La sorpresa, el pánico, el miedo y el caos total reinaron en el interior de los vagones de pasajeros a lo largo de todo el tren. Maletas, bolsas, móviles, ordenadores portátiles y todo tipo de objetos se precipitaron hacia delante en un huracán desatado de desechos aéreos, acompañados de una sinfonía de gritos y de chirrido del acero. Algunos pasajeros chocaron contra los respaldos y los reposacabezas. Otros, a los que el frenazo había sorprendido de pie, salieron disparados contra el suelo del pasillo. Y todavía otros lograron aguantarse con todas sus fuerzas, abrazados contra el enorme impulso del tren de más de medio kilómetro, mientras el Chief resbalaba y resbalaba. Finalmente, por suerte, se detuvo, y por un momento brevísimo todo quedó sumido en el silencio.
Dentro del vagón 39002 el silencio fue interrumpido por una sola voz, la de Donlan:
– Abra la puerta.
Estaba mirando a Raymond.
Estupefacto ante el giro de los acontecimientos, Raymond rodeó al revisor, se dirigió a la puerta y tiró de la manecilla de emergencia. Se oyó un chirrido hidráulico y la escalerilla bajó hasta el suelo. Miró hacia fuera. El tren estaba detenido en una amplia explanada de almacenaje de la compañía ferroviaria, a menos de setecientos metros de la estación, en medio de lo que parecía una enorme zona industrial. Raymond sentía los latidos de su corazón. Dios mío, qué fácil era. Donlan se escaparía; la policía lo perseguiría. Lo único que tenía que hacer era recoger su maleta y marcharse. Esta vez sí sonrió, con una sonrisa ancha y para él mismo, y luego retrocedió rápidamente, esperando que Donlan saltase a su lado para recuperar la libertad. Pero en vez de hacerlo, Donlan soltó el pelo de Vivian Woods y cogió el suyo.
– Creo que será mejor que me acompañe, Ray.
– ¿Cómo? -gritó éste, incrédulo.
Entonces sintió el tacto frío del Colt de Donlan debajo de la oreja. Estaba horrorizado. Dios le había prometido salvación, ahora Donlan se la quitaba. Trató de separarse de él, pero era más fuerte de lo que parecía y lo puso de nuevo en su lugar.
Donlan le habló bruscamente:
– No haga esto, Ray.
Se volvió hacia el revisor:
– Y tú, hijo de puta…
El revisor abrió los ojos de par en par. Un horrible escalofrío se apoderó de él. Hizo ademán de volverse, quiso salir corriendo, pero no le sirvió de nada. Unos disparos atronadores ensordecieron a todo el mundo en el vagón mientras el Colt daba dos sacudidas en la mano de Donlan. El cuerpo del revisor dio dos saltos al aire y luego desapareció del campo visual. Raymond trató de liberarse de nuevo del control de Donlan, pero no le sirvió de nada y éste lo arrastró escaleras abajo hasta la gravilla que había junto al tren. En una décima de segundo, Donlan lo puso de pie de nuevo, arrastrándole y empujándole a través de las vías hacia una valla que había a lo lejos.
13
8:44 h
Barron saltó por la puerta del vagón y cayó al suelo rodando. Al levantarse, Halliday ya estaba más adelante y corría hacia el punto donde Donlan empujaba a su rehén por encima de una valla de cadena, al final del descampado del tren. Barron salió disparado, corriendo no hacia Halliday sino por las vías junto al tren. Vio a Halliday, que se volvía a mirarlo.
– ¡Si quieres perseguirle sin armas, adelante!
Barron corría con todas sus fuerzas, mirando por el suelo delante de él en busca de sus armas. Al cabo de casi cuatrocientos metros vio la primera Beretta que brillaba al sol. Luego vio las otras dos, separadas unos siete metros, sobre la gravilla junto a las vías del tren.
