpable es el señor King. ¡Y ese Chapman, que es más listo que el hambre! ¡Ése ya está esperando la ocasión! Ya está buscando la manera de sacar dinero de este lugar. Y le saca a la señora King lo peor que tiene dentro…, de lo que el comandante ya se está empezando a dar cuenta, os lo digo yo. Estoy segura de que Willy Chapman no tardará en ser enviado a Queensborough o a Phillipsburgh. Pero al comandante King no le gusto, Kitty, y eso no lo puedo remediar. Demasiado vulgar para las personas como la señora King, eso es lo que me dijo. ¿Vulgar yo? ¡Él no sabe lo que significa ser vulgar! Dijo que no quería que sus hijos me oyeran… A veces no me doy cuenta y se me escapa alguna palabrota. ¡Pero nunca coño, Kitty, nunca coño, lo juro! La culpa no es mía sino de la cárcel. Yo antes no soltaba jamás palabrotas ni reniegos.

– Lo comprendo muy bien -dijo Kitty, que efectivamente lo comprendía.

– En todo caso, no me puede echar a la calle sin más, tendrá que hacer conmigo lo que corresponde -rezongó Lizzie, proyectando la barbilla hacia fuera-. Soy una mujer libre, no una convicta. ¿Y sabéis a quién va a poner en mi lugar? -preguntó, ofendida.

– No, ¿a quién?

– A Mary Rolt. ¡A Mary Rolt! ¡Que dice coño y joder, os lo aseguro! Y todo porque Mary Rolt folla con el marino Sam King, que se va a instalar aquí. King. El mismo apellido, ¿os dais cuenta? Así todos quedan mejor a los ojos del comandante. ¡Qué asco! -Lizzie tomó un poco más de té y contempló el sombrero-. Ojalá tuviera un espejo.

– La señora King debe de tener uno.

– Vaya si lo tiene, uno muy grande, en su dormitorio.

– Pues pedidle que os deje miraros en él. Si es educada y amable, no dirá que no.

– Es un sombrero muy bonito, ¿verdad?

– El más bonito que he visto. El señor Thistlethwaite decía en su carta que es el último grito… Justo lo que llevan ahora mismo las duquesas y todas las damas de alcurnia. Dice que hoy en día las damas de noble cuna no se distinguen de las putas… -Kitty interrumpió la frase, horrorizada ante el camino hacia el que la estaba llevando su lengua, pero Lizzie mantenía los ojos clavados en el frasco de medicina-. A lo mejor -se apresuró a añadir-, los King os podrían conservar como cocinera. Richard me dijo que el comandante Ross le había comentado que vuestros platos eran lo mejor que había saboreado en su vida.

– Yo tengo otras ideas -dijo Lizzie con arrogancia.

Kitty lanzó interiormente un suspiro de alivio. Había un poco de dolor y un poco de sobresalto por debajo de todo aquello, pero Lizzie Lock ya estaba reaccionando. ¡Pues claro! Si no tuviéramos capacidad de reacción, no habríamos llegado a estas tierras tan lejanas y no habríamos sobrevivido. Lizzie es fuerte. No dura sino fuerte. Tiene que serlo. Seguro que todo el mundo alabará y admirará a la señora King por el valor que ha tenido al venir aquí y soportar todas las molestias, pero la señora King jamás ha sido una convicta y a mis ojos nunca será tan admirable como Lizzie Lock. O Mary Rolt. O Kitty Clark. ¡Bueno pues, señora King!, dijo Kitty mentalmente. ¡Ya os podéis beber el té en vuestra preciosa taza de porcelana, el té que os ha preparado y servido vuestra criada convicta! ¡Poneos los paños de la regla ahora que la criada convicta ya les ha lavado la sangre y los ha puesto a secar! ¡Por muy esposa que seáis del jefe de una cárcel, no os podéis comparar con nosotras!

– ¿Qué ideas tenéis? -preguntó.

– Ya no os odio por haberme robado a Richard -dijo Lizzie, levantándose para volver a llenar la tetera, trocear un poco más de azúcar y echar más té.

– ¡Pero yo no os lo robé!

– Ya lo sé. Más bien os robó él a vos. Qué curiosos son, ¿verdad? Me refiero a los hombres. Por lo que a ellos respecta, basta con que tengan bien alimentado el vientre y lo que cuelga de él para que sean felices. Pero Richard siempre fue distinto, desde el momento en que entró en la cárcel de Gloucester como si fuera un príncipe…, frío, distante y reposado. Nunca tenía que levantar la voz. Y que conste que es todo un hombre, ¡ja, ja, ja! ¿Verdad, Kitty? ¿Acaso no es cierto?

– Sí -contestó Kitty, ruborizándose.

– Se enfrentó con Ike Rogers -que era todavía más hombre que él- en un abrir y cerrar de ojos. Y lo intimidó con la mirada. Pero después me enteré de que se habían hecho muy buenos amigos. Así es Richard. Estoy enamorada de él, pero él nunca estuvo enamorado de mí. No hay esperanza. No hay esperanza. -Con voz llorosa, la señora Morgan se levantó para verter el contenido de la botella en su taza de té-. ¡Ya está! De esta manera, eso será un auténtico festín. ¿Os apetece un poco?

– No, gracias. ¿Cuáles son vuestros planes, Lizzie?

Kitty comprendió que lo que Lizzie se había vertido en el té era algo que ésta ya llevaba un buen rato bebiendo, probablemente desde el momento en que el señor King se había retirado tras haberle notificado su despido.

– Estoy pensando en Thomas Sculley, un marino que acaba de llegar para cultivar unas tierras de aquí. No lejos de Morgan's Run. Un hombre muy tranquilo, un poco como Richard en este sentido. Pero no quiere hijos. No tiene mujer y me hizo un ofrecimiento tras saborear mis buñuelos de bananas con ron. Lo rechacé, pero ahora que el comandante dice que me tengo que ir, puede que me vaya con Sculley.

– Será bonito teneros por vecina -dijo Kitty con toda sinceridad, disponiéndose a marcharse.

– ¿Cuándo nacerá el bebé?

– Dentro de unos dos meses y medio.

– Gracias por traerme el sombrero. ¿El señor Thistlethwaite, habéis dicho?

– Sí, el señor James Thistlethwaite.

Mucho más tranquila, Kitty se retiró para reunirse con Joey y los dos perros que la esperaban al pie de Mount George.

– Hiciste muy bien en empeñarte en que fuera a entregar el sombrero -le dijo a Richard mientras cortaba la carne de cerdo salada en finas lonchas, le echaba salsa de cebolla encima y añadía gran cantidad de patatas y judías verdes en los platos de peltre-. Lizzie y yo vamos a ser amigas. -Soltó una risita-. Las dos señoras Morgan. -Colocó un plato delante de Stephen y otro delante de Richard y después llevó el suyo a la mesa y se sentó-. El comandante King ha despedido a la pobrecilla esta mañana.

– Me lo temía -dijo Stephen, troceándolo todo con el cuchillo para poderlo comer con cuchara. ¡Qué bien si tuviera un tenedor!-. King es un marido muy estricto y quiere proteger a su mujer de todo lo que es sórdido e indigno, y no cabe duda de que Lizzie Lock es para él la quinta esencia de la indignidad. Una lástima, realmente. Porque la señora King es una alta y desgarbada criatura que no parece especialmente gazmoña, sobre todo cuando está en compañía de Willy Chapman. -Richard hizo una mueca-. El que de verdad es indigno es William Neate Chapman. Una auténtica sanguijuela.