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– Kilmer no lo sabe. Así que los volveremos a bautizar nosotras mismas. ¿Cuál crees que le va?

Frankie ladeó la cabeza.

– Tiene una mirada suave, y parece que sabe cosas. Como aquella Gypsy que vimos en carnaval.

– ¿Gypsy, entonces?

Frankie asintió con la cabeza.

– Gypsy.

– ¿Quieres empezar a cuidar de ella por la mañana?

– A primera hora. ¿Podré montarla entonces?

– Siempre que esté yo delante para vigilar.

– Perdonen, señoras. -Dillon se acercaba por el pasillo en dirección a ellas-. Pero no van a tener que ocuparse de los caballos. Kilmer se apiadó de mí y ha hecho venir a algunos del equipo que están familiarizados con nuestros amigos equinos. -Sonrió burlonamente-. A Dios gracias.

– De todos modos, Frankie cuidará del caballo que escoja como montura.

La niña asintió solemnemente con la cabeza.

– Es como hay que hacerlo. El caballo te recompensa dejándote que lo montes, y tú recompensas al caballo cuidándolo. Gypsy tendrá que acostumbrarse a mí y saber que me preocupo por ella.

– Me disculpo -dijo Dillon-. No lo entendí. ¿Pasa algo si los chicos se ocupan de los demás caballos?

– Hasta que mamá dome al rucio. -Frankie le dio a Gypsy una última palmadita-. ¿Le has puesto nombre ya al rucio, mamá?

– Sigo pensándolo. Quizá me puedas ayudar. Es una gran responsabilidad poner nombre a un caballo… ¿Qué ha sido eso? -Al oír el estridente sonido, su mirada voló hacia el último compartimiento de la hilera-. Eso no es un caballo.

– No -dijo Dillon-. Es un burro. Se supone que tiene que mantener tranquilos a los caballos, pero éstos no parecen saberlo. Por lo que he visto esta tarde, pasan de él completamente.

Grace se puso tensa.

– Un burro -repitió. Empezó a avanzar lentamente por la hilera. No podía ser Cosmo. El rebuzno de un burro era prácticamente el mismo de un animal a otro-. Kilmer no mencionó nada de un burro. ¿Lo alquiló con el resto de los animales?

– Imagino que sí. O tal vez, no. Sólo habló de caballos. Puede que el burro sea una nueva incorporación.

– No creo que haya ninguna duda al respecto. -Grace se paró delante del pequeño burro gris-. La pregunta es: ¿cómo de nueva?

El burro la estaba mirando fijamente con agresividad. Levantó los labios y rebuznó, rociando a Grace con su saliva.

¡El imbécil de Kilmer! «Era» Cosmo.

Grace giró sobre sus talones.

– Tengo que ver a Kilmer. Quédese con Frankie y llévela a la casa cuando esté preparada. Te veré en la casa, cariño.

– De acuerdo. -La niña se volvió hacia Gypsy-. Creo que tiene las pestañas como una estrella de cine. Quizá como Julia Roberts. ¿Qué le parece a usted, señor Dillon?

– No acabo de verle el parecido -dijo el hombre-. Pero soy un admirador de Julia Roberts, y no me gustaría compararla con la cara de un caballo.

– Sólo las pestañas -dijo Frankie-. Y quizá los dientes. Ella también tiene unos dientes grandes y magníficos.

Fueron las últimas palabras que Grace oyó mientras salía como un torbellino del establo y se dirigía a la casa. Maldito Kilmer. Se lo había prometido, y allí estaba Cosmo, en aquel establo.

Subió los escalones del porche como una flecha hacia la puerta delantera.

– ¿Puedo ayudarte?

Grace giró en redondo. Kilmer era una borrosa figura en la oscuridad de la esquina más alejada del porche.

– ¡Cosmo, maldita sea! ¿Es que creíste que no lo reconocería?

– No, sabía que lo reconocerías de inmediato. Por eso te estaba esperando.

– ¿Cuándo lo conseguiste?

– Lo liberé hace seis meses.

– ¿Cómo?