Recogió una, luego la otra y luego la última y salió corriendo en diagonal, cortando la distancia hacia la valla. Donlan la había cruzado. Halliday estaba a su izquierda, justo delante de él, corriendo a todo meter. Al llegar a su altura, Barron le lanzó una de las armas. En pocos segundos había llegado a la valla y la saltaba apoyado en una mano. Halliday hizo lo mismo detrás de él.
El terreno caía bruscamente al otro lado y los dos hombres se pararon. Al pie de la colina había dos avenidas principales que se cruzaban en un semáforo.
– ¡Allí está! -gritó Barron, y vieron a Donlan y su rehén corriendo hacia la puerta del copiloto de un Toyota blanco que estaba parado en el semáforo. Con el Colt en la mano, Donlan abrió la puerta del conductor y sacó a una mujer a rastras a la calle. Luego miró al rehén y dijo algo. De inmediato, el rehén miró hacia atrás, a la policía, corrió hacia la puerta del copiloto y entró en el coche justo cuando Donlan lo ponía en marcha. Se oyó el chirrido agudo de las ruedas y el Toyota salió disparado hacia el cruce.
– ¿Has visto esto? -gritó Barron.
– ¿Están juntos?
– ¡Joder, lo parece!
Union Station, 8:48 h
– ¡Vamos allá, Marty! -aulló McClatchy por la radio a Valparaiso.
Levantando polvo y gravilla, olvidadas las niñas excursionistas, McClatchy y sus detectives sacaron a toda velocidad los dos Ford de camuflaje de la zona apartada de obras al otro lado de la vía 12.
McClatchy conducía el primer coche con Polchak a su lado. Lee iba solo en el segundo coche, golpeando la calle pegado a aquél. Un segundo más tarde, las dos unidades de apoyo rugieron detrás de ellos.
8:49 h
Barron y Halliday estaban en medio de la avenida mostrando sus placas doradas de detectives, tratando de detener cualquier coche que pudieran. Pero nadie les hacía ni caso. Los coches pasaban a toda velocidad a izquierda y derecha. Insistieron, pero siguieron sin hacerles caso. La gente les tocaba el claxon, les gritaba que se apartaran. Finalmente se oyó un fuerte chirrido de frenos y una furgoneta Dodge verde se detuvo junto a Halliday.
Con la placa bien alta, Halliday abrió la puerta de la furgoneta de un manotazo y le gritó a su joven conductor que se trataba de una emergencia policial y que la necesitaba.
En cuestión de segundos, el chico estaba en la calle y Halliday se deslizaba tras el volante hacia el asiento del copiloto y le gritaba a Barron:
– ¡Tú eres el joven, tú conduces!
Barron se metió dentro, cerró la puerta de un portazo y puso la Dodge en marcha. Con un chirrido de ruedas, se apoyó en el claxon y se coló por un semáforo en rojo, acelerando en la misma dirección en la que había salido el Toyota blanco de Donlan.
8:51 h
Con el radiotransmisor en la mano, los pies deslizándose por el suelo de roca quebrada que cubría el suelo entre vías, Valparaiso corría a todo trapo hacia la calle a lo lejos. A setenta metros lo seguían las unidades de bomberos y policía de Los Ángeles por encima del mismo suelo, en dirección al Southwest Chief detenido.
– Roosevelt, recoge a Marty.
Lee oyó la orden de McClatchy por su radio, por encima de un griterío de sirenas, y rápidamente eligió el camino más rápido hasta el descampado del ferrocarril, empezando por un giro a la izquierda en el primer cruce. Al correr hacia el carril de giro vio el coche de McClatchy y Polchak acelerando delante de él, y luego girando a la derecha en el cruce y saliendo a toda velocidad, con las luces de emergencia roja y amarilla de su ventana trasera centelleando con furia. Al cabo de medio segundo, las dos unidades patrulla salieron disparadas a la carrera. Se trataba de un Código Tres: luces rojas y sirenas.
8:52 h