– No fue fácil. Tuve que esperar a que llevaran a los caballos y a Cosmo al Sahara para su excursión anual. Lo sacaron a pastar en un oasis cuando se llevaron a la Pareja al interior del desierto. Tuve que cogerlo y calmarlo hasta que conseguí llevármelo. El condenado burro tiene la boca más ruidosa del planeta.

– Te podían haber matado.

– Consideré que valía la pena correr el riesgo. No estaba preparado para llevarme a la Pareja, pero pude llevarme a su compañero de cuadra. Cosmo es la única influencia tranquilizadora que aceptaría la Pareja, excepción hecha de ti. Sin él, estoy seguro de que los adiestradores deben estar pasando un infierno con esos caballos.

Ella también estaba segura de eso.

– Seis meses. Entonces no alquilaste este rancho para Frankie. Te estabas preparando para la Pareja.

– Confiaba en no necesitar jamás un escondite para ninguna de vosotras -dijo-. Pero habría sido una estupidez por mi parte no sacarle provecho a un lugar que había hecho seguro para la Pareja.

– No existe ningún lugar seguro para la Pareja. -Grace sacudió la cabeza con frustración-. No puedo creer que vayas a intentar hacerte con ellos. Es evidente que Marvot sabe que vas a ir. Te estará esperando. No puedes hacerlo.

– Puedo. Sólo tengo que ir paso a paso.

– Y Cosmo es un paso.

– Uno absolutamente detestable. -Sonrió-. Pero un paso al fin y al cabo. No te preocupes. No voy a dar ningún otro por el momento. Sería demasiado peligroso para vosotras.

– ¿Se supone que debo estarte agradecida?

Kilmer negó con la cabeza.

– Yo soy el que debe estarte agradecido. Sólo quería tranquilizarte respecto a Cosmo.

No estaba tranquila. Ese burro podría ser un pequeño paso, pero indicaba el impulso implacable que animaba a Kilmer. Se había tomado incluso la molestia de robar el compañero de cuadra de la Pareja. Se estaba preparando. Y tan pronto como ella y Frankie estuvieran fuera de escena, iba a ir a por ello.

Y probablemente consiguiera que lo mataran.

– Fantástico. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta. Entonces se detuvo-. Me dijiste que habías cogido algo de Marvot que haría que se volviera lo bastante loco como para empezar a perseguirnos de inmediato. ¿Era Cosmo?

– No, era algo un poco más importante que Cosmo. Una de las informaciones que Donavan sacó a la luz para mí. -Sonrió-. Pero no tengo necesidad de compartirla contigo. No estás interesada en esto en absoluto.

– No, no lo estoy. -Y no se preocuparía por él. Kilmer se había desentendido de su vida, y menos mal que lo había hecho. Porque seguía yendo de aquí para allá, haciendo volar depósitos de municiones, rescatando a víctimas de secuestros y arriesgando su vida en cientos de situaciones diferentes. Su existencia era completamente distinta. Giraba en torno a Frankie y la vida, no la muerte. Si Kilmer seguía empeñado fanáticamente con hacerse con la Pareja, pues, bueno, que tuviera suerte.

La necesitaría.

El equipo de Kilmer llegó en helicóptero a la mañana siguiente.

– ¿Quiénes son ésos? -susurró Frankie cuando Kilmer salió a recibirlos al patio del establo-. Parecen… -Arrugó el entrecejo-. No creo que sean vaqueros.

– Estoy segura de que algunos lo son -dijo Grace-. ¿No te acuerdas? Dillon dijo que ayudarían con los caballos. -Sólo conocía a dos del equipo, Luis Vazquez y Nathan Salter El resto le eran extraños, pero reconoció el aire tranquilo y sobrio del que Kilmer parecía imbuir a todos los hombres que aceptaba en su equipo-. Ese hombre alto de la camisa naranja es Luis. Sabe mucho de caballos. Se crió en un rancho en Argentina. Es un gaucho. ¿Te acuerdas de que te hablé de los gauchos y sus bolas?

– ¿Puedo conocerlo?

– En cuanto Kilmer termine de hablar con ellos. -Casi habían terminado de hablar. Los hombres se estaban separando, moviéndose con rapidez e intención mientras recibían sus órdenes. Pocos minutos después el patio se había vaciado-. Bueno, supongo que ahora están ocupados.